Y llegó de nuevo. Ya está aquí, con sus bombos y platillos. Se acabó la agónica espera de cuatro años que algunos mortales estamos condenados a sufrir ininterrumpidamente en este soberano peo que llamamos vida. Ya viene, ya inicia. Señores: comenzó el Mundial.
Claro, su nombre real no es "el Mundial". Si a ver vamos, existen mundiales de todo y para todo (incluyendo un "Mundial de Salsa" que trasmiten por ESPN cuando no tienen nada que transmitir). Si nos ponemos muy técnicos, su nombre oficial es "La Fase Final de la Copa del Mundo FIFA". Sin embargo, para el Mundo entero, para la totalidad de las personas que habitan este pequeño planeta azul (salvo quizás los gringos y los canadienses, pero yo siempre he pensado que esos tipos son extraterrestres), el torneo que comienza en tierras brasileras no admite ningún tipo de tecnicismos: es "El Mundial" y punto. Así, a secas.
Y es así, porque indudablemente estamos hablando del deporte del planeta. Si en un imaginario sistema solar completamente habitado, cada planeta tuviera su propio deporte típico, el fútbol sería, sin ningún tipo de dudas, el deporte de "la humanidad", el deporte "terrestre" por excelencia. Es el máximo exponente de la pasión humana vertida en la actividad deportiva. No en balde, su denominación de "deporte rey".
Por eso no es casualidad que cada cuatro años, el Mundo entero se paralice para observar, durante 30 días, a sus dioses modernos pateando un balón en un terreno cuadrado de 105 x 67 metros. Durante esos 30 días, pareciera que el mundo se olvida de sus principales vicios y todos volvemos a ser aquellos niños que ríen y se emocionan con esas jugadas imposibles que nos regalan esos actores del máximo teatro universal que haya podido concebir la humanidad.
Y es que lo maravilloso de todo esto, es que el sentimiento y la pasión es lo mismo en cualquier lado y rincón del planeta. Desde el niño rubio de ojos tan azules como el propio cielo, pegado a la TV en su fría Dinamarca, hasta el joven oscuro como el ébano en la calurosa Camerún. Desde el ejecutivo corporativo japonés en un almuerzo de negocios en Tokio, hasta el vendedor ambulante de chucherías en Tegucigalpa. Todos unidos por el mismo sentimiento y la misma emoción. Todos emocionados por sus colores. Todos con la misma explosión de felicidad cuando su equipo anota un gol, y todos con la misma expresión de tristeza cuando no se logra la victoria.
Y eso es lo increíble del fútbol. Mas allá de un deporte, es un idioma universal. Uno podría reunir en cualquier sitio del mundo a 22 personas de distintas partes del planeta, de todas las clases sociales, razas, religiones, idiomas e ideologías políticas. Les colocas dos arcos y les das un balón y siéntate a observar. Verás como más temprano que tarde ese musulmán está haciendo una pared con áquel judío. O verás a áquel socialista coordinando con el capitalista como cobrar ese tiro libre. Verás al rubio escandinavo abrazándose con fervor con el africano de color celebrando un gol. O verás a áquel minero analfabeto consolando a el ejecutivo trilingue por haber perdido el partido.
No es de extrañar entonces, el desbordamiento de emociones que viene con cada cita mundialista. Naciones enteras se paralizan, rivalidades históricas renacen. Franceses contra ingleses, brasileños contra argentinos, españoles contra portugueses; alemanes contra..bueno casi toda Europa; gringos contra ingleses. La guerra por otros medios, dijo alguna vez alguien. Ojalá el ser humano pudiera resolver todas sus diferencias con este tipo de "guerra". Muy diferente sería la cosa.
Ante la ausencia (una vez más) de mi querido país de la "Fase Final" de la Copa del Mundo FIFA (y recalco "Fase Final" porque Venezuela sí ha jugado la Copa del Mundo desde el año 66, solo que siempre se queda en su "Fase Eliminatoria") me queda sentarme frente al TV (cuando la oficina lo permita), y disfrutar, como fanático a carta cabal de este idioma universal, de todas las incidencias y emociones que solo se pueden vivir con el deporte rey. No hincho por ningún equipo en particular porque soy patria o muerte con mi Vinotinto, pero disfruto de todos los partidos y espero que siempre gane el que practica el buen futbol, el que juegue no solo para ganar sino, fundamentalmente, para agradar a los millones y millones de seres humanos que, llenos de tantos y tantos peos y arrecheras, buscan esa poesía, esa inspiración, en alguna rabona de Messi, en alguna genialidad de Neymar, o en algún pase maestro de Iniesta.
Porque al final, no será lo más importante cual país se lleve la Copa, o cual jugador quede de máximo goleador, o cual será el arquero menos goleado del Campeonato. Esto al final, solo quedará para las estadísticas.
Lo verdaderamente importante de cada Mundial, es que, durante 30 días, el ser humano volverá, así sea por solo 90 minutos, a ser aquel niño que se emocionaba con las cosas mas sencillas y simples del mundo. Por un balón y por 22 jugadores pateándolo, tratando de meterlo en un arco formado por dos parales y un travesaño. No existirán, al menos por 90 minutos, odios, discriminaciones, envidias, ventas de armas, narcotráfico, daños al ambiente, robos. Tampoco tristezas, malos recuerdos, el sueldo que no alcanza, cuentas por pagar, peleas con seres queridos, inseguridad, chavistas, oposicion, y un largo sin fin de etceteras. Nada de eso tiene cabida cuando nuestro "idioma universal", nuestra "guerra por otros medios" se está escenificando ante nuestros ojos.
Este planeta ha sido borrado y modificado, una y otra vez, con guerras, con odios, con maldades y con toda clase de injusticias que se han cometido y se cometen a través de la historia. Sin embargo, el fútbol ha sido de las únicas cosas constantes y perdurables. No hubo ni habrá guerra ni rencor que pueda con él, porque el fútbol nos recuerda, sencillamente, todo lo bueno que hay en cada ser humano, todo lo bueno que alguna vez existió en este viejo planeta azul y principalmente, todo lo bueno que podría llegar a ser.
Y será entonces como cuando eramos niños, y nuestros padres nos llevaban, en una tarde de domingo soleada y perfecta, a la cancha para observar a todos aquellos héroes de pantalones cortos y camisas numeradas persiguiendo un balón en un terreno de 105 x 67 metros. Donde todos los problemas se resuelven en la cancha, donde la única confrontación que se entiende como tal es la deportiva y donde la única diferencia entre las personas son los colores por los que se hincha
Llegó el Mundial...
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Claro, su nombre real no es "el Mundial". Si a ver vamos, existen mundiales de todo y para todo (incluyendo un "Mundial de Salsa" que trasmiten por ESPN cuando no tienen nada que transmitir). Si nos ponemos muy técnicos, su nombre oficial es "La Fase Final de la Copa del Mundo FIFA". Sin embargo, para el Mundo entero, para la totalidad de las personas que habitan este pequeño planeta azul (salvo quizás los gringos y los canadienses, pero yo siempre he pensado que esos tipos son extraterrestres), el torneo que comienza en tierras brasileras no admite ningún tipo de tecnicismos: es "El Mundial" y punto. Así, a secas.
Y es así, porque indudablemente estamos hablando del deporte del planeta. Si en un imaginario sistema solar completamente habitado, cada planeta tuviera su propio deporte típico, el fútbol sería, sin ningún tipo de dudas, el deporte de "la humanidad", el deporte "terrestre" por excelencia. Es el máximo exponente de la pasión humana vertida en la actividad deportiva. No en balde, su denominación de "deporte rey".
Por eso no es casualidad que cada cuatro años, el Mundo entero se paralice para observar, durante 30 días, a sus dioses modernos pateando un balón en un terreno cuadrado de 105 x 67 metros. Durante esos 30 días, pareciera que el mundo se olvida de sus principales vicios y todos volvemos a ser aquellos niños que ríen y se emocionan con esas jugadas imposibles que nos regalan esos actores del máximo teatro universal que haya podido concebir la humanidad.
Y es que lo maravilloso de todo esto, es que el sentimiento y la pasión es lo mismo en cualquier lado y rincón del planeta. Desde el niño rubio de ojos tan azules como el propio cielo, pegado a la TV en su fría Dinamarca, hasta el joven oscuro como el ébano en la calurosa Camerún. Desde el ejecutivo corporativo japonés en un almuerzo de negocios en Tokio, hasta el vendedor ambulante de chucherías en Tegucigalpa. Todos unidos por el mismo sentimiento y la misma emoción. Todos emocionados por sus colores. Todos con la misma explosión de felicidad cuando su equipo anota un gol, y todos con la misma expresión de tristeza cuando no se logra la victoria.
Y eso es lo increíble del fútbol. Mas allá de un deporte, es un idioma universal. Uno podría reunir en cualquier sitio del mundo a 22 personas de distintas partes del planeta, de todas las clases sociales, razas, religiones, idiomas e ideologías políticas. Les colocas dos arcos y les das un balón y siéntate a observar. Verás como más temprano que tarde ese musulmán está haciendo una pared con áquel judío. O verás a áquel socialista coordinando con el capitalista como cobrar ese tiro libre. Verás al rubio escandinavo abrazándose con fervor con el africano de color celebrando un gol. O verás a áquel minero analfabeto consolando a el ejecutivo trilingue por haber perdido el partido.
No es de extrañar entonces, el desbordamiento de emociones que viene con cada cita mundialista. Naciones enteras se paralizan, rivalidades históricas renacen. Franceses contra ingleses, brasileños contra argentinos, españoles contra portugueses; alemanes contra..bueno casi toda Europa; gringos contra ingleses. La guerra por otros medios, dijo alguna vez alguien. Ojalá el ser humano pudiera resolver todas sus diferencias con este tipo de "guerra". Muy diferente sería la cosa.
Ante la ausencia (una vez más) de mi querido país de la "Fase Final" de la Copa del Mundo FIFA (y recalco "Fase Final" porque Venezuela sí ha jugado la Copa del Mundo desde el año 66, solo que siempre se queda en su "Fase Eliminatoria") me queda sentarme frente al TV (cuando la oficina lo permita), y disfrutar, como fanático a carta cabal de este idioma universal, de todas las incidencias y emociones que solo se pueden vivir con el deporte rey. No hincho por ningún equipo en particular porque soy patria o muerte con mi Vinotinto, pero disfruto de todos los partidos y espero que siempre gane el que practica el buen futbol, el que juegue no solo para ganar sino, fundamentalmente, para agradar a los millones y millones de seres humanos que, llenos de tantos y tantos peos y arrecheras, buscan esa poesía, esa inspiración, en alguna rabona de Messi, en alguna genialidad de Neymar, o en algún pase maestro de Iniesta.
Porque al final, no será lo más importante cual país se lleve la Copa, o cual jugador quede de máximo goleador, o cual será el arquero menos goleado del Campeonato. Esto al final, solo quedará para las estadísticas.
Lo verdaderamente importante de cada Mundial, es que, durante 30 días, el ser humano volverá, así sea por solo 90 minutos, a ser aquel niño que se emocionaba con las cosas mas sencillas y simples del mundo. Por un balón y por 22 jugadores pateándolo, tratando de meterlo en un arco formado por dos parales y un travesaño. No existirán, al menos por 90 minutos, odios, discriminaciones, envidias, ventas de armas, narcotráfico, daños al ambiente, robos. Tampoco tristezas, malos recuerdos, el sueldo que no alcanza, cuentas por pagar, peleas con seres queridos, inseguridad, chavistas, oposicion, y un largo sin fin de etceteras. Nada de eso tiene cabida cuando nuestro "idioma universal", nuestra "guerra por otros medios" se está escenificando ante nuestros ojos.
Este planeta ha sido borrado y modificado, una y otra vez, con guerras, con odios, con maldades y con toda clase de injusticias que se han cometido y se cometen a través de la historia. Sin embargo, el fútbol ha sido de las únicas cosas constantes y perdurables. No hubo ni habrá guerra ni rencor que pueda con él, porque el fútbol nos recuerda, sencillamente, todo lo bueno que hay en cada ser humano, todo lo bueno que alguna vez existió en este viejo planeta azul y principalmente, todo lo bueno que podría llegar a ser.
Y será entonces como cuando eramos niños, y nuestros padres nos llevaban, en una tarde de domingo soleada y perfecta, a la cancha para observar a todos aquellos héroes de pantalones cortos y camisas numeradas persiguiendo un balón en un terreno de 105 x 67 metros. Donde todos los problemas se resuelven en la cancha, donde la única confrontación que se entiende como tal es la deportiva y donde la única diferencia entre las personas son los colores por los que se hincha
Llegó el Mundial...
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