martes, 30 de noviembre de 2010

DE LIMOSNAS Y QUERENCIA...(Versión fusilada)

El frío se extendía por todo el lugar. Los vientos soplaban fuertemente y la temperatura iba en franco descenso. Escuchó en alguna radio pórtatil que ese invierno iba a ser uno de los más fuertes en mucho tiempo. Esa noticia no le contentó mucho, máxime cuando acababa de quedar literalmente en la calle y no tenía ningún amigo cercano en 300 kilómetros a la redoma.

-¡¡Y pensar que en mi casa lo más frío que hay son los helados de fruta que vende el señor Flores!!-pensaba Alfonso mientras se cubría con los restos de algún periódico viejo en ese pequeño espacio del tren. El joven comenzó a recordar el cálido sol que bañaba regularmente su pueblo, la gente vestida sólo con pantalones cortos y franelillas. El olor de las palmeras mezcladas con la arena de playa. El tibio y verde mar en el que solía refrescarse de tanto calor en horas del mediodía. El cabello negro de Sofía.

Su leve ensoñación se vió interrumpida por el ruido del tren que comenzaba a partir. Lo esperaba un viaje de unas cuatro horas a esa lejana ciudad cuyo nombre no podía pronunciar. Sólo, sin equipaje, sin dinero y sin dignidad, Alfonso partía de lo que había sido "su hogar" en los dos años anteriores, totalmente derrotado. No encontró la fortuna que le habían prometido sus reclutadores. No iba a ser la famosa estrella deportiva que áquel señor con acento extraño se cansó de venderle a su padre. No habían grandes patrocinadores, ni la gente haría cola para que les firmara una foto.

Sólo hubo una desafortunada lesión, provocada por un rival de unos dos metros más alto que él y con 40 kilos de sobrepeso. A partir de allí, y luego de que el médico le hiciera un gesto a áquel señor con acento extraño, todo cambió para el joven. De repente, ya no tenía acceso a esa linda profesora que le enseñaba áquel raro idioma. Tampoco pudo seguir asistiendo a ese inmenso colegio con un jardín del tamaño de su pueblo. Sin saber muy bien por qué, el señor con acento extraño, que había sido como un segundo papá para él, ya no lo quiso más en su casa. Realizó una llamada y lo puso en el primer tren que salía esa noche. Le dió una dirección, un número de teléfono, unas monedas para comer y desapareció en la fría noche, tan rápido como había llegado, a su casa, a su pueblo y a su vida, hace dos años.

En el pequeño compartimiento del tren, evidentemente el más económico de todo el viaje, Alfonso trataba de conciliar un poco el sueño, pensando en el nombre y en la dirección de la persona que, según le habían dicho, se encargaría de ponerlo en un avión directo a su casa. Cansado, hambriento, con frío y completamente solo en un tren y en un país extraño, el joven soltó varias lágrimas pensando en cómo le había fallado a sus viejos, a sus amigos y a su pueblo. Él iba a ser el encargado de colocar a áquel pueblito costero olvidado de Dios en el mapa. Luego, con el dinero que seguramente ganaría, ayudaría a construir una escuela más grande, donde los alumnos de la profesora Ximena no tuvieran que preocuparse cuando lloviera por las goteras del techo, ni los pacientes que visitaban al doctor Pedroza tuvieran que rezar para que no faltara algodón en el consultorio médico.

Nostálgico, se acordó de que en las poquitas cosas que traía encima, se encontraba su armónica. Regalo de su padre cuando cumplió 7 años, Alfonso la conservaba como un tesoro. Aprendió a tocarla junto al músico del pueblo, Ermenegildo, con el cual se encontraba todas las tardes después del colegio, para tocar, en la orilla de la playa, y con las respectivas aguas de coco,todas esas melodías que sabían y olían a ese pequeño paraíso perdido en la costa venezolana.

Sin mucho pensar, y para escaparse un poco del hambre y del frío que hacía en el compartimiento, sacó su armónica y comenzó a tocar, una por una, todas esas melodías de mar verde, de palmeras gigantes, de empanadas de cazón, de vuelos de cometa. A medida que Alfonso tocaba, iba percibiendo como el hambre lo iba dejando tranquilo, y el frío retrocedía un poco, como si aquella melodía fuera capaz de hipnotizar incluso al más fuerte de los climas.

En eso estaba, cuando abruptamente entraron al compartimiento tres hombres adultos. Un poco pasados de bebidas, terminaron en ese lugar porque ya se estaban convirtiendo en un problema para el resto de los pasajeros. Los encargados de seguridad del tren, siempre celosos del orden, presumieron que el alegre trío seguramente se encontraría más cómodo en áquel viejo compartimiento, el más económico de todo el tren, y que en ese viaje en particular, sólo estaba ocupado por un joven mestizo que había subido en la última estación.

Al entrar, los caballeros, sin inmutarse por la presencia de Alfonso, siguieron apurando las numerosas botellas de vino y hablando en voz alta en ese idioma que el joven, mal que bien, pudo aprender a lo largo de dos años en ese frío lugar. Alfonso optó por subirse a la única litera que tenía el pequeño compartimiento, y, de nuevo, buscó conciliar un poco el sueño.

Pero los ruidos de los tres caballeros, con cada trago que ingerían, iba en aumento. Alfonso se comenzó a revolver insistemente en la cama, dando por sentado que en esas condiciones jamás podría descansar un poco. Esto continuo a lo largo de casi una hora, hasta que uno de los caballeros, reparando finalmente en el joven, le habló en tono casi inintelingible:

-¡Ey muchacho! ¿Quién eres tú y de donde vienes?- Preguntó el primer caballero, curioso del aspecto físico del joven, tan diferente al del resto de las personas de por esos lados.

Alfonso, un poco temeroso, se limitó a responderle que venía de un pueblito muy lejos de allí. Los otros dos caballeros se incorporaron y comenzaron a animarlo para que se les uniera y hablara un poco con ellos. El joven, titubeando un poco, saltó de la litera y se unió al animado grupo. Rechazó con cortesía el trago de alcohol que le habían ofrecido, sin embargo, comenzó , en el rudimentario idioma que había aprendido en dos años, a echarles todo el cuento de como había terminado en ese tren. Una vez terminado, los caballeros estaban profundamente conmovidos con el relato de Alfonso.

- ¡Este mundo está lleno de sinverguenzas!!- refunfuñó el primer caballero, con una expresión de rabia contenida.

- ¡No es justo lo que han hecho con este muchacho!!-dijo el segundo, claramente dolido..

- ¡Una historia lamentable!!- confirmó el tercero, chocando el vaso contra la mesa.

Después de contada la triste historia, y que Alfonso recibiera con mucho agrado un poco de pan frío que uno de los caballeros llevaba en sus bolsillos, otro de los alegres acompañantes reparó en la armónica del joven, por lo cual lo invitó a que les tocara algunas canciones, para pasar de manera más agradable el viaje. Alfonso, agradecido por ese pequeño pedazo de pan, que para él equivalía a un banquete, no lo pensó dos veces, y de manera inmediata, comenzó a tocar todas esas melodías con sabor a mar, olas y arena, caúsando el éxtasis en los conmovidos caballeros:

-¡Excelente melodía!!!- afirmó el primero.

-¡Extraordinario sonido!!!!- gritó el segundo.

-¡Sencillamente conmovedor!!!- asintió el tercero.

Y a medida que Alfonso terminaba una melodía y empezaba otra, los caballeros comenzaron a tirarle algunas monedas y billetes. El joven no entendió mucho al comienzo, pero no le desagradó la idea de tener algo de dinero para cuando llegara a su destino. Áquel hombre con acento extraño que lo había dejado abandonado en la estación del tren, sólo le dió unas monedas que le alcanzaron para un refrigerio y una botellita de agua, y no tenía por qué esperar mejor suerte con la persona que lo iba a montar en un avión de regreso a su tierra. Así que el hecho de tener un pequeño capital como ése que estaba consiguiendo por sus melodías, era dentro de todo, una bendición para él.

Así que, entre melodía y melodía, los caballeros realmente se entusiasmaron con el joven. Evidentemente influenciados por el alcohol, el parrandero grupo animaba una y otra vez a Alfonso a que continuara con su "concierto", mientras billetes y monedas iban de un lado a otro. Finalmente, después de un largo rato, el joven se vió obligado a parar. Sus pulmones tampoco eran de hierro. Un fuerte aplauso del trío con las consiguientes felicitaciones fueron el colofón perfecto.

Pasado el rato de éxtasis musical, Alfonso se despidió respetuosamente de sus nuevos amigos y , recogiendo su pequeña fortuna de billetes y monedas, les dijo que ya era hora de descansar, porque le esperaban unas horas muy arduas. Agradeció muy respetuosamente el gesto de los caballeros y se volvió a acurrucar en la pequeña litera.

Pero en realidad Alfonso no podía conciliar el sueño. Sólo contaba una y otra vez los fajos de billetes y las monedas que inesperadamente había recibido en ese momento. Con ellos, no llegaría con las manos vacías a su pueblo. Tendría algo que llevarle a su viejo y a su casa. No sería mucho, pero seguramente con ese dinero se podría comprar algo más en el mercado y tal vez ayudar en algo a la escuelita del pueblo. No todo era tan malo.

Una vez contado y requecontado el monto de dinero que había recibido, Alfonso ahora sí trató de conciliar un poco el sueño, ya más relajado y con menos frío que dos horas antes. Pudo percibir también, que los alegres caballeros ya no hacían tanto ruido, sino que conversaban a un nivel más bien bajo, aunque audible a los oídos del joven. Pudo escuchar de esta forma, que los caballeros estaban hablando de los distintos lugares que habían visitado en el Mundo, y en un momento determinado, se pusieron a hablar de Venezuela, diciendo y expresando toda clase de barbaridades y burlas sobre la tierra de Alfonso.

- ¡ Un país sucio!!!- Dijo el primer caballero...

- ¡Una nación salvaje!!!- Gritó el segundo...

- ¡Llena de ladr....!!!!- afirmaba el tercero...

Quiso decir "llena de ladrones" pero no pudo, porque un montón de monedas comenzó a caer encima de la mesa donde hablaban los tres caballeros. Éstos, impresionados y furiosos, dieron vuelta hacia donde estaba la litera, donde los volvió a recibir otro manojo de monedas y billetes, mientras que el joven Alfonso les decía:

- Por favor, no lo tomen a mal, pero aquí les devuelvo sus monedas y billetes..¡¡¡Yo no acepto limosna de quiénes insultan a mi Patria!!!...








jueves, 11 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE...

Siempre me ha gustado el mes de Noviembre. A pesar de las frías y fastidiosas lluvias que caen por estos días, para mí no hay mejor época del año que cuando el calendario marca el mes once y se siente en el ambiente de la ciudad esa expectativa como de que algo extraordinario va a suceder, de que algo extraordinario viene. Creo que dicho sentimiento puede tener su origen desde aquella época en que, al mismo tiempo que uno se sacaba los mocos y los mezclaba con chupetas, esperaba el super y mega regalo que de manera consecuente, el generoso Niño Jesús colocaba religiosamente en el arbolito de Navidad de casa. Sin duda alguna, una de las mejores esperas de la vida.

Por supuesto, cualquiera diría, y con razón, que no se necesita comer mocos con chupetas para esperar algo extraordinario por estas fechas. Ciertamente, allí tenemos, sin ir muy lejos, las deseadas utilidades para los pobres y mortales asalariados, entre los cuáles me incluyo, cada día más golpeadas por la inflación claro, pero no por eso dejan de alegrar, así sea por unos cuántos días, a estos infantes contempóraneos.

Pero Noviembre también puede servir, una vez que uno está más crecidito, como una especie de espejo. Más exacto aún, como un espejo retrovisor. En esa manía que tenemos los humanos de contabilizar y encapsular el tiempo, este mes es propicio, como ningún otro, para ir soltando un poco el acelerador y empezar como quien no quiere la cosa, a reducir velocidad, un poco, no mucho claro, porque al llegar Diciembre el bólido de nuestra vida se desboca en fiestas y celebraciones, corriendo a 200 km por hora para llegar a esa especie de meta de carrera, llamado año nuevo.

Y es que esa mirada al retrovisor, por lo menos en mi caso, se hace necesaria. Ayuda a ver un poco el camino andado y a reflexionar sobre si se está o no en la ruta correcta. También sirve para recordar algunos lugares en los cuales hemos estado, personas con quien hemos compartidos, emociones con las cuales nos hemos encontrados y situaciones que no quisiéramos volver a repetir más nunca en la vida. Dicho con otras palabras, Noviembre es cómo una especie de noticiero nocturno, donde se pueden ver reflejadas muchas de las cosas, buenas o malas, con las que nos topamos inevitablemente en ese ring de boxeo llamado vida.

En mi noticiero-espejo se refleja de repente mi familia. Es la noticia de apertura. Es el principal camino. Entonces me entero con verdadero estupor que Mariana Isabel ya está para ser la campeona nacional de gateo de la categoría Sub-1. Y es que, tal como observo en el espejo,mi sobrinita-ahijada parece uno de esos robots que, al apretar el botón del encendido, se mueve por toda la casa sin ninguna dirección específica a una velocidad de vértigo. Increíble, sí hace poco estaba en la barriga de su mamá, y hoy ya está a punto de cumplir un año.

Daniel Alexander también cumple años dentro de poco y también aparece su imagen en el espejo. El futuro futbolista cada vez habla más claro y ya dentro de poco comienza su colegio. Dicen que está en la mejor época para un bebé y yo no lo discuto, y, es que, a sus casi 3 años ya, este pequeño hombrecito ha demostrado que no se necesita ser un adulto con nariz de goma para hacer feliz a una familia entera. Basta solo observar como le sonríe a la vida, para darse uno cuenta de que no puede existir problema o situación que no pueda resolverse.

El resto de mi familia todo bien. Los sobrinos mayores en plena "aborrecencia", con miradas lejanas y poses de fastidio cuando se encuentran con los mayores. Héctor Alexander con su patineta, Rafael Antonio con su fútbol y Oriana con su ballet. Tres caras de una misma situación. Y lo peor es que apenas comienza. Bueno, paciencia, no puede ser tan malo. Mis hermanos en lo suyo, trabajando y educando a la prole que perpetuará el apellido. Mis viejos, con sus achaques de edad, pero todo bien. Doña Rosa en su bingo y el Doctor Rodríguez en su Oficina. Ambos ya con esa mirada en el rostro de quien se sabe que ha aportado lo suficiente en la vida, y que, no obstante los altos y bajos de siempre, pueden mirar a cualquiera con la frente en alto.

En el espejo de Noviembre también se reflejan los amigos, los panas. Unos se encuentran bien, otros no tantos. Por allí están los ennoviados, los casados, los solteros y los divorciados. Los que están alegres, los que no lo están tanto. Bueno como siempre. Unos andan perdidos, otros aparecen y desaparecen. Unos han partido a otras tierras, otros lo están pensando. Unos cuentan su vida entera por Facebook, de otros no se tiene el mínimo rastro. Pero allí están, siempre pendientes de un encuentro, de unos tragos, de una conversación, de una jodedera, o de todas incluidas. El espejo de Noviembre sigue reflejando, y a Dios gracias, algunos buenos amigos, una de las cosas mas difíciles de encontrar en esta vida.

Noviembre también aúlla algunas penas. Mi pobre tierra cada día parece que se acerca más y más al despeñadero y no pareciera encontrar solución ni salida a esta especie de laberinto histórico en que se encuentra metida. No sé exactamente en que momento, pero me da la impresión de que lo ocurrido en los últimos años ha frustrado de cierta manera a toda una generación de venezolanos, entre los cuales tristemente, me consigo yo en primera fila. Pero como siempre se me enseñó, renunciar no es una opción. Y es que no existe ningún momento para el dejo, se debe caer peleando siempre, en cualquier circunstancia, así el marcador esté 0-8 en contra.

Pero al lado de las penas, Noviembre también refleja en su espejo una personita especial, de esas que te hacen levantar con una sonrisa cada día. Es un especimen raro claro, y no debe estar muy bien de la cabeza, porque eso de empeñarse en reflejar su imagen en mis ojos de verdad que amerita un examen siquiátrico. No obstante, ella ha insistido en caminar junto a mí de un tiempo para acá, y allí vamos, acompasando los ritmos, para ver si nuestros pasos llegan a ser uno con el tiempo. Por ahora, debo confesar que también a mí me encanta verme en sus ojos, y como no va a gustarme, si lo que veo en ellos me hace sentir mejor persona.

Y bueno, Noviembre también muestra muchas otras cosas: un Mundial de fútbol inédito donde he comprobado con absoluta certeza que no sé nada de fútbol. Y hablando de fútbol, el espejo me recuerda que ya son cuatro meses de mi "retorno triunfal" a las canchas, por supuesto, al lado de los achaques de rodilla y hombro, pero bueno, mi niño interior no sabe nada de dolores y médicos. Me muestra también que ya son casi cuatro meses sin encender un cigarrillo y que, por otro año más, sigo siendo un ciudadano de a pie. Noviembre me consigue con algunas deudas por pagar y sitios que no pude visitar. Noviembre me consigue sin Playa Medina todavía.

Seguramente el espejo retrovisor podría mostrarme muchas cosas más, pero el tiempo acecha y ya va siendo momento de volver a pisar un poco el acelerador y mirar el camino que viene. El camino que de verdad importa, y que se asoma en el porvenir. Ese que uno día a día tiene que forjarse porque, de verdad, no queda de otra.

Pero no obstante lo anterior, siempre se hace de cierta forma reconfortante poder observar ese pequeño espejo retrovisor, mirar el camino andado y, a pesar de todas las dificultades y malos momentos vividos, poder esbozar una sonrisa, totalmente convencidos de que, mal que bien, vamos por buen camino, aunque no se sepa exactamente cual es el destino final, y que después de todo, mucho es lo que tenemos que agradecer por tan solo poder respirar. Que se debe aprovechar al máximo los buenos momentos, los bonitos lugares y las personas especiales, porque, tal como dicen muchos sabios por allí, el camino no es tan largo como parece, y la vida se va en un santiamén.

Y porque nada es para siempre, ni siquiera la fría lluvia de Noviembre....












miércoles, 10 de noviembre de 2010

MÁS ES MENOS...MENOS ES MÁS...

Quién puede olvidar aquellas largas y tortuosas horas del colegio, cuando esa especie de Lado Oscuro de la Fuerza que eran los profesores torturaban constantemente a esos pequeños e inocentes niños que fuimos alguna vez con cuanta operación numérica existiera o dejara de existir. Sumas, restas, multiplicación, división, más sumas, menos restas, por multiplicas y entre divides. Todo un juego de palabras y números, sobre todo números, que en lo personal, no es precisamente de los mejores recuerdos que puedo guardar de mi infancia. O de hecho sí, creo que lo mejor de esos maratones numéricos era tal vez el timbre que, cual ruido celestial, lograba poner fin a esa pesadilla llamada matemáticas.

No obstante, y gracias a las muy bien planificadas y elaboradas estrategias de terrorismo maternal que, al lado de una felicitación y los regalos respectivos por una buena nota, colocaba un buen par de cuerazos si no se estudiaba, se pudo asimilar, aunque sea a la fuerza, los elementos básicos de ese quitar manzanas y agregar peras que nuestras dulces maestras nos explicaban tan amorosamente en el colegio. Y sí, la ironía es algo que también se aprende con la vida, sobre todo al recordar a las cariñosas profesoras.

Pero en fin, cuando uno logra asimilar que una hora de números más otra hora de números equivale a dos horas de tortura consecutiva, y que tu hora de recreo menos la hora de castigo es igual a quedarse sin recreo, es entonces cuando ese más y menos, menos y más, comienza a tener sentido, y, por supuesto, a ser un objeto de preocupación en tu incipiente vida. !!!Bienvenido al sube y baja del más y menos, del menos y el más!!! deberían decirte en las aulas escolares.

Claro que, como todo sube y baja, a veces resulta engañoso. De hecho, las odiadas matemáticas te dicen que todo lo asociado al más (+) es positivo, mientras que lo referido al menos (-) es negativo. De buenas a primera entonces, pareciera que, al realizar la extensión de esta regla a la vida común, todo lo que sea "más" es lo bueno, lo agradable y deseable, y todo lo relativo al "menos" es lo que se debe evitar, porque eso implica lo negativo, lo no deseado ni querido. No obstante, la Vida, esa maestra un millón de veces "más" sabia que las que pudiste tener en el colegio, y que todavía te sigue enseñando con paciencia, se encarga de demostrarte que no siempre es así. Que las líneas a veces se cruzan y que el mar en algún momento cede espacio a la tierra. Y es que a veces, más es menos, y menos es más.

Este Noviembre de 2010, antesala a la parranda y al bochinche de "bebiembre", me encuentra una vez más frente a esa lección de vida que desmiente, de manera tajante, esa falacia matematica que dice que todo lo referente al "más" es lo positivo, y lo referido al "menos" es negativo. En mi caso, tal como debe suceder con muchas otras personas, el más frecuentemente es menos, y el menos es más.

Noviembre me consigue, por ejemplo, con más trabajo. Sí, nadie dice que el trabajar sea malo ni nada que siga alimentando la conseja popular de que el venezolano es flojo. Sólo digo que por circunstancias gerenciales, ahora realizo el trabajo que dos semanas antes se repartía entre cinco personas, porque a alguien con mayor poder de decisión se le ocurrió que yo era lo suficientemente competente para hacer eso e incluso más. El resultado: menos tiempo para compartir con los seres queridos. Ejemplo claro de que no siempre "más" es igual a positivo, como dicen los matemáticos. En este caso, más termina siendo menos.

Noviembre también me consigue con más años, lo que se traduce necesariamente en menos salud. Y es que sin lugar a dudas, ya he roto mi propia marca personal de visitas médicas en los dos últimos meses, y entre la rodilla izquierda y el hombro derecho, me han hecho pasar por más consultas, rayos X, resonancias, inyecciones, citas y salas de espera que en los diez años anteriores. Y todavía no termino. Hasta una posible cirugía se asoma por allí. Ni modo. ¿mis estimados matemáticos seguirán diciéndome que "más" es positivo?.

Sin embargo, la ecuación también se invierte. El úndecimo mes del año me consigue con menos libertad también. Y es que ya son ocho meses de decir adiós de manera formal a la soltería empedernida y libertaria en la que me encontraba. No obstante, ahora tengo mayor amor y compañía a mi alrededor, y a pesar de dejar casi en el olvido mis maratones de fútbol televisado los fines de semana por piñatas, cumpleaños, parrillas y eventos "familiares", en este aspecto de mi vida, puedo afirmar que menos ha significado más.

Y así vamos. Juego más al fútbol ahora pero mis rodillas me hacen correr menos. Tengo menos dinero que antes pero ahora hay más conciencia de como utilizarlo. Descubro que mientras más pasa el tiempo, menos amigos quedan. Compruebo que utilizando menos hojas, se conservan más árboles. Verifico que a más años, menos son las peleas familiares y que a menos rumba, cerveza y trasnocho, más distancia se recorre cuando se baila con fantamas. Y claro, la típica: a más cumpleaños y navidades, menos años por vivir.

Por allí dicen que en la vida de todo se puede aprender. Pues bien, más allá de la existencia o no de esa especie de pequeña paradoja donde lo más es lo menos, y lo menos es lo más, parece válido comprender algo de las muchas lecciones que se podrían sacar de esta pequeña "aberración matemática", por llamarlo de alguna forma.

De buenas a primera, lo evidente es que las matemáticas podrán ser útiles para resolver innumerables cosas, pero su exactitud seguramente no te sacará de los verdaderos problemas que tengas que afrontar en la vida, que son esos que te sorprenden un martes a las 5 y pico de la tarde.

Sin embargo, Lo principal que se me ocurre en todo caso, es recordar ese empeño que tenemos los seres humanos por manejar y controlar absolutamente todo lo que nos rodea, de manera similar a cualquier fórmula matemática, donde todo deba ser exacto y perfecto y el resultado venga incluso con decimales. Donde 2+ 2 siempre dé 4, así se realice la suma 888.888 veces. La Vida, la gran maestra de todo, se ha encargado de demostrarnos una y otra vez que esa fórmula no siempre es exacta, así como que no siempre "más" es positivo y "menos" es negativo.

Y es que, lo que en ciertas ocasiones puede parecer algo no tan bueno al principio, puede terminar formando parte de las mejores cosas de tu vida. O viceversa. Algo que parece que te limita, al final te hace la persona más libre del mundo, o aquello que siempre pensaste que te llenaría, es lo que más vacío te deja. 2+2 no siempre es 4. Lo importante en todo caso, es convencerse de que no todo en esta vida puede estar bajo nuestro absoluto control y que, paradójicamente, esa es la mejor parte del asunto, aunque no lo entendamos al momento. Creo que ese es el gran aprendizaje que un mortal como yo puede sacar de esta partícula de conocimiento del denominado "idioma de Dios".

Entonces, queda claro que no perdí completamente mi tiempo ni mi viejo su dinero cuando asistía a mis clases de matemáticas. algo aprendí de todos esos números, operaciones, reglas, ecuaciones y similares. Claro, ese aprendizaje no me dió ningún 20 en la materia ni ningún diplomado en áreas científicas. Pero es que, hablando en confianza, no hay mayor anticientífico que yo. ¿Como podría yo luchar contra mi naturaleza?

Lo que sí es cierto es que, a despecho de mis adoradas profesoras de matemáticas, en lo que a mí respecta, todas estaban equivocadas: 2+2 no es siempre igual a 4, ni 8+2 es igual 10.Así que trataré de andar por la vida haciendo o intentando hacer operaciones imposibles, donde 1+4 sea igual a 27.784, o 7-5 sea igual a -47....o perdón, en lo que me queda de vida, porque, claro, a más horas vívidas, menos horas por vivir...

Y es que, tengo la leve sospecha, que en este mundo, con mucha más frecuencia de lo que uno piensa, más es menos, y menos es más...