martes, 6 de diciembre de 2011

65 AÑOS DE MI VIEJO...

Se dicen rápido, pero como pesan. Hoy cumples 65 años de vida, 36 de los cuales he tenido el honor y el privilegio de ser tu hijo. Creo que ambos ya estamos como "viejitos" en nuestros respectivos contextos y, sin embargo, tú, como siempre lo dices, te mantienes como un joven de espíritu. Y de hecho, lo eres, siempre lo has sido.

Porque definitivamente, amén de todas las cosas que en la maravillosa aventura de ser tu hijo se pueden recordar, el que siempre seas un joven de espíritu es una de las principales, pero no la única claro. Sé que Raiza, Rina, Nelson y Rosnel tendrán su propio anecdotario dedicado a tí, pero yo también tengo el mío particular, y dado que es tu cumpleaños, ando como con ganas de recordar algunas cosas del mismo.

Recordar sobremanera lo mucho que me gustaba caminar de tu mano. Tengo grabada esa imagen de los días sábados y domingos en parques y centros comerciales. Rosnel de un lado y yo del otro. Nunca me sentía tan protegido como cuando tomabas mi pequeña mano para caminar a tu mismo ritmo. Claro, con la entrada de la adolescencia ya era una raya caminar de la mano contigo. Rosnel sí pudo seguir disfrutando de ese privilegio durante mucho tiempo más y creo que incluso hoy lo sigue haciendo. Cuestiones del machismo o sexismo pues. Pero incluso hoy, cuando la vorágine de la vida llega a pegar en ciertas ocasiones de manera inmisericorde, mi mente se permite viajar de vez en cuando a esas calles soleadas del centro de la ciudad en un sábado cualquiera, y entonces camino de tu mano otra vez, protegido como nunca, con Rosnel del otro lado, rogándote para que nos compraras todas las chucherías que Doña Rosa nos prohibía en la semana.

Recuerdo también lo mucho que disfrutaba viajando contigo. Solía esperar como loco los meses de diciembre para que llegaran los juegos deportivos aquellos de Cadafe, a donde irías tú con tu famosa recta debajo del brazo, arma fundamental del equipo de softbol del entonces Distrito Federal. Recuerdo que al comienzo nos llevabas a Nelson y a mí. Luego el "mentepollo" de tu hijo mayor se fastidió de ir, y el único que te acompañaba era yo. Para mí no había mayor emoción que viajar solo con mi papá. No existían mamá ni hermanas fastidiosas. El mejor viaje que hicimos fue aquél a San Cristóbal en el año 89. Salimos un día viernes (o jueves?) al mediodía en el Malibú blanco, en un maratónico viaje de 10 horas por carretera. A la emoción de ir de copiloto todo el viaje se le sumaba el poder conocer todos esos pueblos a los lados del interminable camino, gusto que mantengo incluso hoy. Recuerdo que nos agarró la noche en Acarigua y dormimos alli, en un hotel llamado Payara. Por cuestiones de la vida, una catajarra de años después, motivado al trabajo, viajaba recurrentemente a la misma ciudad y dormía en el mismo hotel. Por supuesto, cada vez que llegaba allí recordaba aquel fantástico viaje, para mí uno de los mejores que hice, mil veces mejor que cuando me llevaste a Disney.

Y ni hablar de las veces que me llevabas al estadio. Disfruté mucho el beisbol, como no, y más si tú eres fanático de La Guaira y con la samba siempre justo detrás de nosotros. Era la época de la famosa "guerrilla". Debes saber que en ese pulso invisible entre madre y padre por la afición de sus respectivos equipos, mi inclinación por el lado de Doña Rosa y del Magallanes ganó por muy poco a la de los Tiburones, pero aquí entre nos, cuando gana La Guaira, ese 50% de ADN que llevo tuyo baila su pedacito de samba también. Los que sí nunca tuvieron chance de nada fueron los gatitos con reumatismo esos que mientan leones. Es que mi composición genética no podía ser traicionada de esa forma. No sé de verdad de donde Nelson y Raiza son caraquistas, (Rina siempre ha sido sospechosa, pero nada se puede probar todavía) pero eso es una afrenta a la familia.

Pero debes saber que uno de los momentos más felices de mi vida no fue cuando me llevaste al estadio de beisbol, sino al de fútbol. Recuerdo como te suplicaba que me llevaras a ver algún juego de ese "fútbol tan malo" como tú le decías. Me llevaste a algunos, como el buen papá que siempre fuiste. Pero hubo un juego en particular que es el que viene a mi mente. Era un domingo y jugaban los desaparecidos Marítimo y Deportivo Italia en el Olímpico.Yo TE ROGUE durante toda la mañana que me llevaras y tú siempre inflexible: "no veo ese fútbol tan malo". Ya resignado, me acosté a dormir mi siesta vespertina. Todavía recuerdo como si fuera ayer. Me despertaste y me preguntaste a que hora era el juego. Yo, todavía medio dormido, te respondí que era a las cuatro. Y entonces vino la frase mágica, la que nunca se me olvidará mientras viva: "Vístete pues". Mi alegría no cabía en mi pequeña humanidad. Creo que durante el resto del día no se me borró nunca la sonrisa. Casi que hasta te puedo decir exactamente donde nos sentamos en el estadio: ese día por primera vez fuimos a gradas, porque la tribuna principal extrañamente, estaba como llena. El partido terminó cero a cero y tú soportaste 90 minutos de ese fútbol que no te gustaba mucho.

Traigo a colación esos tres momentos. Por supuesto que en mi anecdotario existen muchos más, pero entonces no terminaríamos nunca y corremos el riesgo de llegar a tus 120 años y yo todavía escribiendo. Pero sí queda un poco de espacio para recordar otros pequeños detalles, tan inolvidables como el resto.

Recuerdo por ejemplo todos esos lunes en la mañana despertándote silbando y con una sonrisa, mientras fastidiabas a Rosnel con las preguntas más irrelevantes del mundo. Rina ni se inmutaba. O cuando levantabas a Raiza con una olla de cocina porque tenía que pararse para ir a la Universidad. Recuerdo verte levantado siempre de la cama antes de las 5 y media de la mañana, y con buen humor. Recuerdo no verte faltar nunca al trabajo, salvo cuando te operaron de la hernia aquella. Siempre te recuerdo leyendo, libros de derecho o periódicos. Recuerdo verte siempre de traje y corbata, impecablemente perfumado. Recuerdo tu espaciosa oficina de Consultor Jurídico, y lo bien apreciado que eras entre todos tus compañeros de trabajo. Recuerdo tu recta afilada debajo del brazo con el que ponchabas a todos esos barrigones del softbol. Recuerdo tus innumerables uniformes, guantes y trofeos.

Ahora estás jubilado, con un poco más de cana y muy barrigón, en la función de abuelo. Y bueno, para no perder la costumbre, son también cinco tus nietos, por ahora. Pero se te ve cómodo. Tus nietos te adoran. Daniel es la viva estampa tuya, Mariana te ve y se olvida del resto de las personas. Rafael se emociona como nunca cuando lo vas a buscar y hasta fanático de La Guaira se ha hecho por tí, a pesar de que creo que ni siquiera le gusta el beisbol. Oriana es clase aparte contigo y Héctor A, bueno, él es como yo, no muestra mucho, pero el sentimiento está allí, en el corazón, donde de verdad importa.

Y no solo es el sentimiento de un hijo eternamente agradecido con la vida por haberme regalado un papá como tú. Es un sentimiento de verdadera admiración por todo lo que tú has sido, por tus acciones, porque sé que ahora andas por la vida con la mirada en alto y con esa tranquilidad que sólo tienen los hombres que nada tienen que temer, porque han cumplido con su parte del trato y han pasado el difícil examen de la vida, con nota sobresaliente además.

Así que gracias panzón, gracias por estar siempre allí para nosotros. Gracias por tantos sábados y domingos llenos de chucherías y refrescos. Gracias por nunca pegarnos. Gracias por llevarnos y traernos. Gracias por conocer a Mickey y al Pato Donald. Gracias por las pelotas de fútbol y las películas de VHS. Gracias por tantos paseos y comidas, por la ropa y los zapatos, por las pantalones de moda y por los libros. Gracias por darnos la mejor educación posible. No tenemos forma alguna de pagártelo, aunque seguramente tú nunca nos los cobrarías.

Y sobre todo, mi viejo querido, gracias por llevarme al fútbol aquella lejana tarde de domingo. Fue el mejor regalo que me pudiste hacer en toda la vida...

Feliz Cumpleaños Papá...