lunes, 2 de agosto de 2010

MI ENCUENTRO CONMIGO


"Mi Encuentro Conmigo". Ese es el título de una muy buena película de Disney donde la trama gira en torno a un exitoso pero superficial ejecutivo (Bruce Wills) al cual se le aparece de la nada su niño interno, el cual no entiende muy bien como es eso de que su yo del futuro no tenga ni siquiera un perro llamado Chester, mucho menos que no tenga familia ni novia.

Parece difícil que no exista persona alguna que no se haya identificado en algo con este simpático largometraje. Es que seguramente, todos tenemos latente ese pequeño niño interno allí, viviendo y respirando con nosotros, sorprendido a más no poder por ese giro tan brusco que en determinado momento de su vida, sufrió su mundo de juegos y risas.

En mi caso particular, ese pobre niño interno debe estar a punto de levantarme ya demanda ante alguna Corte Internacional por incumplimiento de casi todas las promesas y sueños que él mismo concibió, mirando al techo y enfundado en su pijama de carritos rojos y azules en cualquier noche de insomnio infantil, cuando la imaginación y las ilusiones formaban parte permanente del acontencer diario, tal como lo eran el colegio, los amiguitos y los chocolates.

De esta forma, mi niño del pasado concebía para el hombre de hoy infinitas vivencias y experiencias. Pero es que ese niño era osado, viéndolo en retrospectiva. Para él no había límites. Y lo mismo daba ser el primer astronauta venezolano en pisar la Luna o bien ser el gran científico que descubriera la pócima mágica para eliminar la pobreza y el hambre de todos esos niños que Doña Rosa mencionaba al mediodía cuando uno no quería comerse la comida.

Pues bien. Si hoy se me apareciera ese niño del pasado, seguramente se pondría peor que el niñito de la película. No sólo no hay astronauta ni científico, tampoco hay jugador famoso de fútbol, veterinario, bombero, piloto de avión o nave espacial o viajes alrededor del mundo en gigantescos globos aerostáticos. A su alrededor solo hay contratos, oficinas, horarios, reuniones, fianzas, cuentas por pagar, inflación, más cuentas por pagar, mucha gente seria y... más contratos.

Ese pobre niño interno de verdad creo que lloraría a más no poder al ver en que se ha convertido todo ese mundo de ilusión que él religiosamente concebía noche tras noche, acostado en su cama infantil. Casi puedo escucharlo preguntado a gritos: "Pero !!!¿Por Qué????!!!" cada vez que yo intentara explicarle las razones de tan dramático cambio en su vida. Y es que no es para menos su pataleta: su yo del futuro casi casi se ha transformado en todo aquello que él siempre se prometió que no iba a ser: un hombre adulto.

No obstante, ese niño interior mío es fuerte y no se rinde. Desde la pequeña parcela que habita, hace todo lo posible para mantener despierta en mi interior, esa tenue lucecita que pueda, en toda esa maraña de seriedad que se nos impone en la vida adulta, mantener iluminado un pequeño caminito por el cual llegar, de vez en cuando, a ese encuentro con el pasado, con la diversión, con las ilusiones, con los viajes intergalácticos, con los superhéroes y con los refrescos de colita.

Uno de los caminos mas eficientes que encuentra mi niño interior para llevarme a ese mundo olvidado, es sin duda áquel que transita por un terreno rectangular de 105 x 67 metros, con un balón en el medio de la cancha, y 22 jugadores pateando el mismo. Allí, en el devenir de un sencillo juego, se produce de manera inmediata ese viaje al pasado, al mundo de helados y parques, de maestras y compañeros, de pupitres y taquitos. Es en esos instantes, donde mi niño interno más contento y alegre se encuentra. Es allí donde lo invade la esperanza de que no todo está perdido. Es allí cuando contempla a su yo del futuro tan alegre y sonriente como solía serlo él todos los días de su vida, y le parece que casi casi ya hay que sacar los carritos y los robots de la caja de juguetes, porque los tiempos de soñar con lo imposible están de vuelta.

Hace casi dos semanas estuvimos de cumpleaños, otra vez, mi niño interno y yo. A pesar de todas las sinceras y agradecidas felicitaciones que uno recibe ese día, el mejor regalo que ambos pudimos tener fué la invitación que nos hizo uno de los tantos panas que llamaron ese día, para ver si nos interesaba formar parte de un equipo de fútbol que se estaba organizando. Por supuesto que yo no pude ni siquiera responder. Allí mismo saltó el carajito interno mío y dijo que claro, por supuesto podían contar con nosotros. Con el ya no tan joven cuerpo del yo adulto, pero con todas las energías e ilusiones del niño interno acompañando.

Así llegó el día acordado para acudir al entrenamiento del novel equipo. Con el niño interno obligando al yo adulto a levantarse a las 6 de la mañana un domingo porque había que estar listo para la hora pautada. De nada valieron las explicaciones del yo adulto de que solo se trataba de una práctica donde seguramente todos los jugadores estarían, al igual que nosotros, en evidente falta de forma física y futbolística. Pero ese muchachito no atendía a razones. Para él, ese momento equivalía a aquellos cuando jugaba en su querido Deportivo Agustinos y cada viernes en la noche, sacaba su entrañable uniforme azul y lo colgaba en la pared para quedarse dormido contemplándolo.

Una vez en el destartalado campo, y mientras el yo adulto comprobaba con absoluta certeza su inequívoca falta de forma tanto física como futbolística, el niño interno se dedicaba a patear, a correr detrás del balón, a recordar los mismos olores de grama mezclada con tierra que siempre percibía en cuanto campo de fútbol pisó. Inmediatamente, el niño interno se colocó al mando de la situación, y gracias a su memoria del juego, pero sobre todo a sus ganas, llamó la atención del entrenador, el cual lo seleccionó, de buenas a primeras, (y por ahora claro) como su volante titular de contención. El trabajo estaba hecho, dijo el yo adulto. La diversión está de vuelta, gritó emocionado el niño.

Por supuesto, el precio para el yo adulto, además de la cuota mensual que hay que cancelar para la compra de uniformes, pago de entrenador, alquiler de canchas, y cuantas cosas necesita un equipo que apenas está surgiendo, fue una semana de intensos dolores musculares y una inflamación en la rodilla izquierda. Pero claro, esto no significa nada en el mundo de los sueños y las ilusiones. En ese mundo, no hay precio para la sonrisa ni para la diversión.

Así ya han pasado 3 semanas. Y el niño interno se emociona cada miércoles de entrenamiento físico y lo invade la emoción cada viernes en la noche (ahora la práctica de fútbol se cambió para los sábados). Casi que no deja dormir al yo adulto. El último fin de semana se jugó el primer partido amistoso y aunque el resultado no fue nada halagador ni para el yo adulto ni para el equipo en general, el niño interno ni se da por enterado. Para él todo es diversión y sonrisas. Para él lo importante es el ponerse unos shorts, unos tacos y unas canilleras y chutar balones cada fin de semana. A regañadientes entendió que esta semana deberá ausentarse de las prácticas porque los adultos y aburridos médicos recomendaron que sin descanso, su adulta rodilla izquierda difícilmente podrá disminuir la inflamación que tiene. Ni modo, habrá pensado él, todo sea por el juego.

Y es que lo verdaderamente importante en esta cuestión, no son las dolencias físicas del yo adulto, ni la evidente falta de forma y ritmo futbolístico de la mayoría de los integrantes del precario equipo, y ni siquiera el tener que pararse a las 6 de la mañana un sábado o domingo cualquiera.

Lo realmente relevante es poder comprobar como, durante 90 minutos y un poco más, áquel niño en pijamas de carritos rojos y azules, que miraba al techo cada noche y soñaba con su propio mundo de sueños, superhéroes e ilusiones, todavía hoy es capaz de tomar las riendas, y empujar a esa masa de músculos y huesos ya no tan jóvenes, a un campo de fútbol, para correr, gritar, chutar, ensuciarse, y sobre todo, celebrar, celebrar un gol, celebrar una buena jugada, celebrar una rabona, celebrar que estás vivo. Para llevarte y recordarte como era tu mundo, antes de que decidieras convertirte en el aburrido adulto que hoy eres.

Sé muy bien que áquel niño soñaba con mundos de astronautas, científicos que salvaran al mundo o bien viajes interminables a través de gigantescos globos aerostáticos. También soñaba con inmensos estadios donde fueran aclamadas todas esas maravillosas jugadas que tanto practicaba y hacía de vez en cuando en su extrañable uniforme azul.

Pero no obstante no poder ofrecerle nada de eso, sé que, por lo menos dos días a la semana, ese niño ríe y se divierte como nadie, y sonriente, me da las gracias una y otra vez, por darle la posibilidad de demostrar todo lo bueno que fuimos algún día, y todo lo bueno que podemos volver a ser.

Mi niño interno sonríe, y yo sonrío con él.