martes, 25 de mayo de 2010

"PASAJE AL SUBIR"...

Soy un constante usuario del transporte público de esta ciudad. O dicho en otras palabras, soy un ciudadano a pie. Si se quiere ser más despectivo, pueden decir que soy un pelabola que anda en carrito y en metro. Ni modo, sea cual sea el epíteto que mejor se adapte al interlocutor en cuestión, el hecho verdadero es que me la paso compartiendo espacio y tiempo, casi a diario, con el llamado "pueblo" "Juan Bimba" o "populacho".

Sería ya asunto de otro tema la razón del por qué no ando moviéndome actualmente en un flamante BMW, o en una llamativa Merú. O ni siquiera en un humilde Corsa. Bastaría resumir que el Doctor Rodríguez (mi padre) me ofreció un vehículo en primer año de mi carrera en la Universidad, nuevecito de agencia. Luego la oferta fué modificada y se pasó a uno usado. Yo me negué, por supuesto, como buen muchacho malcriado. "Entonces no hay carro!!!", me dijo mi no tan malcriador viejo. Al final dicha disputa se redujo a "cuando tenga dinero te lo compro". Y bueno, entre año y año llegó mi graduación, al final me quedé sin el chivo y sin el mecate. Con el título de abogado vino el fin de la suscripción a Fundapapá, así que a partir de entonces entendí que cualquier vehículo automotor que aspirara a tener, tendría que ser pagado por mi bolsillo, desde el primero hasta el último bolívar.

Pero bueno, mientras todavía sigo reuniendo para ver si llego a un carrito iraní aunque sea, me muevo en la ciudad, bien sea en metro, taxi, mototaxi o, no faltaba más, en los pintorescos autobuses "por puesto" que pululan en nuestras congestionadas calles. Y fue allí, en uno de esos particulares viajes, que descubrí de manera cierta, una de las características más notable de nuestra nacionalidad, y que yo relaciono de manera directa con todo el mundo "irreal" en el que vivimos actualmente, ese mundo que nos tiene andando "pa atrás" como el cangrejo.

En el "por puesto" que abordé en estos días, se encontraba pegado, de manera clara, un letrerito fácilmente visible para cualquier pasajero, el cual contenía las siguientes tres palabras: "Pasaje al Subir". Directriz demasiado clara como para admitir algún tipo de "interpretación extensiva" de la norma, hablando en términos jurídicos. Evidentemente, la intención del admirable y laborioso chofer de esa unidad era que cada pasajero pagara su pasaje apenas se montara en el vehículo. Yo lo hice, pero debo admitir que me costó un poco sacar de una buena vez mis 2 Bs sin ni siquiera haber iniciado el trayecto. Y es que música paga no suena, dicen por allí.

Sin embargo era increíble como en todo el trayecto que duró el viaje, NI UNO SOLO le hizo caso al letrero. Todos subían y se instalaban en los rústicos asientos de la unidad, sin ni siquiera inmutarse sobre la directriz claramente pegada en la pared del carrito. Todos, absolutamente todos los pasajeros pagaban era al bajarse, no al subirse. Tampoco el chofer estaba muy interesado en hacer cumplir la norma. Al contrario, con su silencio, dejo o lo que fuera contribuía a ese incumplimiento masivo de la ley que se estaba escenificando ante mis ojos.

Y entonces comencé a recordar tantas cosas que nos caracterizan como "ciudadanos" de esta Tierra de Gracia. Ejemplos similares de como somos y como nos comportamos comienzan entonces a tener sentido. Y es que, definitivamente, y fuera de toda duda, el venezolano AMA la anarquía. Le encanta ser parte de una tierra sin ley ni orden, y lamentablemente, eso se refleja en todas las capas y en todos los niveles de nuestra sociedad.

Se recuerda entonces como a los peatones de nuestras calles les cuesta casi un ojo de la cara, esperar a que una simple lucecita verde les permita el paso. Que va. Ellos siempre están demasiado apurado como para aguantarse 5 minutos en una esquina hasta que ese fastidioso aparato amarillo les coloque el muñequito en pose de caminar. Es sorprendente observar como de cada 10 personas, solo una (a la cual seguramente más de una vez lo habrán puesto de pendejo) espera su luz de cruce. El resto se lanza en una manada hambrienta por alcanzar la otra orilla de la calle, no importa que vengan carros por la vía. Ellos los esquivan y punto. Por supuesto, todo esto se hace en las narices del fiscal de tránsito, el cual, si mal no recuerdo, recibe una remuneración, pagada del bolsillo de todos los venezolanos que cancelan sus impuestos, para precisamente evitar que esas cosas se produzcan.

Ah pero, ¿que decir de los "adinerados" y "burgueses" conductores de cuanto vehículo de lujo transitan nuestras maltratadas calles? Cualquier clasista disfrazado de esos que frecuentan los sitios mas exclusivos de la ciudad seguramente afirmará que, por lo menos en este segmento, la costosa educación pagada por sus familias en los mejores y más caros institutos educativos del país se reflejará en la conducta que los mismos observan en el cumplimiento de las normas y leyes que rigen nuestra vida en sociedad. Y es que esa denominada "Clase A", "Clase B" "A+," o como quieran llamarla, es sin duda, el reflejo de país que todos queremos ser.

Pero, (porque siempre hay un pero) eso no es exactamente así. Estas personas seguramente hablarán 4 idiomas mínimo, habrán visitado medio mundo, estarán al tanto de las fluctuaciones de la Bolsa en 7 ciudades distintas, y podrán recitar de memoria el último informe financiero del Banco Mundial, y sin embargo, SE LES VA LA VIDA en poder colocar su flamante carro detrás del rayado de peatones, por donde deben cruzar aquellos "pendejos" que sí respetan su señal de cruce. Es increíble como una maniobra tan sencilla no es realizada por casi ningún vehículo en esta ciudad. El peatón siempre debe hacer su respectivo zig-zag por los carros porque, sencillamente, su paso natural, el rayado de peatones, está completamente cubierto de cauchos y ruedas. Por supuesto, el fiscal de tránsito también está allí, pero, no le exijan mucho vale. Ya bastante hace con llegar a la hora a su trabajo.

A estos dos ejemplos, tan simbólicos de la cotidianidad caraqueña, se le pueden agregar muchos más. Como aquella final de fútbol donde estaba prohibida la venta de alcohol y, sin embargo, la plaza aledaña al estadio estaba literalmente llena de latas vacías de cerveza, mientras las que estaban llenas eran placenteramente vaciadas por los gañotes de los aficionados, ante la mirada pasiva de las autoridades policiales. "Esto es Venezuela pana", se escuchó decir a un sonriente joven a la distancia. Triste pero cierto.

O también se puede acudir a esa Hermandad Sagrada de la anarquía caraqueña, como son los motorizados. Estos panas poseen un master en el incumplimiento continuo de normas y directrices. Para ellos no existen semáforos, cruces prohibidos, aceras para peatones ni nada de eso. Tal cual enjambre de abejas asesinas, éstos insectos de cascos y dos ruedas prácticamente invaden y son los dueños de las calles. No hay autoridad que pueda (y lo más importante, quiera) controlarlos. Son la peor pesadilla de los conductores en las calles, sin duda alguna.

Entonces, es el momento en que uno se pone a filosofar políticamente, y comienza a preguntarse: ¿éste es el pueblo al cual se le quiere dar más poder? ¿Estos son los ciudadanos que deciden el futuro de mi país? ¿Estos son los que votan por presidentes, diputados, gobernadores, alcaldes, etc etc? ¿Estos???

Parafraseando en sentido contrario, un viejo adagio jurídico, uno concluye que, definitivamente, "el que no puede lo menos, no puede lo más", y así precisamente es que me siento cada vez que observo como se comporta el grueso de mis compatriotas, en todos los niveles, sobre el cumplimiento de las normas más sencillas de convivencia social. Si somos incapaces de cumplir una simple directriz pegada en la pared de un carrito por puesto, ¿como carajo vamos a poder cumplir, (y exigir el cumplimiento) llegado el momento, con todas las disposiciones constitucionales y legales que garanticen el progreso y desarrollo de la Nación entera?

Tal vez en ese simple hecho de no pagar al subir, tal como lo dice el "fastidioso letrerito", se encuentre la génesis de todo lo que está pasando actualmente en este país. Ese dejo, ese desprecio hacia cualquier regla o norma de conducta o convivencia, es un síntoma de sociedad, que no es exclusivo de ninguna clase o condición social. Todos tenemos ese pequeño anarquista dentro de nosotros, y lo peor, es que cada vez como que toma mayor fuerza.

Y es que esa pequeña escena del pasajero que no paga al subir, y el chofer que no se lo exige, se repite y multiplica en muchos e incontables niveles de nuestra maltrecha sociedad, con las consecuencias que ya muchos en este país conocemos, derivadas de tanto desdén por el cumplimiento de lo que está previamente dispuesto. Así no se va a ningún lado, me parece.

Entonces, ya lo saben. Si alguna vez se montan en un carrito y ven un letrero de "Pasaje al Subir", hagan el esfuerzo, saquen sus dos monedas y paguen su pasaje tal como dice la norma. Quizás, en ese mismo momento, en algún otro lugar, otras personas, bajo otras situaciones, hagan también un pequeño esfuerzo y se decidan, de una buena vez, a cumplir con la Constitución y con las leyes de este país.

viernes, 14 de mayo de 2010

MADERA FINA...

"Voy a arrancarte esa mirada de animal mal herido
y que tus ojos se convenzan de la suerte que tuvimos
de tener Madera Fina..."



Madera Fina. Así se titula una canción, algo viejita ella (sip, se me cayó la cédula), y la cual vino a mi mente en estos días, cuando mi hermana Rosnel la puso en unos de sus nicks en Facebook, con motivo de su quinto aniversario de casada. (Felicidades Little Sister!!!).

Y es que mi hermanita Rosnel (sip, solo le llevo 15 meses, lleva 5 años de casada y ya es mamá, pero sigue siendo mi hermanita!!!!!) siempre ha tenido cierta similitud en gustos musicales conmigo; no se debe olvidar que casi casi somos morochos, y, bueno, eso de crecer juntos en la misma casa y teniendo casi siempre los mismos amigos y amigas (y enamorados y enamoradas intercambiandose el rol de amigos, cuñadas, cuasicuñados, etc etc) inevitablemente lleva a tener cierta afinidad en algunas cosas, y la música que escuchabamos para entonces no es una excepción.

Y es justo esa referencia musical de mi cuasi morocha, lo que me ha llevado a recordar, de manera un poco torpe, pero recuerdo al fín, sobre lo que significa para mí y con lo que siempre he asociado esa frase "Madera Fina": les hablo, como no, de mi familia.

Familia. Si señor. Todos tienen una. Todos tendrán sus anécdotas y particularidades. Las hay superunidas y las hay superseparadas. Están las tradicionales y están las modernas. Las numerosas y las escasas. Están las millonarias y las humildes. Las hay de todo tipo, y por supuesto, entre todos esos tipos, está la mía.

Cualquier descripción de una familia tiene que comenzar por los jefes, y aquí entonces hay que hablar de la Jefa de la casa. Doña Rosa. Y aquí voy a decir una frase que jamás se ha escuchado nunca: "es la mejor mamá del Mundo". Si señor, porque Doña Rosa es, sin lugar a dudas, la mejor de todo el Universo.

Y no es solo porque ella hace la mejor salsa bologña de todo el Universo (certificado por cada asiduo visitante a la Rodriguera). Tampoco es porque ella es la que siempre estuvo pendiente de uno cuando se enfermaba, ni porque tuvo la capacidad de gerenciar una casa con 5 hijos sin nunca haber pasado por una Universidad ni Postgrado de Gerencia o Finanzas. Mucho menos porque era la que nos empujaba a estudiar cada bendito día de nuestra vida.

Doña Rosa sencillamente es la mejor del Mundo, porque es la persona mas valiente que conozco. Porque desde que quedó huerfana de padre a los 11 años, y el Mundo literalmente se le vino encima a ella y a su familia, tuvo que dejar sus estudios para salir a trabajar. Porque nunca tuvo ningún tipo de complejos a la hora de pasar coleto en una casa de familia, ser secretaria de algún buen doctor o mesonera en algún restaurant. Porque a pesar de que la vida la hizo subir a su ring de boxeo muy joven jamás le rehuyó a esa pelea. Y jamás se olvidó de su familia y de donde venía, cuando la rueda del destino hizo que viviera mejores días. Y de verdad, ya quisiera yo ser lo mitad de valiente que es ella; es un orgullo ser hijo suyo.

Al lado de la magnífica Doña Rosa, está el Doctor Rodríguez. Casi podía jurar que ese era el nombre de mi viejo y no Nelson. Es que siempre que llamaban a mi casa y yo respondía, era lo mismo: "por favor, el Doctor Rodríguez". Es el otro Jefe de la casa. El Proveedor pues. Nadie sabe realmente lo que significa ser sostenedor de un hogar hasta que no pagas la primera cuenta de tu casa. Y es que este señor, solito, con su sueldo de abogado, sostenía un hogar con 5 carajitos!!!.. No estaba nada fácil. También, aquí valga la expresión, nunca antes dicha: "mi papá es el mejor del mundo".

Pero no es el mejor del mundo solo porque nunca nos faltó nada. Tampoco porque era el consentidor del hogar, o era el que nos llevaba al parque los sábados y domingos, o al estadio de beisbol o fútbol. Ni siquiera porque es el único abogado que conozco que jamás se ha quedado callado ante una consulta. Mi viejo es el mejor del mundo, porque me enseñó, de una forma que muchos tal vez no entenderían ni siquiera hoy, a valorar las cosas en la vida. Sin llegar a los extremos, siempre supo darnos la medida justa de las cosas. Nos enseñó que las cosas en la vida cuestan, y que para tenerlas hay que ganarselas. Nos enseñó que el ocupar un alto puesto en el gobierno no es sinónimo de fortunas y prosperidad inmediata. Nos enseñó que un lunes por la mañana no es razón suficiente para amanecer amargado.

¿ Y que decir de mis hermanos? bueno, empecemos por la mayor. Raiza del Valle (si descubre que dije su segundo nombre me mata). Típica hermana mayor y pa más, de signo Escorpio. Chiquita, blanca como la leche y siempre apurada para todos lados. Mandona, regañona, peleona, creo que no hubo hermano que no durara mínimo 3 meses sin hablarle a ella. Sin embargo, con todo y eso, es sin lugar a dudas, "la mejor hermana mayor del mundo".

Y no solo porque era la que nos cuidaba cuando por cualquier razón, (muy pocas por cierto), mamá Rosa no andaba por allí. Tampoco porque, a pesar de todas las peleas que podíamos tener, saltaba como una fiera herida si alguien fuera de la casa decía algo de sus pequeños hermanos. Raiza es la mejor hermana mayor del Mundo porque, sencillamente, siempre nos consintió, a su extraña manera, pero lo hizo. Ella fué la primera que me llevó a una práctica de fútbol. Me acompañó también a mi primer partido en un colegio ajeno (con el miedo que yo le tenía al bus escolar); ella me cuidó cuando me dió paperas y mis viejos estaban de viaje. Y la primera que se atrevió a darme su carro para que lo manejara. También fue ella la que me concedió el honor de ser ahijado de su único hijo.

Y después viene mi otra hermana mayor. Sin lugar a dudas, "la mejor hermana mayor del mundo"..¿ Que no era Raiza? bueno, es que mi familia es de tal calidad que nos damos el gusto de tener a las dos mejores hermanas mayores del mundo pues. La segunda en la línea de sucesión familiar es mi hermana Rina. En su vida jamás conocerán a una persona más calmada y relajada que ella.

Rina es la mejor del mundo, porque para ella no existe la palabra "no" en su diccionario. Flaca, morena clara con el cabello mas indiado de toda la familia (liso pues), no hubo momento en que alguien necesitara algo de ella y se negara. Lo que fuera. Rina es la mejor porque siempre podía plancharme la camisa que necesitaba. Es la mejor porque siempre me preparaba y calentaba la comida cuando Doña Rosa no andaba cerca; o se hacía pasar por la voz de mi madre cuando aquel director enfurecido llamaba para mi casa para notificar que el rebelde estudiante se había jubilado de clase. Es la mejor porque siempre me prestaba el televisor aquellos días en los cuales los hermanos nos repartíamos la propiedad del mismo según el día de la semana. Es la mejor porque siempre te regalaba la mejor de las sonrisas.

El tercero en la línea es mi hermano Nelson. Por supuesto que es el mejor hermano mayor del mundo. Y no solo porque de chiquito fue sobrealimentado y se convirtió en el terror de todos los estudiantes del Colegio y alrededores. Ni tampoco porque no hubo día en que no se liara a golpe limpio con cualquiera que "osara" meterse con sus hermanitos. El más oscuro de la familia, "El Negro" era su apodo de guerra. Campeón de kárate y cuarto bate del equipo de beisbol, siempre con varias novias alrededor, era el ídolo familiar Mi hermano sencillamente es el mejor porque me enseñó a moverme en la calle. Me enseñó que los niños siempre buscan abusar del más débil. Me enseñó a tirar un buen par de golpes y a no mostrarle miedo a nadie. Me enseñó que no siempre el catirito de ojos verdes se lleva a la muchacha más buenota.Me enseñó, a su manera, que no importa lo que pase, con la familia nadie se mete. También me honró al nombrarme padrino de su segundo hijo (Daniel)

Y finalmente, volvemos al punto de partida. Mi hermanita Rosnel. La única hermana menor que tengo y a la cual quise ahogar varias veces en la ponchera de bebé, según Doña Rosa. También es la mejor "little sister" del mundo. Blanca pero no tan paliducha como Raiza, es mi compañera de infancia, compartíamos todos lo que se podía compartir de niño y adolescente entre dos cuasimorochos de sexos distintos. Mi hermanita es la mejor del mundo porque jugaba fútbol conmigo. Es la mejor del mundo porque en el Kinder me iba a buscar todos los días al salón para escaparnos, en una misión suicida, hasta la casa. Es la mejor del mundo porque siempre terminaba tapando el lavamanos del hotel después de echarnos juntos las mejores peas adolescentes en Puerto La Cruz. Es la mejor del mundo porque siempre fumabamos juntos a escondidas. Es la mejor del mundo porque soporto como una macha y como si nada, el dar a luz a Mariana Isabel. Es la mejor del mundo porque nadie pudo tener como hermanita a mejor amiga que ella. Y claro, también me honró, (como no podía ser de otra forma) con ser el padrino de Mariana Isabel.

Y después vienen los sobrinos, por los cuales la vida espera. Los tengo de todo tipo y tamaño: Hector Alexander, primer hijo de Nelson, que va a cumplir 13 años en Julio. Lleva mi nombre, es la cagada de su madre (blanco, cabello castaño) y muy autosuficiente para su edad. Rafael Antonio, que ayer mismo cumplió 12 años. Hijo de Raiza, tiene los rasgos del papá pero el carácter de la familia, y futbolista como su tío. Oriana, la princesita mayor, hija de Rina, no podía esperarse otra cosa que ser la más tranquilita y educada de sus primos. Excelente estudiante y bailarina de ballet, ya se está viendo que el papá va a tener que comprarse una bazooka para espantar a los pretendientes.

Y atrás de ellos vienen los bebés: Daniel Alexander (2 añitos), el cual parece que fue negado por mi hermano Nelson, porque es igualito a su papá, salvo en el color de la piel. Es un verdadero tanquecito y lo más esperanzador, es que patea cualquier pelota que se le dé, y con ambas piernas!!!!...y finalmente, la benjamín de los sobrinos, Mariana Isabel, la niña mas consentida de este mundo. No ha cumplido 4 meses y ya tiene ropa como para 5 años y aproximadamente, 25 pares de zapatos. Y por supuesto, la bebé mas preciosa del mundo.

Yo nunca he sido un tipo muy familiar. Lo admito. Mi familia, como pueden ver, y motivado a circunstancias que no vienen al caso explicar acá, se reduce a mi círculo más íntimo: padres, hermanos y sobrinos. Pero es un círculo amplio, donde cada vez que nos reunimos se vuelven a escuchar esas voces gritonas y chillonas que solo se escuchan en una familia numerosa. Donde la gente se acostumbra a comunicarse con gritos porque es la única forma de hacerte escuchar entre tantas voces y ruidos.

Pero, no obstante no ser el mas familiar del mundo, me gusta saber que ellos siempre están allí. Así como su cariño y afecto. No importa cuantos años han pasado, no importan todas las peleas y palabras que se han escuchado, no importan todas las separaciones que la vida ha traído, siempre vuelven las mismas historias de Doña Rosa, los mismos chistes del Doctor Rodríguez, los mismos regaños de Raiza, las eternas sonrisas de Rina, las típicas burlas de Nelson o la misma complicidad con Rosnel. Y si a esto se le suma el desdén adolescente de Hector Alexander, las travesuras de Rafael Antonio, la tranquilidad de Oriana, las sonrisas de Daniel o las miradas de Mariana, entonces el cuadro se completa, y es el momento en que se comprende definitivamente, tal como dice la canción de Rubén Blades, que "Familia es Familia, y Cariño es Cariño".

Y es que, definitivamente, desde Doña Rosa hasta Mariana Isabel, somos de Madera Fina....


"Somos de Madera Fina, hechos con Sudor y Tierra
Alma y Corazón despiertos
Somos de Madera Fina..."



lunes, 3 de mayo de 2010

LEVANTANDO LOS GUANTES...

Soy un fanático a carta cabal del deporte. Vengo de una familia eminentemente deportiva donde mi abuelo paterno fué uno de los fundadores de la Liga Criollitos de Venezuela (El maltrecho Estadio de Beisbol de la no menos maltrecha Urbanización Palo Verde lleva el nombre de "Luis Rodríguez" en honor a tan insignie pariente); y mi papá y todos mis tíos jugaban beisbol y softbol religiosamente cada sabado y domingo hasta que la barriga y los años no los dejaron hacerlo más. De igual forma, mi hermano y mis primos, todos excelsos jugadores de beisbol.

Por supuesto que conmigo trataron de repetir la dosis del guante y el bate, pero como siempre, yo, llevandole la contraria a todo el mundo hasta sin quererlo, me las ingenié para literalmente "huir" del campo de beisbol del colegio San Agustín la única vez que intentaron llevarme a una práctica de este juego. Debo confesar que ese ruido del bate de aluminio con la pelota de beisbol no me sonaba del todo agradable a la tierna edad de 6 años. Total que nunca me convenció ese deporte y al final, como que no hubo mas remedio que llevar a la "oveja negra" de la familia a practicar ese deporte tan ajeno a la Rodriguera como lo es el fútbol. El resto es historia.

Pero sea beisbol, fútbol o bolas criollas, lo importante, en el caso de esta pequeña síntesis de historia familiar, es el gusto que a uno le inculcaron desde pequeño por la actividad deportiva. Gusto que por supuesto, equivale a una pequeña cucharada de algo que se prueba por primera vez. De que ese sabor se mantenga en tu gusto personal o no, ya dependerá de tí. Lo importante es darle al niño esa primera cucharada. Lo demás, ya vendrá por tí solo.

En mi caso particular, más allá de la innegable tradición y estirpe familiar y de los ya conocidos beneficios que la actividad deportiva produce en el cuerpo y en la mente humana, el gusto por el deporte viene sazonado por otras circunstancias que, definitivamente, nunca me dejan despegar los ojos de un buen encuentro deportivo, cualquiera sea la disciplina de la que se trate. Factores que quizás escapan de lo que regularmente observa la gente común y corriente, pero vamos, cualquiera que me lee y que me conoce, sabrá a ciencia cierta que en mi caso, los adjetivos "común y corriente" no son totalmente aplicables.

Entonces, en esa visión no tan común y corriente, yo encuentro que cualquier actividad deportiva no es solo esa actividad física realizada bajo ciertas reglas, sino que trato de irme más allá, y termino entendiendo entonces que una de las razones por las cuales siempre seré un fanático del deporte es porque el mismo es, definitivamente, una pequeña pero perfecta y clara muestra, de lo que es en realidad la vida humana: un largo camino lleno de todo tipo de acciones y omisiones, de tomas de decisiones, de triunfos y derrotas, de sudores y lágrimas, de alegrías y de llantos, de sueños y frustraciones.

El deporte deviene así en un pequeño símil que refleja de manera casi perfecta lo que cada persona vive y pasa a lo largo de su vida. Y dependiendo de la situación particular que uno esté viviendo en determinado momento, siempre podrá encuadrarse en cualquier disciplina deportiva. Esto no es nada nuevo. Basta con observar cualquier película de cine que incluya en su trama alguna disciplina deportiva, para confirmar como muchas veces el deporte ha sido sinonimo de sentimientos, de vida, de tristezas, de enseñanzas y de finales tristes y no tan tristes.

Entre esos deportes que han servido para reflejar en cierto momento el estado de ánimo de cualquier persona, uno de mis favoritos es el boxeo. Sí, no es precisamente la disciplina deportiva mas elegante ni estética que exista. En él no hay mucha clase como en la esgrima, tampoco hay tanta emoción como en el fútbol, pero sin embargo, con ese toque de sacrificio, de rudeza,de brutalidad que a veces que se observa en el cuadrilatero, se produce uno de los mejores símiles que se puedan hacer con ese otro ring de combate permanente que es el día a día en la vida de una persona.

Imaginense la escena. En una esquina solitaria de un cuadrilatero se encuentra un boxeador, cansado, golpeado y jadeando a la altura del round 10, llevando golpe parejo del rival que se encuentra al otro lado del ensogado. En realidad, ese peleador solo quiere quedarse sentado allí y no pararse más nunca. Sin embargo, la campana suena, y tiene que pararse y seguir un round más. Respira hondo, se coloca el protector bucal, y se levanta (porque sencillamente no tiene otra salvo tirar la toalla y rendirse) a seguir cayendose a piña limpia con su adversario. Ése adversario que se ríe de él, que lo golpea donde sabe que es más débil, que solo busca tumbarlo a punta de golpes, que no para nunca hasta que el desgraciado ese se caiga, que se burla de él, que lo engaña.

Y allí está el peleador, recibiendo uno y otro golpe. Tratando de responder con todas sus fuerzas, pero que va. El físico no da ya para mucho más. Un gancho de derecha más y trastabillea. Pero no cae. El rival sigue acercandose y ahora sí, convencido de que está a punto de nocaut, aprieta el acelerador y se va con todo sobre su humanidad. Los locutores deportivos se preguntan a cada rato que demonios es lo que mantiene en pie a ese pobre hombre. Ni él mismo lo sabe, pero allí está, manteniendote firme. Viene otra combinación de izquierda y derecha, y zas!!..esa no la vió nuestro héroe venir. Cayó, y parece que ahora sí de manera definitiva.

Su adversario comienza a bailar sobre el ensogado, convencido de que de allí no se para. Los aficionados del estadio celebran también, total, el que baila es el campeón invicto y el otro no es más que un simple retador salido de la nada. Y nadie se apunta con perdedores. El árbitro comienza el conteo. El mismo entrenador del retador le dice que no se pare, que ya ha sufrido suficiente castigo. Que se quede en el piso.

Y allí está el salido de la nada, desesperado buscando las sogas para levantarse. El conteo del árbitro ya va por siete. Y entonces sucede: en su búsqueda desesperada, el retador consigue una de las cuerdas del ring, y empuja con todas sus fuerzas hacia arriba. Está de pie de nuevo. El público calla y su rival, atónito, ha dejado de bailar. El árbitro se le acerca, y es entonces cuando el peleador levanta sus guantes como señal de que no está vencido, de que puede seguir un round más. De que todavía hay pelea.

Y como queda esta pelea imaginaria?? seguramente la misma tendrá alguna decisión, bien sea porque se produzca un nocaut, o bien porque llegue a su punto final y sean los jueces los que decidan. Pero seguramente a ese retador salido de la nada, lo menos que le importa es la decisión final de la pelea. Ese boxeador solo quiso llegar de pie hasta el campanazo final, llegar hasta el inevitable fin del combate sin tirar la toalla. Después que decidan otros, pero si pierde no será porque él no peleó hasta el final.

En este punto, ¿no cabría preguntarse entonces, si la vida a veces no se nos presenta como una autentica pelea de boxeo? no es acaso la Vida ese rival formidable, todopoderoso, invencible y campeón invicto, que nos golpea y nos golpea, y nos vuelve a golpear, justo allí donde más nos duele?. ¿No somos nosotros ese retador salido de la nada, cansado y golpeado en una esquina, sin ganas de salir para el siguiente round? ¿No se convierte nuestra existencia a veces en ese cuadrilatero, lleno de ruidos ensordecedores, donde nos golpean una y otra vez y donde ni siquiera podemos mantener la guardia arriba?

Yo he sido muchas veces ese boxeador que recibe piñas y más piñas. Mi camino en la vida muchas veces se transforma en ese peleador feroz que una vez que me vé trastabillando, apura el paso y me lanza esa combinación mortal que me tumba. Que me deja tirado en el suelo, deseando que el conteo del árbitro llegue rápido a 10 para no tener que pararme nunca más.

Pero también he sido ese boxeador que una vez en el piso, busca desesperadamente las cuerdas para levantarse. Muchas veces he escuchado a mi entrenador diciendome que renuncie, que ya me han golpeado mucho y que me quede en la lona. Pero no le hago caso, busco las sogas, apoyo fuertemente mis brazos y me impulso hacia arriba. Y allí estoy de nuevo, de pie. Vuelvo a la pelea. La Vida, que en ese momento bailaba encima mío celebrando, para su paso en seco, y voltea, incredula, hacia mí. El público guarda silencio. El árbitro se me acerca y entonces sucede otra vez, LEVANTO MIS GUANTES, en señal de que claro que sí, de que puedo seguir otro round más. Y allí vamos de nuevo.

Y es que muchas veces, la Vida nos toma como pera de boxeo. Nos golpea y nos golpea. A unos más que otros, pero me parece que ese es un cuadrilatero del cual nadie se salva. Tarde o temprano, las circunstancias, las acciones, las omisiones, nos obligan de nuevo a subir a ese ensogado, a ver a ese campeón invicto que muchas veces no queremos ver, y a caerse a golpes con él, porque sencillamente, tal como el boxeador en su pelea, no tenemos otra cosa que hacer.

Cuantas veces podré seguir levantando los guantes? no lo sé. Llegará el día en que no podré ni siquiera levantarme de la lona, o salir de la esquina a pelear el siguiente round. Y es que La Vida puede llegar a ser un adversario formidable, campeón invicto durante muchos años. Pero, mientras el cuerpo y la mente, y sobre todo, el corazón aguanten, seré ese retador salido de la nada, por el que nadie apostó un medio, que no busca ganarle o noquear al campeón, lo único que busca es llegar al final de la pelea de pie, sin terminar de rodillas, sin tirar la toalla. Seguramente llegará ese día, pero no hoy. Hoy me coloco el protector bucal y me levanto de mi esquina, espero el ruido de la campana y voy hacia adelante, confrontando mi camino, levantando los guantes...