domingo, 25 de mayo de 2014

INGRATO FUTBOL...

Ciertamente, has sido ingrato y hay que decírtelo, aunque no te guste. Tú, que creciste y te forjaste entre los arrabaleros y los descamisados, entre los barrios y las limitaciones, estás olvidando peligrosamente tus orígenes y esto hay que pararlo.

Porque, una cosa es que aquellos que antes te despreciaban como un simple juego de bárbaros y descastados hayan podido entender que tu grandeza universal también los puede incluir a ellos y, como no, hacerlos formar parte de tu gloriosa fiesta de noventa minutos. Pero otra cosa muy distinta, es que te me vayas a acostumbrar al glamour y a las excentricidades de todos aquellos que solo te ven como un mero negocio, con openings de escena tal cual ceremonia de los premios Oscar incluido.

Y es que no es posible vale, no es posible que estés alcanzando y llevando tu magia y tu grandeza de otrora a niveles de ingratitud inverosímiles para quienes te hemos conocido y palpitado desde niño. Nosotros, que conocemos tus historias y que fuimos atraídos hacia tu música precisamente por esa melodía que sonaba a simplicidad y que invitaba a un  mundo donde todo era posible, donde no existía más desigualdad que la calidad y el esfuerzo que cada quien era capaz de lograr, hoy estamos en plena arrechera y nos sentimos ciertamente traicionados.

Traicionados. Esa es la palabra. Ese es el sentimiento. Tú mejor que nadie sabes que siempre hay y habrá dos bandos, separados por una línea recta y un círculo central donde se juega el partido de la vida. De un lado están los que te ven y solo observan billetes verdes y cuentas bancarias; los que desprecian toda forma de sacrificio y sólo quieren montar un show utilizándote a ti como excusa. Jamás te han entendido y de verdad no les importa entenderte; no saben nada de ese idioma de simplicidad y sencillez en el que te formaste y de donde derivas tu grandeza. Menos podrán entender lo cómodo que siempre te ha sido elevar, sin ningún tipo de miramiento, al débil sobre el fuerte; al analfabeto sobre el educado y a la colonia sobre la metrópoli. 

Pero, frente a aquellos que solo te relacionan con una operación comercial, existimos otros, para quienes tu sola mención es sinónimo de alegría, diversión, esperanza, cerveza, amigos y por supuesto, el exagerado sentimiento de atribuirte una importancia que raya en lo absurdo. Es así, lo admitimos sin empacho. Por eso, entre otros epítetos más, es que nos conocen como "fanáticos". Y mira que lo somos. Ninguno de nosotros puede concebir la vida sin un partido semanal que ver, por lo menos. De hecho, a semejante escenario ni siquiera lo pudieramos llamar "vida". 

El problema con nosotros, o el mío en particular para no comprometer a más nadie en esto, es que te idealizamos, o mejor dicho, te romantizamos, si me permites el término. Y claro, tú podrás entender que esto no es de gratis. Tú mismo te encargaste de eso, y si no te acuerdas, te puedo traer algunos ejemplos.

Recordar, por ejemplo, aquél pequeño país perdido en la exótica América del Sur con no más de 2 millones de habitantes que cruzó el Océano Atlántico a disputarle a la todapoderosa Europa los torneos olímpicos del 24 y 28. Por supuesto que recuerdas el escenario. Tu grandeza bastó para recordarle a la autodenominada "civilización" que "los bárbaros" de éste lado del mundo tenían el mismo chance que ellos de ganar bajo tus reglas. Y de hecho, de ser mejores, tal como al final sucedió.

O también aquella gran historia donde 10 asustados jugadores del mismo pequeño país mencionado con anterioridad, fueron arengados por su capitán en un frío túnel de vestuario a no dejarse intimidar por más de 200.000 almas furibundas en un estadio y en un país que vivían y daban por descontada la victoria del grande sobre el humilde. Recuerdo como tú mismo te emocionaste con ese discurso y allí mismo le diste jaque mate a la soberbia, y volviste a engalanar con tu fortuna al pequeño, al humilde. Y ni hablar de aquel mulato brasileño salido de la más absoluta pobreza, al cual incluso le permitiste ser parte de tu nobleza y apodarse "El Rey". O aquel carajito salido de Villa Fiorito de no más de 1,65 y que solo tenía la zurda para defenderse dentro de la cancha y que con una mano entre milagrosa y fraudulenta, le estampó en la cara una bofetada de dignidad a uno de los imperios más soberbios de la historia de la humanidad. Hasta eso lo permitiste, siempre colocándote del lado del débil, porque total, ¿que significa un pequeño fraude al lado de todas las cicatrices de abusos sufridos en la historia a manos de los poderosos de siempre?

¿Te va quedando claro adonde voy? creo que sí. No es posible entonces, que de un tiempo para acá, tú, precisamente tú, te estés "ablandando" en ciertos aspectos que antes considerarías innegociables. Y no es que estemos propugnando una especie de "socialismo futbolero" o algo por el estilo, porque hasta allí no llega nuestra utopía contigo. Pero sí es hora de reivindicar de nuevo el buen fútbol y el sacrificio por encima de las chequeras y de la vanidad. De eso es lo que estamos hablando acá.

Ayer fuiste excesivamente ingrato con la final de la Champions. Tenía tiempo sin ver esto, pero ayer privilegiaste al rico sobre el pobre; favoreciste al que propugna como filosofía el músculo financiero sobre el que propugna el trabajo y el esfuerzo de los humildes y anónimos. Preferiste al que te dice: " el dinero lo puede todo" sobre aquel que refuta "solo el trabajo da la victoria". Y lo hiciste de una manera incorrecta, humillando al que menos tiene, porque, al final, tú lo sabes y yo lo sé, ese juego lo decidió la mayor cuenta corriente de un equipo sobre otro, no el mejor fútbol. Y eso, ambos lo sabemos, no tiene nada que ver contigo. Tú sabes que yo no soy amigo de apasionarme por equipos que no sean los de mi tierra y mi pueblo, tal como tú me enseñaste, pero debo decirte esto, aunque te pueda sonar como cierta alegoría o despecho blaugrana que tú, mejor que nadie, sabes que no existe en mí.

Porque ayer tenías un equipo como los que a tí te han gustado siempre: un equipo medio, con jugadores anónimos cuya nómina sumada es la de un solo jugador del rival. Con un DT de esos que nos invitan a soñar y que parecen encarnar el verdadero espíritu del juego; con una fanaticada tan acostumbrada a la derrota y al sufrimiento que ni ellos mismos se creían que estaban en esa instancia. Al frente tenían a un encopetado rival, acostumbrado a estas lides y en busca de su (imaginate tú) DÉCIMA copa. Con jugadores con salarios y egos estratosfericos y conocidos en todo el orbe, con un DT ya ganador de cuantos torneos puedas imaginar. Era la historia que siempre nos ha gustado: David contra Goliat. Pero mi estimado, algo pasó, porque el final no fue un final futbolero. Fue peor, fue un final lógico, predecible; algo impensable en nuestro mundo. Una falla del sistema, de nuestro sistema. Ganó el fuerte, el millonario, el encopetado. 

Esperemos que esto solo haya sido un error de esos que a veces ocurren, y que de verdad no te me estés acostumbrando a los estadios 5 estrellas, a los millones que mueven tu mercado o a la excesiva puesta en escena tipo película de Hollywood de tus torneos. Sabemos que el mundo evoluciona, y que los románticos del deporte como nosotros estamos destinados a extinguirnos; pero creo que, de alguna forma u otra, los valores que encarnas y que te han hecho lo que eres jamás deben ser enervados. Tú siempre has sido del débil, del pobre, del rechazado, del que no cumple con los parámetros del resto de la sociedad. Esa ha sido tu magia de siempre.

Ahora viene tu fiesta máxima, la Copa Mundial. No soy tan iluso como para pensar que privilegiarás a mi candidato (algún país de Africa que todavía no decido); pero sí aspiro que te des una vuelta por tus orígenes y tus historias, y que, como antaño, estés preparando esos batacazos que llegan hondo en el alma, que patean al soberbio y que te hacen lo que siempre has sido: el deporte del pueblo.