lunes, 28 de marzo de 2011

BAJO SOSPECHA DE SER SOSPECHOSO...

No recuerdo exactamente el tipo de programa, seguramente de carácter cómico, donde la frase que titula la presente era repetida una y otra vez. Sólo recuerdo a un diligente ¿policía? repetir el estribillo, con las típicas sonrisas grabadas en el fondo: "queda detenido bajo la sospecha de ser sospechoso",y el resto de la audiencia soltaba la carcajada. Pero sinceramente, no recuerdo exactamente que comedia era. Mea culpa.

Y es que la frase en cuestión, de por sí sola, invita precisamente a eso, a la risa, motivada tal vez por lo absurdo de la cuestión. Porque, de verdad, pensar que alguien pueda sufrir algún castigo o pena sólo por la simple sospecha de ser sospechoso de algo, que no se sabe qué es, resulta a todas luces, motivo de una sonora risotada, por decir lo mínimo. Y sólo un comediante experto, en plena actuación magistral, es capaz de encarnar a semejante personaje, la autoridad que sanciona a alguien por ser sospechoso de algo.

Pero como dice la canción de ese filósofo de la vida como lo es Rubén Blades, "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida", vaya usted a saber que precisamente en esta vida, en este tiempo y en este lugar, existe un conglomerado de serios aspirantes e encarnar a ese comediante que, vestido de policía, se llevaba a cuánto desgraciado ser se le cruzaba por delante, bajo la sospecha de ser sospechoso. Vamos, no debe haber ninguna sorpresa al respecto. Es de la naturaleza de todo ser humano el querer imitar a sus ídolos de la televisión, sin importar sí el mismo es el héroe de la película, el villano o, como en nuestro caso particular, el payaso de la cuestión. Eso es lo de menos.

Hace poco me topé con un personaje de esos. O bueno, siendo sincero, no me topé, gracias a Dios. Sólo tuve una especie de contacto indirecto, referencial, con ese comediante, o mejor dicho, con esa persona que aspira a ser como el comediante, y busca sospechosos por todos lados, con qué finalidad, bueno, sólo esa persona sabrá.

Lo cierto es que hace días, me contactó una amiga con la mejor intención del mundo, informándome que en cierta Institución Jurídica del Estado, reconocida por el históricamente alto grado de profesionalismo de sus integrantes, estaban buscando gente con mi perfil, y que nada perdía metiendo un resumen curricular. Como no, me dije yo. El lugar en cuestión presentaba mejores beneficios, tanto económicos como laborales, amén de un trabajo mucho más técnico que el lugar donde actualmente estoy, donde lo político pesa en un 110%. En fin, arreglé un poco mi CV, y ni corto ni perezoso, envié todos mis datos a la reconocida Institución Jurídica.

Con un poco de modestia aparte, y de acuerdo al trabajo que la amable coordinadora que realizó la entrevista me explicó, yo encajaba perfecto para el puesto. Así me lo hizo saber la misma persona, la cual acto seguido me explicó todo lo referente al sueldo, bonos, beneficios, etc etc. Todo bien. Excelente. Te llamaremos entonces seguro. Adiós. Posteriormente, la misma buena amiga que me había informado lo de los puestos vacantes, me escribió para decirme que había visto mi CV pasar a Recursos Humanos con la recomendación de que fuera contratado. Vale decir que mi amiga tiene buenas influencias adentro, así que pudo decirme también que el superior inmediato de casi todos, también había dado el visto bueno para mi contratación. Perfecto, solo quedaba una última llamada, para formalizar todo el asunto, y así comenzar una nueva faceta en mi carrera profesional.

Pero, que vaina que siempre hay un pero. Resulta que la esperada llamada se comenzó a tardar. Que raro, seguro pasó algo, decía la parte pesimista que todos llevamos dentro. Tranquilo, es sólo cuestión de tiempo, ya deben estar por llamarte. Tienes el Curriculum y fuiste aprobado por tus dos futuros jefes. Paciencia, me repetía la parte optimista que no todos llevamos dentro.

Y finalmente apareció el comediante en escena. Resulta que en todo el baile de llamadas, entrevistas, estudios y experiencia intercambiado con los interesados, se nos olvidó contar con el más importarte: el aspirante a imitador del comediante, el cual, para desgracia de quién escribe, en este caso, ocupa la más alta jerarquía de la ya no tan prestigiosa Institución Jurídica donde aspiraba a ingresar. Y es que cuando se es sospechoso de algo, aunque no se sepa de qué, siempre será un problema toparse con este tipo de personajes.

Y el personaje entró en escena. El asunto en cuestión es que por el solo hecho de haber ejercido un derecho constitucional-con que se come eso- cómo lo es la libertad de conciencia y haber plasmado una firma en una solicitud para convocar un acto electoral expresamente contemplado en la Constitución, automáticamente yo he entrado en la lista de ser sospechoso de algo, de qué no sé, pero solo sé que soy sospechoso, y por lo tanto, totalmente inhabilitado para ejercer la defensa judicial de los intereses de la República donde yo nací.

No es importante en realidad, en que Universidad uno se gradúa, ni los estudios realizados, ni mucho menos tu experiencia laboral. Tampoco importa las recomendaciones de tus futuros jefes inmediatos, que son los que mejor conocen lo que necesitan para llevar a cabo sus importantes tareas. Poco importa además si estás preparado o no para el puesto. Lo ÚNICO importante acá es que, si ejerciste un derecho consagrado en la Constitución y, por mala pata a alguien por allí se le ocurrió divulgarlo a los cuatro vientos, tú eres culpable. De qué, bueno supongo que el cargo varía según la óptica de que se trate, pero lo único cierto es que eres culpable, culpable de ser sospechoso.

Y aquí entonces es donde entra nuestro infaltable comediante: el carajo te castiga, el carajo te lleva preso, el carajo no te da el puesto, porque tú expresaste libremente tu opinión y ejerciste tu derecho como ciudadano. Pero para el policía comediante, tú no hiciste eso. Tú conspiraste contra tu país y contra tu pueblo. Y aquí no se perdona la traición, venga de donde venga. Eres sospechoso y punto. Lo dramático del asunto es que, a diferencia de las comedias televisadas, aquí no hay risas de fondo, solo hay impotencia y arrechera.

Impotencia porque es un sistema perverso. Te dicen sin tapujo que la Institución Jurídica- la cual por su propia condición debe ser la más llamada a respetar el ordenamiento jurídico- no te va a contratar, vulnerando de hecho por lo menos cuatro normas constitucionales, porque eres sospechoso de algo, pero es algo que no tienes donde ni como probarlo. No tienes donde denunciarlo y ni una carta puedes enviarle al comediante diciéndole lo que piensas porque es posible que hasta preso salgas, sin contar que se puede perjudicar a la buena amiga que trató, en su buena fé, de conseguirte un puesto de trabajo. Y arrechera porque te das cuenta en la clase de sociedad que vives, donde personas llamadas a ser los primeros custodios de la ley son los que más la violan y pisotean. Donde no tienen ningún valor tus méritos profesionales o tu experiencia, porque lo que importa es que estés alineado con la ideología política de turno. Donde se deja a un lado la capacidad profesional y experticia de millones de personas que pueden aportar una gran cantidad de recursos al país donde nacieron, solo por el resentimiento y el deseo de venganza de los mediocres de turno. Donde el comediante no está solo en los programas cómicos de la TV, sino en cada parcela de la vida diaria.

Así que, como dicen por allí, "no se vista que no va", es lo que me sale a mí. Tendré que aplazar mi ya casi lista carta de renuncia y sacarme de la cabeza ciertas cositas que ya estaban comenzando a tomar forma. Ni modo, es el precio que hay que pagar por pensar un poco distinto a algunos por allí y de manifestarlo por las vías que la misma ley te indica. Lo que el comediante ignora tal vez, es que posiblemente llegará el día en que las risas de fondo ya no serán porque su actuación sea buena o convicente, sino porque a algún libretista inteligente se le ocurra cambiar un poco el dialógo a la trama, y la misma dé un giro inesperado. Pero hasta entonces, el polícia comediante será el protagonista de la escena.

Y yo, mientras tanto, seguiré marcado con la misma tinta de la firma que me inculpa, y seguiré preso y apartado, condenado, como millones de personas más, por un delito que nadie conoce, pero bajo la sospecha de ser sospechoso.