martes, 25 de abril de 2017

DUDAMEL...

Me refiero a Gustavo, el músico, el talentoso.  El que es hechura de ese milagro social y musical que significa el Sistema de Orquestas de Venezuela creado por el Maestro Abreu,  milagro que  junto al Doctor Jacinto Convit y el científico Humberto Fernández Morán, constituye en mi humilde entender el mayor aporte que ha podido hacer nuestro país a ese desaguisado conglomerado de engendros que nos empeñamos en llamar “raza humana”.

Pero como toda obra humana,  el Sistema de Orquestas no es perfecto. Si  bien es capaz de tomar a un humilde niño y al cabo de unos cuantos años, colocarlo en la élite de la música internacional, evidentemente que se hace necesario buscar las maneras que en el ínterin de transformar esa expectativa de talento en un monstruo musical, el elegido y tocado por los dioses pueda ser capaz de equiparar su talento con el compromiso y la solidaridad en cuanto a las personas que rodean y habitan su entorno, su barrio, su ciudad, su país.

Y sí, como en toda enseñanza,  el niño y el joven deben aprender la ciencia de la música y buscar siempre la excelencia en el dominio de los instrumentos. Pero a esa enseñanza, de manera paralela, debe acompañarse un continuo recordatorio de las razones por las cuales ellos se encuentran en ese lugar y bajo ese aprendizaje. Y es que el Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela tiene su génesis y razón última precisamente en eso: en la solidaridad y el compromiso de otras personas que trabajaron y trabajan arduamente en pos de esa maravilla de inclusión social y creadora de talentos que es nuestro Sistema. Su origen es precisamente recordar y tomar en cuenta a los otros, a los que no tuvieron oportunidades desde su nacimiento. Compromiso y solidaridad lo llaman por allí. Incluso un ser tan ególatra como yo puede entender esto.

Nada puede resultar entonces tan odioso y contra natura que un joven que, precisamente producto acabado de nuestro Sistema Nacional de Orquestas voltee acomodaticiamente la cara y el rostro ante las penurias y sufrimientos de su propio pueblo. Eso no tiene nada que ver con el compromiso ni con la solidaridad que ellos, sobre todo ellos, están llamados a encarnar. Y eso no es solo una contra natura, es ante todo una desgracia.

Que Gustavo Dudamel, una figura hoy por hoy de talla mundial y una autoridad en su campo, no diga ni pío en cuanto al drama y la enorme crisis que padece Venezuela es una cachetada al espíritu y propósito de ese Sistema que precisamente le permitió estar donde ahora está. Que Gustavo Dudamel estuviera dirigiendo una obra musical para los dictadores de turno en el mismo momento que en las calles de Caracas caían asesinados dos jóvenes tan venezolanos como él, y cegados en sus sueños de vida y futuro por la intolerancia de esos mismos dictadores, es un escupitajo a la dignidad y a la honradez que el Sistema está llamado a encarnar. Declararse “apolítico” en estas circunstancias, no solo es una burla a sus compatriotas, sino que constituye incluso una muy grave presunción de complicidad.

Seguro estoy no obstante, que Dudamel constituye una excepción en la regla que rige el Sistema Nacional de Orquestas. Convencido de que nuestros músicos están siendo fortalecidos no solo en sus herramientas instrumentales sino también en el constante recordatorio de jamás olvidar de donde vinieron ni de ser ajeno a la suerte y al futuro de su propia gente, sigo previendo un futuro aún más brillante para nuestro Sistema, con talentos que paseen orgullosamente por el mundo esa particular visión venezolana de entender la música. Y que conjuguen, al lado de su etiqueta de estrella mundial, el verbo de ser al mismo tiempo un excelente ciudadano y una mejor persona, que a la postre es lo único que en realidad importa. 


Dudamel, sin lugar a dudas, un gran músico y talento de talla mundial. Pero nunca será recordado como un gran venezolano. Bassil Da Costa y Robert Redman nos lo recordarán siempre. De eso tampoco tengamos ninguna duda.