viernes, 5 de septiembre de 2014

SEUL....Y ESOS 30 MINUTOS...

O tal fueron un poco menos, pero en este caso sirve el redondeo. Al fin y al cabo, considerando que es la primera puesta en escena de la era de Sanvicente con la Vinotinto, siempre se puede tener un poco de esa condescendencia típica que por lo general se le brinda a todo aquel que acude a su primer día de trabajo.

Trabajo duro por cierto, ese de dirigir a una selección nacional con más problemas que virtudes a la fecha actual. De entrada, Seul nos mostró una selección sin el 18 eterno de Arango encabezando la oncena. Será cuestión de acostumbrarse. Pero apartando esta, y una que otra ausencia puntual, incluyendo a nuestros cananles de TV, estaban los que son. El grueso de nuestra humilde elite futbolística estaba parada sobre el impecable césped del Bucheom Stadium, dando el punto de partida para el nuevo ciclo de la Selección.

Venezuela ha jugado hoy con Dani, Rosales, Vizcarrondo, Perozo, Cichero, Jimenez, Rincón, Guerra, Josef y los Rondón (Salo y Mario). Lo dicho, salvo algunas ausencias puntuales, estos nombres no variarán mucho en el corto y mediano plazo. Tres o cuatro jugadores más, y por ahora es todo lo que tenemos.

La historia de este juego dirá que Corea venció 3-1; dirá además que la defensa venezolana estuvo terrible, completamente desacertada y fuera de coordinación. Dirá también que el ciclo del popular Chita comenzó con una derrota, que no preocupa, pero derrota al fin, y que los coreanos, que duda cabe, fueron mejores sobre la cancha. Nada de exagerado hasta acá; nada fuera de lo normal. También que la definición de Mario Rondón en el único gol venezolano, fue la mejor del partido.

No obstante, se hace importante rescatar  del baúl de los olvidos ese espacio de tiempo entre el minuto 1 y el 30. Rescatar esa presión alta que se intentó en la salida del rival; el deseo (y solo fue eso en su mayoría, pero vale) de jugar en toques rápidos y en vertical, con claras intenciones de agredir al rival y de recuperar el balón bien lejos de nuestra retaguardia. En síntesis, se vió a una Vinotinto queriendo, intentando plasmar en la cancha lo que ha sido el dibujo de su nuevo técnico a través de su propia historia futbolística. Estos 30 minutos han sido los 30 minutos de lo posible, de lo querido, de lo que se quiere ver en una cancha junto a nuestros colores.

Del resto del partido, poco o nada que hablar. Se volvieron a ver los lugares comunes de errores, distracciones y hasta un cierto infantilismo imperdonable a este nivel. Corea prácticamente nos acribilló con su velocidad y cambios de ritmo, y esto, sumado a 3 goles perfectamente evitables con una defensa más sólida, no dieron una buena bienvenida al Chita. Cosas del fútbol.

Sin embargo, precisamente para estas cosas es que sirven esta clase de juegos. Para comenzar a cuadrar esquemas, y para observar donde se presentan los errores. El resultado de verdad, es lo de menos. Aquí lo importante es que el técnico se lleve una idea de como empezar a arreglar entuertos, así como de a poco ir impregnando al equipo de su estilo y forma de llevar este juego durante 90 minutos.

Hoy algo de eso se vió, por lo menos durante 30 minutos, o tal vez un poco menos. No importa. La meta es que esa intensidad se plasme en un sistema que dure 90 minutos y algunos más. Esa es la principal tarea y hacia allá, que no quepa la menor duda, apunta el objetivo de este cuerpo técnico. Trabajo falta y bastante, sobre todo en el aspecto físico de los jugadores, pero la calidad profesional, a Dios gracias, es algo que no escasea en la gerencia de este equipo.

Derrota entonces en Corea, sin ningún tipo de excusas. El rival fue superior, cometió menos errores que nosotros, y supo capitalizar los de este lado. Justo ganador.

Nuestra pequeña victoria: Seul, y esos 30 minutos...









sábado, 14 de junio de 2014

HET WILHELMUS O LA JUSTICIA POETICA...

No existe en el mundo del fútbol selección más golpeada a través de la historia que la Selección de Holanda. Nunca un país ha sido tan despreciado en su amor y su cortejo por el buen fútbol y por la calidad como la pequeña nación de molinos y tulipanes. 

Y miren que estos naranjas han tocado más de una vez la puerta del castillo de la bella doncella, tan desesperada de amor como ciega para reconocerlo. Una y otra vez  han ofrecido villas y castillos, buen fútbol y clase que raya en la poesía futbolística, pero que va. El amor y la bendición de la buena fortuna futbolística lo ha relegado una y otra vez a puestos de segundón, mientras vuelca su verdadero amor sobre otros candidatos de dudosa reputación. 

Cruyff, Neeskens, Krol, Rep, Gullit, Riijkaard y un tal Van Basten han sido algunos de los que a través de los tiempos se han encargado de buscar la manera, una y otra vez, de que esa ingrata y a ratos loca damicela pudiera darse cuenta de la calidad de amante que se le rendía a sus pies. No hubo manera sin embargo. Más recientemente, otra generación ha buscado formas alternas de enamorar a tan difícil princesa. Se estuvo muy cerca hace cuatro años, pero al final, en un último acto de marcada malcriadez e incoherencia (algo común en semejante personaje) la diosa fortuna eligió bendecir a un tercero distinto al buen fútbol venido de los Países Bajos.

Cualquiera en una situación similar de tan evidente ingratitud, hubiera levado anclas y partido a buscar otros horizontes, a cortejar a otras amantes que seguramente apreciarían con mayor gratitud todo el amor y la consideración de que hace gala este loable pretendiente. Pero que va, estos naranjas mueren con la suya, se empeñan, una y otra vez, con lealtad a su sistema y a su estilo, en tocar cada vez más fuerte la puerta del castillo de la doncella, gritando y demostrando, en un ejercicio que raya el absurdo, el eterno amor por el que han vivido. Buscando, que dudas cabe, que si no es por amor, por lo menos sea por persistencia que algún día sea tomado en cuenta. La tiene difícil, eso es seguro. 

Pero el fútbol tiene sus cosas y la pelota es redonda. Y algo de justicia poética se puede encontrar todavía en algunos lados. De otra forma no puede explicarse lo sucedido en el día de ayer, cuando una selección holandesa, de nuevo con su carta de presentación impecable de buen fútbol, no solo le propinó a España una de las palizas menos esperada en la historia de los mundiales, sino que además lo hizo ver como si fuera la cosa más fácil y normal del mundo. Y miren que agarrar al vigente campeón del mundo y bicampeón europeo, y darle hasta con el tobo, puede ser de todo, menos fácil y para nada normal que ocurra.

Pero allí estaban de nuevo los herederos de las viejas glorias de aquella acertadamente denominada "Naranja Mecánica" de los 70 (dos veces subcampeones mundiales); o de aquella máquina aceitada de buen fútbol que era Holanda a finales de los 80 y principios de los 90 (campeones de Europa) o más recientemente de aquel equipazo apeado de la final por los ingratos lanzamientos penales en Francia 98. Estos panas llevan la calidad en los genes y, sin atisbos de ningún tipo, le metieron 5 pepinazos a la soberbia España, tan inundada de halagos y farándula, que de verdad se comenzaron a creer que están en el club de los intocables del fútbol. Caro pagaron su equivocación, sin duda. La misma España que les quitó el manjar de la boca en el último mundial; la misma que alteró el orden natural de los campeones mundiales y vino a ocupar el puesto que innegablemente le correspondía a Holanda en la historia del fútbol.

Y es que el fútbol, a no dudarlo, le ha devuelto a Holanda, en solo 90 minutos, algo de lo mucho que estos panas le han entregado. Un fútbol sin complejos, con su propia marca personal, que hace de la calidad, la técnica y la estrategia una amalgama sin muchas referencias de comparación en el mundo actual. Un fútbol que siempre va hacia adelante, pues no saben vivir ni respirar de otra forma. Un fútbol si se quiere eternamente adolescente, lleno de esperanzas y sueños, que a veces incluso raya en la inocencia. 

Es ese fútbol adolescente el que ayer dominó por completo a un campeón mundial demasiado ocupado en modelos, cantantes, prensa chaborra y un sin fin propios de la hispanidad moderna. Un campeón demasiado lento que pensó que podía ganar solo con nombres, olvidando la premisa fundamental de que en el fútbol ganan son los hombres. Justicia Poética en todo el sentido de la palabra la victoria holandesa de ayer, porque la misma significó, en dos platos, la victoria del buen fútbol sobre la dejadez y la mediocridad.

Y si, ciertamente, nadie en su sano juicio cambiaría ganar la final de un mundial (así sea por penales) por golear en el primer partido de la Copa. En eso estemos claros, sobre todo aquellos que hablaban de "revancha" por lo sucedido ayer. Nada más alejado de la realidad. No conocerán ningún holandés que no cambie 100  partidos como el de ayer por alguna de las 3 veces que han llegado a la final. Tampoco diremos que ya Holanda va a ganar esta vaina de manera invicta además. 

Y mucho menos esperemos que aquella doncella del castillo, tan reacia al cortejo, a ratos desesperado del leal amante, haya milagrosamente cambiado de opinión y ahora sí, esté dispuesta a darle el ansiado "sí" al caballlero ataviado de naranja. Ella ya está viendo (de nuevo) a sus tradicionales candidatos y de allí parece que no la saca nadie. Así es la vida, y el fútbol también.

Pero esa misma doncella, por unos cuantos segundos, luego del pitazo final que anunciaba el 5-1 definitivo con el que su favorito cayó apaleado, en medio de la confusión y evidente enojo, se permitió un dejo de sonrisa al término del partido, mientras miraba a su eterno enamorado. Fue imperceptible ciertamente, pero para el orgulloso caballero venido de las tierras de molinos y tulipanes, eso ha sido suficiente recompensa.









domingo, 25 de mayo de 2014

INGRATO FUTBOL...

Ciertamente, has sido ingrato y hay que decírtelo, aunque no te guste. Tú, que creciste y te forjaste entre los arrabaleros y los descamisados, entre los barrios y las limitaciones, estás olvidando peligrosamente tus orígenes y esto hay que pararlo.

Porque, una cosa es que aquellos que antes te despreciaban como un simple juego de bárbaros y descastados hayan podido entender que tu grandeza universal también los puede incluir a ellos y, como no, hacerlos formar parte de tu gloriosa fiesta de noventa minutos. Pero otra cosa muy distinta, es que te me vayas a acostumbrar al glamour y a las excentricidades de todos aquellos que solo te ven como un mero negocio, con openings de escena tal cual ceremonia de los premios Oscar incluido.

Y es que no es posible vale, no es posible que estés alcanzando y llevando tu magia y tu grandeza de otrora a niveles de ingratitud inverosímiles para quienes te hemos conocido y palpitado desde niño. Nosotros, que conocemos tus historias y que fuimos atraídos hacia tu música precisamente por esa melodía que sonaba a simplicidad y que invitaba a un  mundo donde todo era posible, donde no existía más desigualdad que la calidad y el esfuerzo que cada quien era capaz de lograr, hoy estamos en plena arrechera y nos sentimos ciertamente traicionados.

Traicionados. Esa es la palabra. Ese es el sentimiento. Tú mejor que nadie sabes que siempre hay y habrá dos bandos, separados por una línea recta y un círculo central donde se juega el partido de la vida. De un lado están los que te ven y solo observan billetes verdes y cuentas bancarias; los que desprecian toda forma de sacrificio y sólo quieren montar un show utilizándote a ti como excusa. Jamás te han entendido y de verdad no les importa entenderte; no saben nada de ese idioma de simplicidad y sencillez en el que te formaste y de donde derivas tu grandeza. Menos podrán entender lo cómodo que siempre te ha sido elevar, sin ningún tipo de miramiento, al débil sobre el fuerte; al analfabeto sobre el educado y a la colonia sobre la metrópoli. 

Pero, frente a aquellos que solo te relacionan con una operación comercial, existimos otros, para quienes tu sola mención es sinónimo de alegría, diversión, esperanza, cerveza, amigos y por supuesto, el exagerado sentimiento de atribuirte una importancia que raya en lo absurdo. Es así, lo admitimos sin empacho. Por eso, entre otros epítetos más, es que nos conocen como "fanáticos". Y mira que lo somos. Ninguno de nosotros puede concebir la vida sin un partido semanal que ver, por lo menos. De hecho, a semejante escenario ni siquiera lo pudieramos llamar "vida". 

El problema con nosotros, o el mío en particular para no comprometer a más nadie en esto, es que te idealizamos, o mejor dicho, te romantizamos, si me permites el término. Y claro, tú podrás entender que esto no es de gratis. Tú mismo te encargaste de eso, y si no te acuerdas, te puedo traer algunos ejemplos.

Recordar, por ejemplo, aquél pequeño país perdido en la exótica América del Sur con no más de 2 millones de habitantes que cruzó el Océano Atlántico a disputarle a la todapoderosa Europa los torneos olímpicos del 24 y 28. Por supuesto que recuerdas el escenario. Tu grandeza bastó para recordarle a la autodenominada "civilización" que "los bárbaros" de éste lado del mundo tenían el mismo chance que ellos de ganar bajo tus reglas. Y de hecho, de ser mejores, tal como al final sucedió.

O también aquella gran historia donde 10 asustados jugadores del mismo pequeño país mencionado con anterioridad, fueron arengados por su capitán en un frío túnel de vestuario a no dejarse intimidar por más de 200.000 almas furibundas en un estadio y en un país que vivían y daban por descontada la victoria del grande sobre el humilde. Recuerdo como tú mismo te emocionaste con ese discurso y allí mismo le diste jaque mate a la soberbia, y volviste a engalanar con tu fortuna al pequeño, al humilde. Y ni hablar de aquel mulato brasileño salido de la más absoluta pobreza, al cual incluso le permitiste ser parte de tu nobleza y apodarse "El Rey". O aquel carajito salido de Villa Fiorito de no más de 1,65 y que solo tenía la zurda para defenderse dentro de la cancha y que con una mano entre milagrosa y fraudulenta, le estampó en la cara una bofetada de dignidad a uno de los imperios más soberbios de la historia de la humanidad. Hasta eso lo permitiste, siempre colocándote del lado del débil, porque total, ¿que significa un pequeño fraude al lado de todas las cicatrices de abusos sufridos en la historia a manos de los poderosos de siempre?

¿Te va quedando claro adonde voy? creo que sí. No es posible entonces, que de un tiempo para acá, tú, precisamente tú, te estés "ablandando" en ciertos aspectos que antes considerarías innegociables. Y no es que estemos propugnando una especie de "socialismo futbolero" o algo por el estilo, porque hasta allí no llega nuestra utopía contigo. Pero sí es hora de reivindicar de nuevo el buen fútbol y el sacrificio por encima de las chequeras y de la vanidad. De eso es lo que estamos hablando acá.

Ayer fuiste excesivamente ingrato con la final de la Champions. Tenía tiempo sin ver esto, pero ayer privilegiaste al rico sobre el pobre; favoreciste al que propugna como filosofía el músculo financiero sobre el que propugna el trabajo y el esfuerzo de los humildes y anónimos. Preferiste al que te dice: " el dinero lo puede todo" sobre aquel que refuta "solo el trabajo da la victoria". Y lo hiciste de una manera incorrecta, humillando al que menos tiene, porque, al final, tú lo sabes y yo lo sé, ese juego lo decidió la mayor cuenta corriente de un equipo sobre otro, no el mejor fútbol. Y eso, ambos lo sabemos, no tiene nada que ver contigo. Tú sabes que yo no soy amigo de apasionarme por equipos que no sean los de mi tierra y mi pueblo, tal como tú me enseñaste, pero debo decirte esto, aunque te pueda sonar como cierta alegoría o despecho blaugrana que tú, mejor que nadie, sabes que no existe en mí.

Porque ayer tenías un equipo como los que a tí te han gustado siempre: un equipo medio, con jugadores anónimos cuya nómina sumada es la de un solo jugador del rival. Con un DT de esos que nos invitan a soñar y que parecen encarnar el verdadero espíritu del juego; con una fanaticada tan acostumbrada a la derrota y al sufrimiento que ni ellos mismos se creían que estaban en esa instancia. Al frente tenían a un encopetado rival, acostumbrado a estas lides y en busca de su (imaginate tú) DÉCIMA copa. Con jugadores con salarios y egos estratosfericos y conocidos en todo el orbe, con un DT ya ganador de cuantos torneos puedas imaginar. Era la historia que siempre nos ha gustado: David contra Goliat. Pero mi estimado, algo pasó, porque el final no fue un final futbolero. Fue peor, fue un final lógico, predecible; algo impensable en nuestro mundo. Una falla del sistema, de nuestro sistema. Ganó el fuerte, el millonario, el encopetado. 

Esperemos que esto solo haya sido un error de esos que a veces ocurren, y que de verdad no te me estés acostumbrando a los estadios 5 estrellas, a los millones que mueven tu mercado o a la excesiva puesta en escena tipo película de Hollywood de tus torneos. Sabemos que el mundo evoluciona, y que los románticos del deporte como nosotros estamos destinados a extinguirnos; pero creo que, de alguna forma u otra, los valores que encarnas y que te han hecho lo que eres jamás deben ser enervados. Tú siempre has sido del débil, del pobre, del rechazado, del que no cumple con los parámetros del resto de la sociedad. Esa ha sido tu magia de siempre.

Ahora viene tu fiesta máxima, la Copa Mundial. No soy tan iluso como para pensar que privilegiarás a mi candidato (algún país de Africa que todavía no decido); pero sí aspiro que te des una vuelta por tus orígenes y tus historias, y que, como antaño, estés preparando esos batacazos que llegan hondo en el alma, que patean al soberbio y que te hacen lo que siempre has sido: el deporte del pueblo.