No existe en el mundo del fútbol selección más golpeada a través de la historia que la Selección de Holanda. Nunca un país ha sido tan despreciado en su amor y su cortejo por el buen fútbol y por la calidad como la pequeña nación de molinos y tulipanes.
Y miren que estos naranjas han tocado más de una vez la puerta del castillo de la bella doncella, tan desesperada de amor como ciega para reconocerlo. Una y otra vez han ofrecido villas y castillos, buen fútbol y clase que raya en la poesía futbolística, pero que va. El amor y la bendición de la buena fortuna futbolística lo ha relegado una y otra vez a puestos de segundón, mientras vuelca su verdadero amor sobre otros candidatos de dudosa reputación.
Cruyff, Neeskens, Krol, Rep, Gullit, Riijkaard y un tal Van Basten han sido algunos de los que a través de los tiempos se han encargado de buscar la manera, una y otra vez, de que esa ingrata y a ratos loca damicela pudiera darse cuenta de la calidad de amante que se le rendía a sus pies. No hubo manera sin embargo. Más recientemente, otra generación ha buscado formas alternas de enamorar a tan difícil princesa. Se estuvo muy cerca hace cuatro años, pero al final, en un último acto de marcada malcriadez e incoherencia (algo común en semejante personaje) la diosa fortuna eligió bendecir a un tercero distinto al buen fútbol venido de los Países Bajos.
Cualquiera en una situación similar de tan evidente ingratitud, hubiera levado anclas y partido a buscar otros horizontes, a cortejar a otras amantes que seguramente apreciarían con mayor gratitud todo el amor y la consideración de que hace gala este loable pretendiente. Pero que va, estos naranjas mueren con la suya, se empeñan, una y otra vez, con lealtad a su sistema y a su estilo, en tocar cada vez más fuerte la puerta del castillo de la doncella, gritando y demostrando, en un ejercicio que raya el absurdo, el eterno amor por el que han vivido. Buscando, que dudas cabe, que si no es por amor, por lo menos sea por persistencia que algún día sea tomado en cuenta. La tiene difícil, eso es seguro.
Pero el fútbol tiene sus cosas y la pelota es redonda. Y algo de justicia poética se puede encontrar todavía en algunos lados. De otra forma no puede explicarse lo sucedido en el día de ayer, cuando una selección holandesa, de nuevo con su carta de presentación impecable de buen fútbol, no solo le propinó a España una de las palizas menos esperada en la historia de los mundiales, sino que además lo hizo ver como si fuera la cosa más fácil y normal del mundo. Y miren que agarrar al vigente campeón del mundo y bicampeón europeo, y darle hasta con el tobo, puede ser de todo, menos fácil y para nada normal que ocurra.
Pero allí estaban de nuevo los herederos de las viejas glorias de aquella acertadamente denominada "Naranja Mecánica" de los 70 (dos veces subcampeones mundiales); o de aquella máquina aceitada de buen fútbol que era Holanda a finales de los 80 y principios de los 90 (campeones de Europa) o más recientemente de aquel equipazo apeado de la final por los ingratos lanzamientos penales en Francia 98. Estos panas llevan la calidad en los genes y, sin atisbos de ningún tipo, le metieron 5 pepinazos a la soberbia España, tan inundada de halagos y farándula, que de verdad se comenzaron a creer que están en el club de los intocables del fútbol. Caro pagaron su equivocación, sin duda. La misma España que les quitó el manjar de la boca en el último mundial; la misma que alteró el orden natural de los campeones mundiales y vino a ocupar el puesto que innegablemente le correspondía a Holanda en la historia del fútbol.
Y es que el fútbol, a no dudarlo, le ha devuelto a Holanda, en solo 90 minutos, algo de lo mucho que estos panas le han entregado. Un fútbol sin complejos, con su propia marca personal, que hace de la calidad, la técnica y la estrategia una amalgama sin muchas referencias de comparación en el mundo actual. Un fútbol que siempre va hacia adelante, pues no saben vivir ni respirar de otra forma. Un fútbol si se quiere eternamente adolescente, lleno de esperanzas y sueños, que a veces incluso raya en la inocencia.
Es ese fútbol adolescente el que ayer dominó por completo a un campeón mundial demasiado ocupado en modelos, cantantes, prensa chaborra y un sin fin propios de la hispanidad moderna. Un campeón demasiado lento que pensó que podía ganar solo con nombres, olvidando la premisa fundamental de que en el fútbol ganan son los hombres. Justicia Poética en todo el sentido de la palabra la victoria holandesa de ayer, porque la misma significó, en dos platos, la victoria del buen fútbol sobre la dejadez y la mediocridad.
Y si, ciertamente, nadie en su sano juicio cambiaría ganar la final de un mundial (así sea por penales) por golear en el primer partido de la Copa. En eso estemos claros, sobre todo aquellos que hablaban de "revancha" por lo sucedido ayer. Nada más alejado de la realidad. No conocerán ningún holandés que no cambie 100 partidos como el de ayer por alguna de las 3 veces que han llegado a la final. Tampoco diremos que ya Holanda va a ganar esta vaina de manera invicta además.
Y mucho menos esperemos que aquella doncella del castillo, tan reacia al cortejo, a ratos desesperado del leal amante, haya milagrosamente cambiado de opinión y ahora sí, esté dispuesta a darle el ansiado "sí" al caballlero ataviado de naranja. Ella ya está viendo (de nuevo) a sus tradicionales candidatos y de allí parece que no la saca nadie. Así es la vida, y el fútbol también.
Pero esa misma doncella, por unos cuantos segundos, luego del pitazo final que anunciaba el 5-1 definitivo con el que su favorito cayó apaleado, en medio de la confusión y evidente enojo, se permitió un dejo de sonrisa al término del partido, mientras miraba a su eterno enamorado. Fue imperceptible ciertamente, pero para el orgulloso caballero venido de las tierras de molinos y tulipanes, eso ha sido suficiente recompensa.