Soy un constante usuario del transporte público de esta ciudad. O dicho en otras palabras, soy un ciudadano a pie. Si se quiere ser más despectivo, pueden decir que soy un pelabola que anda en carrito y en metro. Ni modo, sea cual sea el epíteto que mejor se adapte al interlocutor en cuestión, el hecho verdadero es que me la paso compartiendo espacio y tiempo, casi a diario, con el llamado "pueblo" "Juan Bimba" o "populacho".
Sería ya asunto de otro tema la razón del por qué no ando moviéndome actualmente en un flamante BMW, o en una llamativa Merú. O ni siquiera en un humilde Corsa. Bastaría resumir que el Doctor Rodríguez (mi padre) me ofreció un vehículo en primer año de mi carrera en la Universidad, nuevecito de agencia. Luego la oferta fué modificada y se pasó a uno usado. Yo me negué, por supuesto, como buen muchacho malcriado. "Entonces no hay carro!!!", me dijo mi no tan malcriador viejo. Al final dicha disputa se redujo a "cuando tenga dinero te lo compro". Y bueno, entre año y año llegó mi graduación, al final me quedé sin el chivo y sin el mecate. Con el título de abogado vino el fin de la suscripción a Fundapapá, así que a partir de entonces entendí que cualquier vehículo automotor que aspirara a tener, tendría que ser pagado por mi bolsillo, desde el primero hasta el último bolívar.
Pero bueno, mientras todavía sigo reuniendo para ver si llego a un carrito iraní aunque sea, me muevo en la ciudad, bien sea en metro, taxi, mototaxi o, no faltaba más, en los pintorescos autobuses "por puesto" que pululan en nuestras congestionadas calles. Y fue allí, en uno de esos particulares viajes, que descubrí de manera cierta, una de las características más notable de nuestra nacionalidad, y que yo relaciono de manera directa con todo el mundo "irreal" en el que vivimos actualmente, ese mundo que nos tiene andando "pa atrás" como el cangrejo.
En el "por puesto" que abordé en estos días, se encontraba pegado, de manera clara, un letrerito fácilmente visible para cualquier pasajero, el cual contenía las siguientes tres palabras: "Pasaje al Subir". Directriz demasiado clara como para admitir algún tipo de "interpretación extensiva" de la norma, hablando en términos jurídicos. Evidentemente, la intención del admirable y laborioso chofer de esa unidad era que cada pasajero pagara su pasaje apenas se montara en el vehículo. Yo lo hice, pero debo admitir que me costó un poco sacar de una buena vez mis 2 Bs sin ni siquiera haber iniciado el trayecto. Y es que música paga no suena, dicen por allí.
Sin embargo era increíble como en todo el trayecto que duró el viaje, NI UNO SOLO le hizo caso al letrero. Todos subían y se instalaban en los rústicos asientos de la unidad, sin ni siquiera inmutarse sobre la directriz claramente pegada en la pared del carrito. Todos, absolutamente todos los pasajeros pagaban era al bajarse, no al subirse. Tampoco el chofer estaba muy interesado en hacer cumplir la norma. Al contrario, con su silencio, dejo o lo que fuera contribuía a ese incumplimiento masivo de la ley que se estaba escenificando ante mis ojos.
Y entonces comencé a recordar tantas cosas que nos caracterizan como "ciudadanos" de esta Tierra de Gracia. Ejemplos similares de como somos y como nos comportamos comienzan entonces a tener sentido. Y es que, definitivamente, y fuera de toda duda, el venezolano AMA la anarquía. Le encanta ser parte de una tierra sin ley ni orden, y lamentablemente, eso se refleja en todas las capas y en todos los niveles de nuestra sociedad.
Se recuerda entonces como a los peatones de nuestras calles les cuesta casi un ojo de la cara, esperar a que una simple lucecita verde les permita el paso. Que va. Ellos siempre están demasiado apurado como para aguantarse 5 minutos en una esquina hasta que ese fastidioso aparato amarillo les coloque el muñequito en pose de caminar. Es sorprendente observar como de cada 10 personas, solo una (a la cual seguramente más de una vez lo habrán puesto de pendejo) espera su luz de cruce. El resto se lanza en una manada hambrienta por alcanzar la otra orilla de la calle, no importa que vengan carros por la vía. Ellos los esquivan y punto. Por supuesto, todo esto se hace en las narices del fiscal de tránsito, el cual, si mal no recuerdo, recibe una remuneración, pagada del bolsillo de todos los venezolanos que cancelan sus impuestos, para precisamente evitar que esas cosas se produzcan.
Ah pero, ¿que decir de los "adinerados" y "burgueses" conductores de cuanto vehículo de lujo transitan nuestras maltratadas calles? Cualquier clasista disfrazado de esos que frecuentan los sitios mas exclusivos de la ciudad seguramente afirmará que, por lo menos en este segmento, la costosa educación pagada por sus familias en los mejores y más caros institutos educativos del país se reflejará en la conducta que los mismos observan en el cumplimiento de las normas y leyes que rigen nuestra vida en sociedad. Y es que esa denominada "Clase A", "Clase B" "A+," o como quieran llamarla, es sin duda, el reflejo de país que todos queremos ser.
Pero, (porque siempre hay un pero) eso no es exactamente así. Estas personas seguramente hablarán 4 idiomas mínimo, habrán visitado medio mundo, estarán al tanto de las fluctuaciones de la Bolsa en 7 ciudades distintas, y podrán recitar de memoria el último informe financiero del Banco Mundial, y sin embargo, SE LES VA LA VIDA en poder colocar su flamante carro detrás del rayado de peatones, por donde deben cruzar aquellos "pendejos" que sí respetan su señal de cruce. Es increíble como una maniobra tan sencilla no es realizada por casi ningún vehículo en esta ciudad. El peatón siempre debe hacer su respectivo zig-zag por los carros porque, sencillamente, su paso natural, el rayado de peatones, está completamente cubierto de cauchos y ruedas. Por supuesto, el fiscal de tránsito también está allí, pero, no le exijan mucho vale. Ya bastante hace con llegar a la hora a su trabajo.
A estos dos ejemplos, tan simbólicos de la cotidianidad caraqueña, se le pueden agregar muchos más. Como aquella final de fútbol donde estaba prohibida la venta de alcohol y, sin embargo, la plaza aledaña al estadio estaba literalmente llena de latas vacías de cerveza, mientras las que estaban llenas eran placenteramente vaciadas por los gañotes de los aficionados, ante la mirada pasiva de las autoridades policiales. "Esto es Venezuela pana", se escuchó decir a un sonriente joven a la distancia. Triste pero cierto.
O también se puede acudir a esa Hermandad Sagrada de la anarquía caraqueña, como son los motorizados. Estos panas poseen un master en el incumplimiento continuo de normas y directrices. Para ellos no existen semáforos, cruces prohibidos, aceras para peatones ni nada de eso. Tal cual enjambre de abejas asesinas, éstos insectos de cascos y dos ruedas prácticamente invaden y son los dueños de las calles. No hay autoridad que pueda (y lo más importante, quiera) controlarlos. Son la peor pesadilla de los conductores en las calles, sin duda alguna.
Entonces, es el momento en que uno se pone a filosofar políticamente, y comienza a preguntarse: ¿éste es el pueblo al cual se le quiere dar más poder? ¿Estos son los ciudadanos que deciden el futuro de mi país? ¿Estos son los que votan por presidentes, diputados, gobernadores, alcaldes, etc etc? ¿Estos???
Parafraseando en sentido contrario, un viejo adagio jurídico, uno concluye que, definitivamente, "el que no puede lo menos, no puede lo más", y así precisamente es que me siento cada vez que observo como se comporta el grueso de mis compatriotas, en todos los niveles, sobre el cumplimiento de las normas más sencillas de convivencia social. Si somos incapaces de cumplir una simple directriz pegada en la pared de un carrito por puesto, ¿como carajo vamos a poder cumplir, (y exigir el cumplimiento) llegado el momento, con todas las disposiciones constitucionales y legales que garanticen el progreso y desarrollo de la Nación entera?
Tal vez en ese simple hecho de no pagar al subir, tal como lo dice el "fastidioso letrerito", se encuentre la génesis de todo lo que está pasando actualmente en este país. Ese dejo, ese desprecio hacia cualquier regla o norma de conducta o convivencia, es un síntoma de sociedad, que no es exclusivo de ninguna clase o condición social. Todos tenemos ese pequeño anarquista dentro de nosotros, y lo peor, es que cada vez como que toma mayor fuerza.
Y es que esa pequeña escena del pasajero que no paga al subir, y el chofer que no se lo exige, se repite y multiplica en muchos e incontables niveles de nuestra maltrecha sociedad, con las consecuencias que ya muchos en este país conocemos, derivadas de tanto desdén por el cumplimiento de lo que está previamente dispuesto. Así no se va a ningún lado, me parece.
Entonces, ya lo saben. Si alguna vez se montan en un carrito y ven un letrero de "Pasaje al Subir", hagan el esfuerzo, saquen sus dos monedas y paguen su pasaje tal como dice la norma. Quizás, en ese mismo momento, en algún otro lugar, otras personas, bajo otras situaciones, hagan también un pequeño esfuerzo y se decidan, de una buena vez, a cumplir con la Constitución y con las leyes de este país.
Sería ya asunto de otro tema la razón del por qué no ando moviéndome actualmente en un flamante BMW, o en una llamativa Merú. O ni siquiera en un humilde Corsa. Bastaría resumir que el Doctor Rodríguez (mi padre) me ofreció un vehículo en primer año de mi carrera en la Universidad, nuevecito de agencia. Luego la oferta fué modificada y se pasó a uno usado. Yo me negué, por supuesto, como buen muchacho malcriado. "Entonces no hay carro!!!", me dijo mi no tan malcriador viejo. Al final dicha disputa se redujo a "cuando tenga dinero te lo compro". Y bueno, entre año y año llegó mi graduación, al final me quedé sin el chivo y sin el mecate. Con el título de abogado vino el fin de la suscripción a Fundapapá, así que a partir de entonces entendí que cualquier vehículo automotor que aspirara a tener, tendría que ser pagado por mi bolsillo, desde el primero hasta el último bolívar.
Pero bueno, mientras todavía sigo reuniendo para ver si llego a un carrito iraní aunque sea, me muevo en la ciudad, bien sea en metro, taxi, mototaxi o, no faltaba más, en los pintorescos autobuses "por puesto" que pululan en nuestras congestionadas calles. Y fue allí, en uno de esos particulares viajes, que descubrí de manera cierta, una de las características más notable de nuestra nacionalidad, y que yo relaciono de manera directa con todo el mundo "irreal" en el que vivimos actualmente, ese mundo que nos tiene andando "pa atrás" como el cangrejo.
En el "por puesto" que abordé en estos días, se encontraba pegado, de manera clara, un letrerito fácilmente visible para cualquier pasajero, el cual contenía las siguientes tres palabras: "Pasaje al Subir". Directriz demasiado clara como para admitir algún tipo de "interpretación extensiva" de la norma, hablando en términos jurídicos. Evidentemente, la intención del admirable y laborioso chofer de esa unidad era que cada pasajero pagara su pasaje apenas se montara en el vehículo. Yo lo hice, pero debo admitir que me costó un poco sacar de una buena vez mis 2 Bs sin ni siquiera haber iniciado el trayecto. Y es que música paga no suena, dicen por allí.
Sin embargo era increíble como en todo el trayecto que duró el viaje, NI UNO SOLO le hizo caso al letrero. Todos subían y se instalaban en los rústicos asientos de la unidad, sin ni siquiera inmutarse sobre la directriz claramente pegada en la pared del carrito. Todos, absolutamente todos los pasajeros pagaban era al bajarse, no al subirse. Tampoco el chofer estaba muy interesado en hacer cumplir la norma. Al contrario, con su silencio, dejo o lo que fuera contribuía a ese incumplimiento masivo de la ley que se estaba escenificando ante mis ojos.
Y entonces comencé a recordar tantas cosas que nos caracterizan como "ciudadanos" de esta Tierra de Gracia. Ejemplos similares de como somos y como nos comportamos comienzan entonces a tener sentido. Y es que, definitivamente, y fuera de toda duda, el venezolano AMA la anarquía. Le encanta ser parte de una tierra sin ley ni orden, y lamentablemente, eso se refleja en todas las capas y en todos los niveles de nuestra sociedad.
Se recuerda entonces como a los peatones de nuestras calles les cuesta casi un ojo de la cara, esperar a que una simple lucecita verde les permita el paso. Que va. Ellos siempre están demasiado apurado como para aguantarse 5 minutos en una esquina hasta que ese fastidioso aparato amarillo les coloque el muñequito en pose de caminar. Es sorprendente observar como de cada 10 personas, solo una (a la cual seguramente más de una vez lo habrán puesto de pendejo) espera su luz de cruce. El resto se lanza en una manada hambrienta por alcanzar la otra orilla de la calle, no importa que vengan carros por la vía. Ellos los esquivan y punto. Por supuesto, todo esto se hace en las narices del fiscal de tránsito, el cual, si mal no recuerdo, recibe una remuneración, pagada del bolsillo de todos los venezolanos que cancelan sus impuestos, para precisamente evitar que esas cosas se produzcan.
Ah pero, ¿que decir de los "adinerados" y "burgueses" conductores de cuanto vehículo de lujo transitan nuestras maltratadas calles? Cualquier clasista disfrazado de esos que frecuentan los sitios mas exclusivos de la ciudad seguramente afirmará que, por lo menos en este segmento, la costosa educación pagada por sus familias en los mejores y más caros institutos educativos del país se reflejará en la conducta que los mismos observan en el cumplimiento de las normas y leyes que rigen nuestra vida en sociedad. Y es que esa denominada "Clase A", "Clase B" "A+," o como quieran llamarla, es sin duda, el reflejo de país que todos queremos ser.
Pero, (porque siempre hay un pero) eso no es exactamente así. Estas personas seguramente hablarán 4 idiomas mínimo, habrán visitado medio mundo, estarán al tanto de las fluctuaciones de la Bolsa en 7 ciudades distintas, y podrán recitar de memoria el último informe financiero del Banco Mundial, y sin embargo, SE LES VA LA VIDA en poder colocar su flamante carro detrás del rayado de peatones, por donde deben cruzar aquellos "pendejos" que sí respetan su señal de cruce. Es increíble como una maniobra tan sencilla no es realizada por casi ningún vehículo en esta ciudad. El peatón siempre debe hacer su respectivo zig-zag por los carros porque, sencillamente, su paso natural, el rayado de peatones, está completamente cubierto de cauchos y ruedas. Por supuesto, el fiscal de tránsito también está allí, pero, no le exijan mucho vale. Ya bastante hace con llegar a la hora a su trabajo.
A estos dos ejemplos, tan simbólicos de la cotidianidad caraqueña, se le pueden agregar muchos más. Como aquella final de fútbol donde estaba prohibida la venta de alcohol y, sin embargo, la plaza aledaña al estadio estaba literalmente llena de latas vacías de cerveza, mientras las que estaban llenas eran placenteramente vaciadas por los gañotes de los aficionados, ante la mirada pasiva de las autoridades policiales. "Esto es Venezuela pana", se escuchó decir a un sonriente joven a la distancia. Triste pero cierto.
O también se puede acudir a esa Hermandad Sagrada de la anarquía caraqueña, como son los motorizados. Estos panas poseen un master en el incumplimiento continuo de normas y directrices. Para ellos no existen semáforos, cruces prohibidos, aceras para peatones ni nada de eso. Tal cual enjambre de abejas asesinas, éstos insectos de cascos y dos ruedas prácticamente invaden y son los dueños de las calles. No hay autoridad que pueda (y lo más importante, quiera) controlarlos. Son la peor pesadilla de los conductores en las calles, sin duda alguna.
Entonces, es el momento en que uno se pone a filosofar políticamente, y comienza a preguntarse: ¿éste es el pueblo al cual se le quiere dar más poder? ¿Estos son los ciudadanos que deciden el futuro de mi país? ¿Estos son los que votan por presidentes, diputados, gobernadores, alcaldes, etc etc? ¿Estos???
Parafraseando en sentido contrario, un viejo adagio jurídico, uno concluye que, definitivamente, "el que no puede lo menos, no puede lo más", y así precisamente es que me siento cada vez que observo como se comporta el grueso de mis compatriotas, en todos los niveles, sobre el cumplimiento de las normas más sencillas de convivencia social. Si somos incapaces de cumplir una simple directriz pegada en la pared de un carrito por puesto, ¿como carajo vamos a poder cumplir, (y exigir el cumplimiento) llegado el momento, con todas las disposiciones constitucionales y legales que garanticen el progreso y desarrollo de la Nación entera?
Tal vez en ese simple hecho de no pagar al subir, tal como lo dice el "fastidioso letrerito", se encuentre la génesis de todo lo que está pasando actualmente en este país. Ese dejo, ese desprecio hacia cualquier regla o norma de conducta o convivencia, es un síntoma de sociedad, que no es exclusivo de ninguna clase o condición social. Todos tenemos ese pequeño anarquista dentro de nosotros, y lo peor, es que cada vez como que toma mayor fuerza.
Y es que esa pequeña escena del pasajero que no paga al subir, y el chofer que no se lo exige, se repite y multiplica en muchos e incontables niveles de nuestra maltrecha sociedad, con las consecuencias que ya muchos en este país conocemos, derivadas de tanto desdén por el cumplimiento de lo que está previamente dispuesto. Así no se va a ningún lado, me parece.
Entonces, ya lo saben. Si alguna vez se montan en un carrito y ven un letrero de "Pasaje al Subir", hagan el esfuerzo, saquen sus dos monedas y paguen su pasaje tal como dice la norma. Quizás, en ese mismo momento, en algún otro lugar, otras personas, bajo otras situaciones, hagan también un pequeño esfuerzo y se decidan, de una buena vez, a cumplir con la Constitución y con las leyes de este país.