Hace poco tuve una conversación (bueno lo de conversación es un decir, lo correcto sería decir un intercambio de mensajes por el BB; así están los tiempos hoy en día) con una buena amiga, cuyo nombre no es determinante acá, pero que a los efectos llamaremos CT. El intercambio de mensajes, entre palabras más y palabras menos, discurrió de la siguiente forma:
Yo (en son de joda): (...)pero el sábado le voy al Madrid contra el Barsa!!(...)
CT: es imposible que le vayas al Madrid cuando el juego del Barsa es más bonito y limpio!!
Yo (en tono acádemico): eso no importa, el fútbol es un estado de ánimo y el Madrid viene en alza...
CT (supertemeraria):!!Disculpame pero perdoname que te contradiga, pero el fútbol NO es un estado de ánimo, el fútbol es una pasión que nace en el balón y se desarrolla con los 11 que lo tocan en la cancha. Si el fútbol no es más que un estado de ánimo para tí, entonces eres un AFICIONADO, no un verdadero fanático!!!.
Quienes de verdad me conocen, así lo que se dice bien, sabrán cual es mi estado de ánimo cuando me dedico a hablar de fútbol. También los que me conocen saben que si de algo no me podrán tildar jamás en esta vida (del resto sí) es de que yo no sepa de que estoy hablando cuando hago alguna referencia al deporte más universal del mundo. Quienes me conocen, saben la reacción químico-neuro vascular que semejante frase, escrita por mi querida CT, pudo producir y de hecho produjo en mi organismo.
Y no es que CT sea cualquier aficionada. No, al contrario. Si una de las principales cosas que me gustan de ella es que no es la típica fémina que observa el fútbol sólo para ver a los tipos en pantalones cortos. Sí lo hace como no, pero al lado de ésta muestra irrefutable de su feminidad (porque sí algo tiene también es eso) CT es una caraja que de verdad le gusta el juego, se apasiona por su equipo, insulta a los árbitros, conoce las posiciones de los jugadores y hasta va al estadio!!!...aunque últimamente su versión de mujer casada no hace acto de presencia en el Olímpico con la regularidad que lo hacía la mujer soltera (mucho más divertida que aquella). En todo caso estoy averiguando si es que las actas de matrimonio de ahora contienen alguna prohibición a las mujeres casadas de ir al estadio a apoyar, pero ese es otro tema.
De hecho, por CT es que mi tradicional intolerancia hacia esa despreciable extirpe denominada "pastelero" ha amainado en los últimos tiempos (Pastelero: argot futbolístico venezolano para identificar a esas personas que se cortan las venas por equipos cuyas ciudades se encuentran a 3.000 km de distancia) . Ella de cierta forma me hizo ver que se puede ser de aquí y de allá, siempre y cuando exista un vínculo de sangre fuerte con la tierra de los ancestros y aunque no exista dicho vínculo, esa vaina es peo de ellos, me dijo una vez. Cierto, así es.
No obstante lo anterior, me parece que mi querida y catalana (si, es del Barcelona y por cuestiones de sangre, no como la mayoría de los pasteleros de acá, aquí vino otra vez mi intolerante reprimido) amiga se equivoca de cabo a rabo cuando pretende crucificarme por pensar, tal como los mayores expertos del mundo futbolístico piensan, que el fútbol es un estado de ánimo.
Veamos. La frase en cuestión se le ha endilgado a ese filósofo del fútbol llamado Jorge Valdano, campeón del Mundo con Argentina en el 86 y actual dirigente del odiado rival de CT, el Real Madrid. Aquí tal vez pueda radicar, en parte, la animadversión de mi estimada hacia la clásica frase, animadversión que se me antoja proveniente de su mismo ADN blaugrana, porque aunque CT es una de las mujeres mas inteligentes que conozco, no creo que haya tenido conciencia cierta de que la autoría de la frase correspondía a Jorge Valdano.
Y que explica esta frase, repetida y suscrita por centenares y centenares de jugadores y técnicos a lo largo de la historia? pues muy sencillo. La frase en cuestión nos explica, de una manera por demás sencilla, que no importa el talento, no importa la condición física, no importa que lleves 500 partidos invicto o que las apuestas estén en contra de tí 500 a 1. Lo verdaderamente importante y determinante para vencer en el fútbol, al igual que en la vida, es el estado de ánimo que se tenga para afrontar los partidos y desafíos que se te presentan. Punto. No hay mayor profundidad en esto. No se ha descubierto el agua tibia. Así es la teoría.
Pero esta teoría tiene su práctica, y comprobada además. Ejemplos en la historia del fútbol abundan, famosos y rebuscados. Entre los famosos (y mi favorito personal) está lo acontencido el 16 de julio de 1950 en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, Brasil. Se enfrentaban entonces, el superfavorito y talentoso equipo local, contra un Uruguay que venía en son propicio de cordero camino al matadero. De acuerdo a la modalidad de ese entonces, no se jugó un partido final como ahora se hace, sino que se jugó un cuadrangular. Para hacer el cuento corto, si Brasil empataba o ganaba, era campeón. Nadie osaba hablar de que el rudo y gris equipo uruguayo pudiera vencer, ni los mismos periodistas uruguayos lo creían pues. Un Brasil lleno de figuras, de talento, de pasión, de jogo bonito y espectacular era el claro favorito en las apuestas. Ciertos sectores uruguayos llegaron incluso a insinuar que era conveniente que algunos jugadores se hicieran expulsar para justificar la seguramente humillante goleada que recibirían.
Sin embargo, y ante un marco de 200.000 personas, y una inmensa nación de 100 millones de habitantes pegadas al aparato de radio, una sola persona, con un estado de ánimo distinto, cambió el rumbo de la historia. Cuando Brasil se fue arriba en el marcador, y el carnaval se encendía en el estadio y en todo el país, Obdulio Varela, capitán de los uruguayos, agarró el balón depositado en sus redes, se lo colocó debajo de un brazo y, con un trote lento, se dirigió al juez de línea para reclamar un off side por demás claramente inexistente. Los brasileños no entendían nada, y los uruguayos menos. Varela se quedó hablando con el linier y después exigió un traductor para que el inglés lo pudiera entender, mientras que los brasileños solo se dedicaban a insultarlo, desesperados por reanudar el juego. Allí pasó como 10 minutos.Tiempo suficiente para que el equipo brasileño y las 200.000 personas perdieran el ímpetu que trajo el gol. Luego, Varela trotó de nuevo hacia la media cancha y colocó de nuevo el balón para la reanudación. El trabajo estaba hecho: los jugadores uruguayos, que veían como el mundo se les venía encima al momento del gol brasileño, pudieron, en esos 10 minutos, modificar su estado de ánimo, calmarse y reagrupar fuerzas. Los brasileños, que traían el ímpetu de comerse al rival, aplacaron sus fuerzas. El resto es historia.
Y es que de verdad, no importa realmente el tamaño del rival, o lo bien que pueda jugar un equipo. El ánimo lo es todo. Si Varela no hubiera sido un tipo de esos que afrontaban los partidos con el temple que siempre mostró, si no se toma esos 10 minutos para que el ánimo de su equipo no cayera, seguramente ese día se comían mínimo 6 goles. El equipo de Brasil era evidentemente superior en todos los sentidos, pero un solo momento en el juego, donde el estado de ánimo de los jugadores fue modificado por una acción puntual, dió al traste con tanta magia futbolística que tenían en sus pies los jugadores del Scratch.
El fútbol está lleno de estos ejemplos. Más cercano a nuestro tiempo tenemos a la selección de España, de la cual mi querida amiga CT es clara doliente, hoy flamante campeona mundial y de Europa. España siempre tuvo el fútbol, siempre tuvo los jugadores, pero algo pasaba siempre, algo que no dejaba que la Roja perdiera el eterno mote de la "siempre favorita". Ese "algo" tenía evidentemente que ver mucho con el estado de ánimo de sus jugadores. Bastó que a trompicones y como pudieron (incluso venciendo a su eterna bestia negra, Italia, en semifinales) llegaran a la final de la Eurocopa del 2008 y vencer a los temibles alemanes, para que los españoles se convencieran de que sí eran capaces de ganar un torneo. Ese convencimiento es el estado de ánimo del que habla Valdano y compañía. El talento existía, las condiciones físicas también, la táctica impecable, pero sin convencimiento, sin el estado de ánimo adecuado, no se va pal baile en ningún lado. Si España no ganaba la Euro del 2008, seguramente tampoco habría ganado el Mundial, eso es seguro. ¿Que cambió en España? el ánimo con el que ahora enfrentan los partidos, con esa confianza que ahora les da el saberse campeones.
Por eso y por múltiples ejemplos más, mi querida CT, es que el fútbol es un estado de ánimo. Claro que el Barcelona tiene el talento, claro que su fútbol es una pasión que nace en el balón y se desarrolla con los 11 que están en cancha, pero nada de esto tendría sentido si cada uno de esos jugadores no tienen el estado de ánimo suficientemente aleccionado para brindar semejante espectáculo, el animus futbolisticus para llamarlo de alguna forma. Y por eso te puse el ejemplo del Real Madrid para el juego de mañana: ese equipo viene en alza porque saben que tienen en sus manos la oportunidad de vengar tantas humillaciones recientes que le ha impuesto la maquinaria de Guardiola. Están en semifinales de la Champions por primera vez en siete años y ante su eterno rival además, vienen de un 0-5 en el partido de ida y tienen la oportunidad, en menos de un mes, de borrar tantas humillaciones en varios frentes además. (La liga está perdida, pero pueden ganar Champions y Copa del Rey). Si hay algo que trabajan los cuerpos técnicos mi estimada, es el ánimo de los jugadores, porque saben que es aquí donde se deciden de verdad los partidos. Recuerda el famoso video de Guardiola antes de la final de Champions ante el Manchester U. Nada podría hacer tu amado Piqué si por cualquier causa, entra con un estado de ánimo inadecuado para un juego.
Y como se dijo, nada de esto es nuevo, ni se está descubriendo el agua tibia. El fútbol, con su desesperante simplicidad, constituye como pocos deportes un fiel espejo y reflejo de la vida, donde la única forma de enfrentar los desafíos y los problemas, sean grandes o pequeños,van a depender en mayor o menor medida del estado de ánimo con que las asumamos, porque al fin y al cabo, de nosotros mismos no dependen la mayoría de los problemas que nos encontramos, pero sí dependen de nosotros la forma como los enfrentemos, si tirarnos a llorar y dejar que todo se pierda, o de plantarle cara a la vida y darse golpes con ella cuando sea necesario.
Porque al final del cuento, mi catalana consentida, el fútbol, como la vida, es sencillamente un estado de ánimo.
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