domingo, 4 de septiembre de 2011

LA SELECCIÓN ES DEL PUEBLO

Taison se despertó como cada mañana, a regañadientes por los gritos de su padrasto, que le recordaba de manera poco cordial por demás, que tenía que levantarse a trabajar. El niño-joven, de 12 años de edad, con mucho esfuerzo se para de la pequeña habitación que comparte con sus tres hermanos menores, se lava la cara en el tobo de agua afuera de la humilde vivienda que habita, toma su desayuno, el agua de arroz que le han dejado listo en la mesa, y emprende el camino, escaleras abajo, a la gran ciudad, con su caja de lustrar zapatos a un lado, y la decepción acumulada en el otro.

El niño-joven no entiende muy bien ese tipo de injusticias. Él siempre la ha llevado en el corazón, siempre la ha defendido, incluso cuando todos se burlaban de ella. Tiene su pequeña pared tapizada con sus fotos, junto a la de su difunta madre, la cual le fue arrebatada por unos delincuentes similares a los que ahora quieren arrebatarle éste, su otro amor.

Amor. Esa palabra de repente le suena tan hueca. El niño-joven observa por la ventana del carrito por puesto que lo traslada hacia esa plaza del centro donde ofrece sus servicios, mientras recuerda esa sensación de bienestar y protección que solía sentir cuando su ausente madre lo abrazaba y besaba los días domingos en el parque adonde solían ir. Ciertamente, extrañaba ese tipo de emoción. Alguien le dijo una vez que eso era amor. No estaba muy seguro, pero si eso era así, apareció y desapareció de su vida demasiado rápido.

Hasta que la conoció a ella. Y entonces todo cambió. De repente, los maltratos del padrastro ya no le importaron mucho. Tampoco el comer solo dos veces al día y quizás una, dependiendo del trajinar del día, ni el haber tenido que dejar a sus amiguitos de la escuela y a la bonita maestra Paula para irse a trabajar y poder llevarle las canillas a sus pequeños hermanos en la noche. Total, así era la vida, o por lo menos, así era de donde él venía: pobreza, tristeza y trabajo.

Pero con ella, todo era distinto. Ella era la única que podía arrancarle una sonrisa a esa cara endurecida por la calle. Con solo observarla se le olvidaban de repente los retorcijones en el estómago por el hambre, o el frío de las noches en su plaza de trabajo. Ni que decir de aquellos días donde podía verla durante semanas consecutivas. Es que hasta le provocaba abrazar a esos malandros del barrio que le caían a coñazos para quitarle el poquito dinero que conseguía.

Hace días se enteró que, después de muchos años de ausencia, ella volvería a la ciudad. La emoción de ese día no fue nada normal. Las manos le sudaron de la emoción. Perdió hasta el apetito ese día, mientras con su limitada lectura en un diario tirado en la plaza averiguó que su gran amor vendría a visitarlo. De nuevo, el rostro endurecido dió paso a esa mirada de esperanza que solo un niño de su edad puede tener.

Pero la realidad le espetó en el rostro muy pronto algo que él ya debería haber aprendido: su gran amor viene, pero no a verlo a él. Por cosas de la vida, algunos, unos pocos, son los que deciden quienes pueden o no entrar a ciertos eventos. Taison, lamentablemente, ha sido elegido para ser uno de los que no pueden entrar. Así de sencillo.

El niño-joven no entiende nada. Mientras lustra un par de zapatos en su plaza del centro, sus pensamientos le recuerdan, una y otra vez, que él siempre la ha seguido, incluso cuando casi nadie lo hacía. Siempre ha soñado con sus colores. Su deseo más ferviente, y el que pedía en cada cumpleaños y cada carta de Niño Jesús era, junto al de que le devolvieran a su mamá, que llegara el día en que pudiera tener la camisa original de su Selección de Fútbol: la Vinotinto. La había visto siempre en las vitrinas de los televisores de las tiendas, agachado a un lado y sufriendo con cada gol recibido y gritando como loco por cada gol anotado. La sufría por radio cuando estaba en su casa, la había visto jugar en países cuyos nombres ni recuerda ya, y ahora que venía a jugar a su ciudad, ¿no podía verla?

El niño-joven sabe que nunca podrá reunir el dinero que se pide para poder entrar al estadio. El costo de una entrada equivale a lo que él puede ganar como en dos meses más o menos. Ni sueña con pedirle ayuda al padrastro, el cual se gasta lo poco que gana como mototaxi en cerveza y fiestas. Taison empieza a sospechar que todo es un engaño. Hace casi menos de un mes, todos decían que la Vinotinto era de todos los venezolanos, y que todos debemos apoyarla y quererla. Pero parece que unos tienen más derechos que otros para apoyarla y demostrar su afecto, piensa para sus adentros el niño-joven con el rostro ya endurecido, con la mirada perdida en la ventana del carrito por puesto que lo lleva hasta su casa.

Taison emprende ya el camino ascendente de las escaleras del barrio. No ha tenido un mal día. Por lo menos lleva lo suficiente para comprar unas canillas y el fiambre para sus hermanitos. Mientras sube por el cerro divisa a lo lejos las luces inconfundibles del estadio. Su gran amor, el único que tiene, está allí en ese preciso momento, y él no podrá verla. Llega al pequeño rancho, les ofrece el pan a sus hermanos, se lava como puede con el agua del tobo del patio, y se sienta al lado del aparato de radio, preparándose para escuchar el partido de su Vinotinto.

Un poderoso rayo de luz ilumina el lugar. Una hermosa joven, de piel tostada y cabello negro, con una pequeña caja entre sus manos, se acerca al niño-joven, mientras lo abraza y lo besa de la manera más tierna posible. Taison la abraza con todas sus fuerzas y entre lágrimas, le ruega que nunca lo abandone. La joven lo mira con cara de ternura y le susurra algo al oído. Le canta una canción y el niño-joven se va quedando poco a poco dormido sobre el regazo de la hermosa mujer.

Los gritos del padrastro resuenan en el rancho. Taison abre los ojos y se da cuenta de que se había quedado dormido junto al aparato de radio. No atina a decir palabra alguna, solo observa fijamente la camisa vinotinto guindada en su pequeña pared tapizada de fotos de su madre y de la selección, junto con la frase escrita en letras doradas sobre la pequeña nota que la cubría:

"...MI SELECCIÓN ES DEL PUEBLO..."



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