Termina la Copa América Argentina 2011 y la selección venezolana redondea el mayor triunfo de su escasa historia futbolística. Un triunfo que ha costado realmente "sangre, sudor y lágrimas", parafraseando a aquel Primer Ministro británico que en enhorabuena decidió luchar hasta el exterminio contra uno de los tantos dementes que de cuando en cuando asoman su cabeza por este confuso mundo.
Pero que nadie se equivoque. El triunfo de la Vinotinto no pasa de ninguna manera por haber dejado en cero al pentacampeón mundial Brasil, a pesar de de que todas las apuestas apuntaban a una fácil victoria de la verdeamarela, con su astro Neymar a la cabeza. Ese empate, logrado ante un fútbol que se ha cansado de humillarnos, tanto en la cancha como fuera de ella (es a un brasileño llamado Joao Saldanha, antiguo dirigente de la Confederación Brasileña a quien se le atribuye la frase "el fútbol venezolano es un chiste") si bien fue un golpe a la historia, no es ni de lejos el mayor triunfo de la Selección, ni siquiera por el hecho de que el verdadero "chiste" en la cancha viniera del país que vio nacer a Pelé, Garrincha y compañía.
Mucho menos se vaya a pensar en el triunfo logrado ante Ecuador. Si, ciertamente el funcionamiento ese día de la selección fue de otro mundo. Se le pasó por encima a un equipo que ha jugado dos de los tres últimos mundiales y que tiene jugadores realmente consolidados en las mejores ligas del mundo. Un país cuya prensa llegó a titular en alguna ocasión, ante el justo reclamo del profe Richard Páez por las pésimas condiciones del estadio de Quito donde se jugaría el primer juego de las eliminatorias, la frase: "vinieron como argentinos, que se vayan como venezolanos". Y como venezolanos nos fuimos entonces, como nos fuimos en esta ocasión, con sendos triunfos 1-0.
Tampoco se crea que fue el empate in extremis logrado ante Paraguay en el tercer juego. Es verdad, los guaraníes son una selección mundialista y representan un fútbol que históricamente le ha hecho mucho daño a Venezuela. Y aunque ciertamente ha sido Paraguay la encargada de terminar con las esperanzas venezolanas en los dos últimos procesos clasificatorios a la Copa Mundial, celebrando con mucha efusión dicho sea de paso, no fue esa hombrada a punta de puros huevos en los últimos dos minutos para mantener el invicto de la Selección el mayor triunfo vinotinto. Ni siquiera porque el gol de Grendy Perozo haya sido uno de los goles más gritado en la historia de esta Tierra de Gracia.
Chile? que se puede decir de este partido. Para muchos aquí se consiguió el mayor triunfo del seleccionado patrio. Pero no, no estoy de acuerdo. Cierto, en esos días el fútbol de este país fue realmente menospreciado por nuestros "hermanos" araucanos. Para ellos no importó que Venezuela en cuatro de los últimos seis juegos oficiales les haya sacado puntos. Tampoco tomaron la previsión de practicar tiros penales en la Copa América más pareja de toda la historia, ni disimularon su alegría por haber quedado cuadrados con Venezuela en cuartos. Ciertamente, los goles de Vizcarrondo y Cichero fueron una verdadera bofetada a la soberbia y al desprecio de un fútbol que, a pesar de llevarnos más de 60 años de ventaja, muestra en sus vitrinas los mismos trofeos que el nuestro.
Pero tampoco ese juego contra los chilenos fue el mayor triunfo de nuestra selección. De allí en adelante, vino la semifinal de lo imposible contra Paraguay otra vez, donde se cayó de la única forma que se podía caer: en series de penalties. Ya el juego contra Perú es parte de la anécdota.
Todo lo referenciado en esta Copa América sirve para poner en contexto el verdadero triunfo de la Selección, logrado ante el mayor rival que siempre tuvo la Vinotinto, y que ciertamente no son ni Argentina ni Brasil ni el resto de países con quien compartimos tierra continental. Ese rival, tan acérrimo como casi inconquistable por años, ha sido el propio pueblo venezolano.
Si, los mismos venezolanos, quienes con su apatía, su falta de apoyo y hasta su desprecio por momentos se convertían en el peor enemigo de todos esos jugadores que por años sudaban y daban el todo por el todo en el terreno por defender los colores de un país que sencillamente les daba la espalda. Todavía se recuerdan aquellos juegos en estadios nacionales donde Venezuela siempre era visitante. En mi caso particular recuerdo un Venezuela-Uruguay de eliminatorias en el Brígido Iriarte donde toda la tribuna popular estaba ataviada con la celeste. Increíble.
Que esta selección haya podido por fin vencer esa apatía y esa falta de apoyo, y por el contrario, haya podido unificar por semanas a un pueblo dividido por tonterías políticas, que la gente se haya agolpado en plazas y sitios públicos de todo el país para seguir a su selección, que la camisa vinotinto se haya absolutamente agotado en todos los comercios formales e informales, que los ruidos por la celebración de los goles venezolanos retumbaran como nunca antes, que las calles se trancaran en caravanas de pura euforia y orgullo e incluso que hasta las damas comenten lo atractivo que les resultan algunos jugadores venezolanos, se convierten en pruebas palpables de que sí, ciertamente algo ha cambiado.
Y es que de verdad, resultó altamente gratificante observar como amistades muy cercanas que hasta ayer ni se enteraban de cuando jugaba la Vinotinto, se convirtieran en los fanáticos más recalcitrantes de los colores nacionales. Las muestras de apoyo se observaron en todas partes, incluso en la hora amarga de la derrota en semifinales, derrota que no fue tal, porque el solo hecho de observar a 28 millones de almas llorando y mentando a la mamá de todos los jugadores paraguayos y del árbitro mexicano es algo que no puede considerarse derrota para el fútbol venezolano ni para la Nación en general. Celebramos juntos y lloramos juntos, pero TODOS JUNTOS. Eso es un triunfo, ese es el verdadero triunfo de este seleccionado.
Porque en el fútbol, como en la vida, se puede ganar o perder. Son cosas que pasan, pero unir 28 millones de personas en una sola voz, en un solo color y en un solo sentimiento, es un triunfo histórico, es algo extraordinario por lo que vale la pena brindar una y mil veces...
Pero eso sí, brindando con el mejor vinotinto que hay: El Vinotinto de Venezuela!!!!....
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