Tolerancia. En los últimos tiempos me parece que ha sido una de las palabras más manoseadas por las personas que hacen vida en este conuco político en que se ha convertido mi sufrido país en los últimos años. Todos hablan de que la tolerancia es una virtud, de que todos debemos ser tolerantes con los demás y con sus ideas. De que los mayores crímenes en la historia de la humanidad se han cometido precisamente es por la ausencia de ella, y muchas otras historias más.
Y me parece que todos tenemos un conocimiento más o menos vulgar de lo que significa tener tolerancia. En mi opinión, la misma consiste en respetar las ideas y acciones de los demás, aún cuando no estemos de acuerdo, en lo más mínimo, con ellas. Viendolo así, tan sencillo, pareciera que no es nada del otro mundo. Yo respeto tus ideas y tu forma de pensar y actuar, y tú respetas las mías. Sencillito pues, no hay mayor complicación. Todos felices y ya, como seres humanos y "racionales" que somos.
Pero si nos adentramos un poco en la dinámica de vida que uno lleva, sobre todo los que hemos compartido experiencias de vida en el territorio que comprendía la antigua Capitanía General de Venezuela, durante los últimos 11 años, podemos dar fé de que la cuestión no es tan sencilla. En esta parte del mundo, y tal como decía una vieja canción de Yordano: "te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas", y no de forma metaforica. De eso pueden dar fé muchas personas que hoy andan de vacaciones en algunas de las posadas que el Ministerio del Interior y Justicia regenta en varias localidades turísticas del país como Yare, La Planta, INOF, etc etc.
Y vamos a quitarnos en este punto la careta. Aquí todos somos unos intolerantes. Nos decimos que sí, que vamos a entender y aceptar las ideas de los demás, como somos seres civilizados que somos. Pero es mentira. Continuamente estamos juzgando y rechazando todo aquello que no nos parece. Sí podemos iniciar un debate, pues lo hacemos, y tratamos de "convencer" al otro de que está errado. De que esa idea que subyace inmutable en su pensamiento desde hace años, sencillamente está errada y punto. Y de paso, te digo que eres un bruto e ignorante porque, al final, de todas todas, el que tiene la razón soy yo, y punto. No acepto discutir sobre ese tema. Me junto con los que piensan como yo (o por lo menos con aquellos que no se atreven a contradecirme) y me alejo de todos aquellos que no me sigan la corriente. Así soy. Que le voy a hacer.
Así, en mi caso particular, debo confesar que no soy para nada tolerante con los que traten de refutarme una opinión en 3 temas: fútbol, historia y derecho. Claro, mi grado de intolerancia se va atenuando o gradando de acuerdo a mi interlocutor. Pero tiene un mínimo del cual no baja. Así, no es lo mismo hablar de fútbol con alguna de mis mijiticas (Mijiticas: par de amistades del sexo femenino que no son mas niñas porque no son más altas, aunque una de ellas sí se lanza ahora incluso al estadio de fútbol y sabe lo que es un "bateo y corrido", con la otra sí no hay esperanzas) que hablar, por ejemplo, con Richard Méndez, el narrador venezolano de ESPN. Tampoco sería lo mismo hablar de historia con alguno de mis panas cerveceros, que con Elías Pino Iturrieta. O hablar de Derecho con cualquiera de mis colegas abogados contemporaneos, que con mi ilustre padre, el mejor abogado que he conocido en mi vida. (Sip, lo sé, estoy parcializado por el evidente parentesco de consanguinidad en primer grado que me une con este señor).
Pero en fin, así somos por naturaleza, intolerables. Claro, siempre he pensado que, tal como lo mencioné con anterioridad, no es que podamos acabar de raíz con esa intolerancia. Sencillamente podemos atenuarla, no exaltarnos tanto cuando alguien manifieste una idea o ejecute una acción diferente a lo que nosotros estamos acostumbrados. Tratar de entender y aceptar, no las conclusiones o ideas que finalmente tienen esos otros, es claro que no lo haremos. Pero sí podemos TRATAR de entender las motivaciones o causas que dichas personas tienen para pensar o actuar de ese modo. Para mí, ese es el secreto de la cuestión. Sí tratamos de ponernos un poco en el lugar del otro, y entender las motivaciones o causas que se exponen, y después hacer una operación mental de traslado de esas motivaciones a nuestra experiencia diaria, me parece que allí habremos dado un gran paso, en esa vaina tan extraña que es aceptar y entender las ideas de otras personas que piensen distintos a nosotros. Es pues, una cuestión "racional", no de instinto. Esto es lo que yo llamo "la tolerancia de los intolerantes".
Hace dos días visité, como frecuentemente lo hago, el estadio Olímpico de la UCV para observar el último juego de Copa Libertadores de mi no tan adorado (por ahora claro) Caracas FC, el cual se enfrentaría a la Universidad de Chile. Y pude observar, en vivo y directo, un ejemplo claro del gran grado de intolerancia en que está sumergida nuestra sociedad actual. Pero al mismo tiempo, pude percibir también, un poco de esa "tolerancia de los intolerantes", que dicho sea de paso, fue absoluta mayoría ese día. Lo que pasa es que, en estos temas de Tolerancia, sin duda alguna se aplica aquel viejo adagio que dice "para construir se necesitan siglos y gigantes, para destruir un enano y un segundo".
El asunto resumido fue el siguiente: unos 40 o 50 aficionados chilenos de la Universidad de Chile llegaron, como llega cualquier aficionado leal a apoyar a su equipo, esté donde esté y juegue donde juegue, a las instalaciones del estadio y, por allá, bien lejos de la hinchada del Caracas, procedieron a instalarse y a poner sus trapos y banderas, preparandose para alentar a su equipo. Esto fue observado por aproximadamente 5.000 aficionados del Caracas se dieron cita en el coso universitario. Y estoy seguro de que si le preguntan a esos aficionados, TODOS sin excepción les contarán que ellos vieron exactamente lo mismo que yo les estoy mencionando. De este lado entonces, estamos los siglos y los gigantes, o dicho de otra forma, de este lado está "la tolerancia de los intolerantes".
Ah, pero nunca faltan el enano y el segundo. Nunca falta la intolerancia pues. Porque por otro lado, 40 o 50 desadaptados sociales (que no pueden llamarse jamás "hinchas") no vieron eso. No señor. Ellos vieron otra cosa. Vieron como una banda de mal nacidos chilenos "osaban" manchar el gentilicio y el honor del Estadio y de la Ciudad, (y cuidado sino del país también), en otras palabras, estaban violando la soberanía nacional. Ellos vieron como aquellas hordas venidas del sur del continente venían a acabar con nuestras familias y seres queridos, venían a escupirnos en la cara y a hacer mofa de nuestra nacionalidad y de nuestros colores.
Por eso, y seguramente a riesgo de su propia vida, no tuvieron otra opción que ir (eso sí, en cambote, ni de vaina solos), cual operación militar de tenazas, a rodear a esos desgraciados y hacerles sentir que la casa se respeta. ¿Y eso no era la función de los jugadores que integran el equipo y que iban a jugar el partido? podría preguntar cualquier distraído, pues no...de repente, ya no nos encontrabamos en un juego de fútbol. Ya esto era un asunto de orgullo nacional. Ciertamente, llegué a pensar que allí mismo iban a llegar los Sukhoi a bombardear la tribuna norte del estadio y borrar de la faz de la tierra a esos hijos de puta que habían osado vestir un color distinto al de la mayoría de los asistentes. Habíamos llegado pues, al territorio de la intolerancia.
Lo impresionante del asunto era la proporción numérica de ambos lados. Por un lado, casi 5000 personas, sentados en sus asientos, observando, con risas la minoría, con evidente desconcierto y verguenza la mayoría, como la intolerancia de 50 o 60 antisociales se daba de golpes y sillazos con una pared de cartón, llenos de un odio que nadie sabe de donde nace, (porque del fútbol evidentemente no es) dirigido hacia unos semejantes, cuyo único pecado fue el de querer seguir a su equipo en las buenas y en las malas, que no es otra cosa, valga la aclaratoria, que lo mismo que ellos alegan hacer.
El resto ya queda para la anécdota. Intervención policial. Perdigones, bombas lacrimogenas. Victoria en el campo de los chilenos. Vergonzoso partido para el Caracas. Piedras contra los invasores, encapuchados, mas perdigonazos. Futura suspensión internacional del estadio. Multas ecónomicas para el club. Todo un rosario de excelentes consecuencias pues. Y todo, resultado de las actuaciones de una minoría intolerante. (salvo la derrota del Caracas, producida por otros factores que no vienen al caso comentar).
Observandolo en retrospectiva, es verdaderamente revelador y preocupante además, como, en estas cuestiones de tolerancia, una absoluta minoría puede hacer y deshacer como quiera ante los ojos pasivos de una mayoría aplastante que solo se limita a observarlos. Y es que pareciera, que ese mismo escenario presentado hace dos días en mi lugar favorito del mundo, es perfectamente trasladable a cualquier situación en cualquier lugar. Ejemplos de estos sobran en la historia de la humanidad.
Pareciera entonces, que no basta con caer en cuenta que la gran mayoría de los seres humanos poseemos esa "Tolerancia de los intolerantes", que en el caso del juego de fútbol, impidió que 5.000 personas acribillaran a 50 chilenos. Sin embargo, esa misma tolerancia no pudo impedir que un grupo minúsculo se abrogara el derecho de tratar de destruir y apalear a esas personas que, finalmente, no pensaban igual que ellos, y con ello, destruir y apalear el momento de esparcimiento y recreación, de compartir con amigos y familia, que debe significar el fútbol y todo evento deportivo.
Que hará que unas personas tan jóvenes como las de ese día se conviertan en verdaderas maquinas de odio y agresión hacia los que piensan o actúan de manera diferente, no sé. Eso será cuestión de sociologos, expertos y similares. Podrán ser los tristes momentos en que vivimos, con una sociedad absurda y artificialmente dividida en dos bandos por simple voluntad de una minoría, donde hasta los colores que uno utiliza pueden ser motivo de pelea. Sí puedo decir que no es ni el fútbol ni el amor a un equipo ni a unos colores. El fútbol no es violencia ni agresión, el fútbol es vida, es alegría, es compartir con amigos y seres queridos. Y el amor por un equipo es apoyarlo, en las buenas y en las malas, es cantar y saltar, es aplaudir mas duro que tu rival, es llevar con orgullo sus colores. Nada que ver con agresiones físicas, ni mucho menos con cobardes ventajismos.
Y es que además, el venezolano no es así. Aquí jamás significó un peligro asistir a un evento deportivo. Eso era en otros países. Aquí no. Siempre nos enorgullecemos de que, todavía, un magallanero puede sentarse al lado de un caraquista en el estadio y disfrutar ambos del chalequeo y la jodedera, si nos referimos a la rivalidad deportiva mas famosa de nuestro país. Nunca hemos tenido ese grado de intolerancia, esa que lleva a agredir y a destruir. Podemos, como no, gritar, cantar e insultar a un árbitro, o a un jugador rival, pero eso es otra cosa, ya eso forma parte del juego, de la situación. Pero de allí, a herir y a atentar contra la integridad física de otras personas, hay mucha diferencia.
Yo por mi parte, seguiré asistiendo a mi estadio Olímpico, y seguiré apoyando a mi equipo como sé hacerlo: estando presente, hinchando y apoyando, llevando esa tolerancia de los intolerantes, y esperando que llegue el día en que esa masa mayoritaria podamos evitar, de alguna u otra forma, que lo absurdo de la violencia pueda volver a manchar un espectáculo que solo busca llevar alegría y entretenimiento, así sea por 90 minutos, a una población realmente cansada de tantos problemas cotidianos.
Porque al final, solo tengo una gran intolerancia, absoluta y comprobada: la intolerancia hacia los intolerantes...
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