viernes, 3 de diciembre de 2010

PEDACITO DE AMOR

Miró por enésima vez el reloj. Todavía no era hora. El tiempo pasa muy lento cuando lo que se requiere es rapidez. Para alguien como él, acostumbrado precisamente a todo lo contrario, a no tener nunca tiempo para nada, esta sensación de esperar es realmente extraña-¿Extraño? !Extraño es ese amor tuyo pana!!- le recordaba hace un par de días su compañero de trabajo Alejandro. Y no se equivocaba.

Siguió dando vueltas por su espaciosa oficina. Echó un vistazo a la ciudad que se reflejaba por la ventana. Observó el desesperante tráfico, propio de esa hora vespertina, y casi de manera inconsciente, se alegró de no estar allí atrapado a esa hora. De todas formas, un ejecutivo como él no puede ni siquiera soñar con salir de su trabajo cuando el sol está todavía tan brillante . Ese lujo se lo pueden permitir los mortales asalariados. No él. No el flamante Gerente Corporativo de la importante compañía internacional en la cual trabaja desde que era un simple estudiante.

Recordó su época de universitario. Tantos bochinches, sueños y amores. Tantas fiestas y alegrías. Inmediatamente cayó en cuenta que en realidad, todo eso podía haber formado parte de la vida de cualquier universitario, pero no la de él. Su recorrido por la Universidad fué de todo menos una fiesta. Siempre ambicioso, siempre estudioso, el único tiempo que no dedicaba a ser el primero de la promoción lo utilizaba en áquel restaurant donde fué mesonero un par de años, hasta que logró entrar en la importante compañía internacional como archivista. Y es que, a diferencia del resto de sus adinerados compañeros, el joven estudiante tenía que cubrir por su cuenta la media beca que tan generosamente le había otorgado la Universidad. Su padre hacía años que había dejado este mundo, y su pobre madre nunca estuvo en condiciones de ayudarlo, tan ocupada que estaba con su terrible adicción al alcohol.

No obstante, nunca se lamentó de nada de esto. En lo que a él concernía, siempre estuvo muy claro en lo que deseaba en la vida. Quería tener el mejor carro, la mejor casa, las mejores mujeres y la mejor ropa, punto. Si para eso hacía falta renunciar a las fiestas, a los amores universitarios, a los amigos, a la diversión y a todas esas tonterías que nada aportaban a su meta, pues se hacía y punto. No era nada tan complicado tampoco. Más de la mitad de sus compañeros universitarios verdaderamente lo odiaban, y el resto, sencillamente ignoraban a ese joven pretencioso, que utilizaba ropa tan barata y que se sentaba siempre en primera fila, sacando eso sí, las mejores notas de todo el aula.

La vida al final le dió la razón. Número uno de su promoción, fué rápidamente bombardeado por ofertas laborales de todos lados. Por cuestión de lealtad, pero también por el extraordinario salario que le ofrecieron, decidió permanecer en la importante compañía internacional donde empezó como archivista. Doce años después, ya con varios postgrados en su haber, con una cátedra en la Universidad y con un sólido prestigio profesional, estaba en la cúspide de su carrera. Vestía los mejores trajes, conducía los mejores vehículos y su casa estaba ubicada en uno de los lugares más exclusivos de la ciudad.

Volvió a mirar el reloj. No había caso. El mirarlo cada cinco minutos definitivamente no ayudaba a que el tiempo pasara más rápido. Un poco sorprendido, comenzó a notar ese nerviosismo propio que de un tiempo para acá lo invadía cada vez que se acercaba el momento de verla. Se rió para sus adentros. Decidió matar el tiempo bebiendo un trago del caro whisky escocés que le habían regalado uno de sus numerosos clientes. Al saborear el primer sorbo, se le vino a la mente el día de su boda. La espectacular Daniela, toda deseada y admirada. Cuando la vió entrar en la iglesia, vestida de blanco, precedida por un cortejo de 20 personas, supo sin ninguna duda que estaba presenciado el mayor error de su vida.

Daniela Van Bierden, una belleza de mujer, le había sido presentada por una compañera de la oficina en uno de los sitios de moda de la ciudad. Debió adivinar lo que se le venía cuando el primer comentario que le soltó, recién presentados apenas, era áquel que hacía referencia a lo decadente que se estaba convirtiendo ese lugar por el número cada vez mayor de "marginales" en el mismo. Pero el orgullo masculino, la vanidad de tener a ese portento de mujer al lado de él, le hizo olvidar rápidamente ese detalle, así como olvidar también el hecho de que la segunda pregunta que le hizo, después de conocerlo, fue preguntarle sin tapujos el monto mensual de su remuneración.

La farsa de matrimonio duró solo cuatro años. Después de ese período de tiempo, en el cual cada uno buscaba como hacerle la vida más imposible al otro, llegaron a la conclusión, de forma muy madura, de que al paso que iban terminarían uno en la cárcel y otro en el cementerio. Decidieron separarse y, claro, dividir todo aquello material que pudiera dividirse. Al final, y después de engordar las cuentas de varios bufetes de abogados, cada uno recuperó su libertad. Daniela se fue del país con el mismo novio que mantuvo durante todo el matrimonio, y él volvió a su antiguo penthouse, del cual, haciendo prudente caso de los consejos de sus abogados, nunca había prescindido.

Por fin el reloj parecía avanzar. Apuró el último trago de su segundo vaso de whisky y se dirigió al escritorio. Agarró su chaqueta de fina tela italiana y salió disparado hacia el pasillo de salida. Se despidió rápidamente de sus dos secretarias y les deseó feliz fin de semana mientras desaparecía detrás de las puertas del ascensor. Una vez en el vehículo, colocó su música favorita, se arregló un poco el cabello en el retrovisor y emprendió la marcha. Ya dentro de poco la tendría entre sus brazos.

Mientras el vehículo enfilaba en alta velocidad las avenidas de la ciudad, el corazón comenzaba a latir más fuerte. Las manos sudaban un poco frío. Recordó la primera vez que la vió. Allí conoció el amor a primera vista. Hasta ese momento, nunca creyó que tal cosa fuera posible. Ni siquiera sabía que era eso de amor. Su madre siempre fue una alcohólica, nunca pudo darle otra cosa que una leve sonrisa cuando no estaba ebria. Su padre solo le recordaba lo importante que era que sacara buenas notas en el colegio, eso sí, con una correa en las manos. Las mujeres que conoció anteriormente solo querían su dinero y él lo intercambiaba gustoso sólo por sexo. No tenía amigos, nunca le hizo falta uno.

Pero Andrea era diferente. Apenas la vió, supo que estaba irremediablemente perdido. Cuando le tocó la mano por primera vez, el corazón le latió tan fuerte que realmente le costó mantener la compostura que un gerente corporativo como él debe tener. No fué fácil conquistarla. De hecho, no estaba acostumbrado a ir detrás de ninguna mujer, pero con ésta tuvo que aplicar todo el manual de convencimiento para que ella apenas le dirigiera una sonrisa. Pero poco a poco se la fué ganando, hasta llegar a ese punto donde ambos se dan cuenta, de que uno no puede vivir sin el otro.

Comenzó entonces a imaginarse lo que haría con ella ese fin de semana. La llenaría de besos, de amor y de cariño. Ya había hecho reservaciones en un lugar especial que ella se moría por conocer. La contemplaría durmiendo a la luz de las velas, una de sus imágenes favoritas. La llevaría a comer a los mejores restaurantes. Le bajaría la luna si se lo pidiera.

Al lado de tanta felicidad, lo invadió también, el recurrente miedo de perderla algún día. De que ese amor se acabe. Porque en la vida, y él lo sabía muy bien, nada es para siempre. Sin embargo, siempre había escuchado que el amor verdadero todo lo puede, y en los ojos de Andrea, él veía, sin ninguna duda, amor sincero. Eso que nunca vió en los ojos de su madre, de Daniela o de ninguna otra mujer.

Aparcó el vehículo en el estacionamiento. Bajó a toda prisa y tocó la puerta de la lujosa casa. Una cara conocida le abre y saluda con un poco de desdén mientras le indica que ya Andrea baja. A los pocos minutos se escucha el taconeo de las escaleras, y él vuelve a sentir otra vez el corazón latiendo fuerte, las manos sudorosas y la boca reseca, pero ya no hay tiempo de nada. Una pequeña lágrima se escapa de sus ojos cuando los brazos de ella amarran su cuello y sus labios lo besan una y otra vez, al tiempo que pronuncia las palabras más hermosas que los oídos del exitoso gerente corporativo han escuchado en su vida:

-!Bendición papá!!!....


jueves, 2 de diciembre de 2010

BURLANDO AL DESTINO

Lo apretó fuertemente hasta casi romperlo. Caminó muy lentamente hacia el llamado "Mirador" del vecindario, se sentó en el borde del escalón y observó pensativa el atardecer que ya se venía. La ciudad entera se rendía a su mirada y la montaña lucía más verde que nunca, mientras el viento acariciaba suavemente su larga y despeinada cabellera. Una pequeña lágrima, casi imperceptible, recorría una de sus oscuras mejillas.

Ya no se acordaba de cuántas veces había temido este atardecer. Aunque la mayoría de su familia y de sus conocidos se habían cansado de repetirle que se olvidara de eso, que esas cosas no pasan. Ella siempre tan terca, siempre tan fastidiosa, insistía que sí, que era posible que algún día, todo eso podría suceder.

En su pequeña casa, una humilde estructura de cuatro paredes con techo de zinc, encaramada en el punto más alto de uno de los tantos cerros que bordean la ciudad, no había tiempo para atender las locuras imaginativas de la pequeña niña. Una madre solitaria, con cinco bocas que alimentar, no puede darse el lujo de estar escuchando tamañas tonterías. Saliendo de madrugada, limpiando dos casas de familia y una oficina por día, y regresando muy tarde en la noche, después de subir no menos de 500 escalones, la laboriosa señora no tiene tiempo de escuchar las visiones ni los cuentos de su hija más pequeña.

En su destartalada escuela, una pequeña casita un poco más grande que el resto de los ranchos que pueblan su vecindario, hace ya mucho tiempo que la soñadora joven es la única que asiste regularmente a la clase nocturna de la profesora Tibisay. El resto de los jóvenes hacía ya mucho que abandonaron las fórmulas matemáticas por las pandillas, las rumbas y el trabajo. La joven maestra la mira siempre con una mezcla de admiración y tristeza. Admira su constancia y ganas de estudiar, pero siente tristeza ante todas las limitaciones que el entorno le coloca a su aplicada alumna. Aún así, ella siempre se las arregla para aprobar con notas sobresalientes todas las materias que puede presentar, aunque eso no le vaya a servir para mucho claro. En ese barrio, la única forma que se tiene de salir de él es muriéndose. No hay otra.

En su sitio de trabajo, Titina, su compañera y amiga inseparable del barrio, trata de animarla para que se olvide de esas locuras que llenan la cabeza de la compinche. Desde que comenzaron a trabajar en la calle, primero pidiendo limosnas cuando eran más niñas, y luego, cuando ya no se tiene la inocencia de la infancia para subyugar la conciencia de las personas, vendiendo periódicos en una esquina, siempre actuó de manera extraña, nombrando lugares que ni sabía donde estaban, hablando de viajes que nunca había hecho, y mencionando personas que vaya usted a saber donde las conoció. Lo que era peor, es que no disfrutaba del reggaetón y jamás quiso acompañarla a las fiestas semanales de su primo, donde habían tantos tipos con quién bailar.

Josmar, su amigo de toda la vida, la ha escuchado siempre. No entiende muy bien la mayoría de las cosas de las que le habla, pero su cariño y lealtad siempre lo mantienen junto a su incomprensible amiga, a pesar de las burlas de los amigos. Siempre le ha parecido extraño esa manía de estar pidiendo libros usados y revistas viejas en su cumpleaños o navidad, en vez de aprovechar las dos únicas oportunidades que te da la vida de recibir algo, para pedir ropa de moda o zapatos de marca. Ni siquiera aquella vez que tuvo que caerse a golpes para defenderla del grupito de malandritos que quisieron quitarle uno de esos aburridos libros, el cual ni siquiera estaba escrito en el idioma que habla, Josmar pudo entender como un ser humano en esta vida puede perder tanto tiempo leyendo unas letras tan pequeñas que ni siquiera de beisbol hablan.

Ella vuelve a apretar con todas sus fuerzas el pedazo de papel que tiene en la mano. Otra lágrima se escurre por su mejilla cuando vuelve a ver, por enésima vez, el pedazo de papel que tiene sostenido. Incrédula, repite en voz alta, una y otra vez, su apellido y su nombre, escrito al lado de muchos otros, en una larga lista aparecida en el periódico de áquel inolvidable día.

Vargas, Julia. No había duda. Era ella. Su número de identificación lo certificaba. No podían haber dos. Desde que abrió el periódico a primera hora de esa mañana, supo que su vida había cambiado definitivamente. Su madre no tenía razón. Su adorada maestra Tibisay también se equivocaba y la pana Titina tendría que ir a más fiestas sin ella. Lo había logrado. Su nombre estaba allí, al lado de muchos otros jóvenes y no tan jóvenes, admitidos para el nuevo año académico en la mejor Universidad del país. Sus sueños, sus metas y su esfuerzo estaban ahora publicados en un pedazo de papel, que ella aferraba contra sí como si su vida dependiera de ello.

El Sol busca por allá más tierras. Es hora de descansar. La ciudad y el barrio de Julia poco a poco se van oscureciendo. La joven respira hondo, se pone de pie y observa a su alrededor, con aire triunfante y ojos brillantes. Su semblante es ahora el de otra persona, muy distinto al de la joven llorosa que hace unos minutos se había sentado en ese mismo lugar, observando quizás el último atardecer en su barrio por mucho tiempo. El autobús a la gran ciudad saldrá en dos horas, y ya es tiempo de ponerse en marcha. Recoge su pequeño equipaje , lleno de ropa usada y algunos libros, y emprende su camino sin mirar atrás. Sin despedidas, sin buenos deseos, sin nada. Sólo el fiel Josmar la espera abajo para acompañarla a la estación.

En silencio, con paso firme y decidido, ella había burlado al destino.











martes, 30 de noviembre de 2010

DE LIMOSNAS Y QUERENCIA...(Versión fusilada)

El frío se extendía por todo el lugar. Los vientos soplaban fuertemente y la temperatura iba en franco descenso. Escuchó en alguna radio pórtatil que ese invierno iba a ser uno de los más fuertes en mucho tiempo. Esa noticia no le contentó mucho, máxime cuando acababa de quedar literalmente en la calle y no tenía ningún amigo cercano en 300 kilómetros a la redoma.

-¡¡Y pensar que en mi casa lo más frío que hay son los helados de fruta que vende el señor Flores!!-pensaba Alfonso mientras se cubría con los restos de algún periódico viejo en ese pequeño espacio del tren. El joven comenzó a recordar el cálido sol que bañaba regularmente su pueblo, la gente vestida sólo con pantalones cortos y franelillas. El olor de las palmeras mezcladas con la arena de playa. El tibio y verde mar en el que solía refrescarse de tanto calor en horas del mediodía. El cabello negro de Sofía.

Su leve ensoñación se vió interrumpida por el ruido del tren que comenzaba a partir. Lo esperaba un viaje de unas cuatro horas a esa lejana ciudad cuyo nombre no podía pronunciar. Sólo, sin equipaje, sin dinero y sin dignidad, Alfonso partía de lo que había sido "su hogar" en los dos años anteriores, totalmente derrotado. No encontró la fortuna que le habían prometido sus reclutadores. No iba a ser la famosa estrella deportiva que áquel señor con acento extraño se cansó de venderle a su padre. No habían grandes patrocinadores, ni la gente haría cola para que les firmara una foto.

Sólo hubo una desafortunada lesión, provocada por un rival de unos dos metros más alto que él y con 40 kilos de sobrepeso. A partir de allí, y luego de que el médico le hiciera un gesto a áquel señor con acento extraño, todo cambió para el joven. De repente, ya no tenía acceso a esa linda profesora que le enseñaba áquel raro idioma. Tampoco pudo seguir asistiendo a ese inmenso colegio con un jardín del tamaño de su pueblo. Sin saber muy bien por qué, el señor con acento extraño, que había sido como un segundo papá para él, ya no lo quiso más en su casa. Realizó una llamada y lo puso en el primer tren que salía esa noche. Le dió una dirección, un número de teléfono, unas monedas para comer y desapareció en la fría noche, tan rápido como había llegado, a su casa, a su pueblo y a su vida, hace dos años.

En el pequeño compartimiento del tren, evidentemente el más económico de todo el viaje, Alfonso trataba de conciliar un poco el sueño, pensando en el nombre y en la dirección de la persona que, según le habían dicho, se encargaría de ponerlo en un avión directo a su casa. Cansado, hambriento, con frío y completamente solo en un tren y en un país extraño, el joven soltó varias lágrimas pensando en cómo le había fallado a sus viejos, a sus amigos y a su pueblo. Él iba a ser el encargado de colocar a áquel pueblito costero olvidado de Dios en el mapa. Luego, con el dinero que seguramente ganaría, ayudaría a construir una escuela más grande, donde los alumnos de la profesora Ximena no tuvieran que preocuparse cuando lloviera por las goteras del techo, ni los pacientes que visitaban al doctor Pedroza tuvieran que rezar para que no faltara algodón en el consultorio médico.

Nostálgico, se acordó de que en las poquitas cosas que traía encima, se encontraba su armónica. Regalo de su padre cuando cumplió 7 años, Alfonso la conservaba como un tesoro. Aprendió a tocarla junto al músico del pueblo, Ermenegildo, con el cual se encontraba todas las tardes después del colegio, para tocar, en la orilla de la playa, y con las respectivas aguas de coco,todas esas melodías que sabían y olían a ese pequeño paraíso perdido en la costa venezolana.

Sin mucho pensar, y para escaparse un poco del hambre y del frío que hacía en el compartimiento, sacó su armónica y comenzó a tocar, una por una, todas esas melodías de mar verde, de palmeras gigantes, de empanadas de cazón, de vuelos de cometa. A medida que Alfonso tocaba, iba percibiendo como el hambre lo iba dejando tranquilo, y el frío retrocedía un poco, como si aquella melodía fuera capaz de hipnotizar incluso al más fuerte de los climas.

En eso estaba, cuando abruptamente entraron al compartimiento tres hombres adultos. Un poco pasados de bebidas, terminaron en ese lugar porque ya se estaban convirtiendo en un problema para el resto de los pasajeros. Los encargados de seguridad del tren, siempre celosos del orden, presumieron que el alegre trío seguramente se encontraría más cómodo en áquel viejo compartimiento, el más económico de todo el tren, y que en ese viaje en particular, sólo estaba ocupado por un joven mestizo que había subido en la última estación.

Al entrar, los caballeros, sin inmutarse por la presencia de Alfonso, siguieron apurando las numerosas botellas de vino y hablando en voz alta en ese idioma que el joven, mal que bien, pudo aprender a lo largo de dos años en ese frío lugar. Alfonso optó por subirse a la única litera que tenía el pequeño compartimiento, y, de nuevo, buscó conciliar un poco el sueño.

Pero los ruidos de los tres caballeros, con cada trago que ingerían, iba en aumento. Alfonso se comenzó a revolver insistemente en la cama, dando por sentado que en esas condiciones jamás podría descansar un poco. Esto continuo a lo largo de casi una hora, hasta que uno de los caballeros, reparando finalmente en el joven, le habló en tono casi inintelingible:

-¡Ey muchacho! ¿Quién eres tú y de donde vienes?- Preguntó el primer caballero, curioso del aspecto físico del joven, tan diferente al del resto de las personas de por esos lados.

Alfonso, un poco temeroso, se limitó a responderle que venía de un pueblito muy lejos de allí. Los otros dos caballeros se incorporaron y comenzaron a animarlo para que se les uniera y hablara un poco con ellos. El joven, titubeando un poco, saltó de la litera y se unió al animado grupo. Rechazó con cortesía el trago de alcohol que le habían ofrecido, sin embargo, comenzó , en el rudimentario idioma que había aprendido en dos años, a echarles todo el cuento de como había terminado en ese tren. Una vez terminado, los caballeros estaban profundamente conmovidos con el relato de Alfonso.

- ¡Este mundo está lleno de sinverguenzas!!- refunfuñó el primer caballero, con una expresión de rabia contenida.

- ¡No es justo lo que han hecho con este muchacho!!-dijo el segundo, claramente dolido..

- ¡Una historia lamentable!!- confirmó el tercero, chocando el vaso contra la mesa.

Después de contada la triste historia, y que Alfonso recibiera con mucho agrado un poco de pan frío que uno de los caballeros llevaba en sus bolsillos, otro de los alegres acompañantes reparó en la armónica del joven, por lo cual lo invitó a que les tocara algunas canciones, para pasar de manera más agradable el viaje. Alfonso, agradecido por ese pequeño pedazo de pan, que para él equivalía a un banquete, no lo pensó dos veces, y de manera inmediata, comenzó a tocar todas esas melodías con sabor a mar, olas y arena, caúsando el éxtasis en los conmovidos caballeros:

-¡Excelente melodía!!!- afirmó el primero.

-¡Extraordinario sonido!!!!- gritó el segundo.

-¡Sencillamente conmovedor!!!- asintió el tercero.

Y a medida que Alfonso terminaba una melodía y empezaba otra, los caballeros comenzaron a tirarle algunas monedas y billetes. El joven no entendió mucho al comienzo, pero no le desagradó la idea de tener algo de dinero para cuando llegara a su destino. Áquel hombre con acento extraño que lo había dejado abandonado en la estación del tren, sólo le dió unas monedas que le alcanzaron para un refrigerio y una botellita de agua, y no tenía por qué esperar mejor suerte con la persona que lo iba a montar en un avión de regreso a su tierra. Así que el hecho de tener un pequeño capital como ése que estaba consiguiendo por sus melodías, era dentro de todo, una bendición para él.

Así que, entre melodía y melodía, los caballeros realmente se entusiasmaron con el joven. Evidentemente influenciados por el alcohol, el parrandero grupo animaba una y otra vez a Alfonso a que continuara con su "concierto", mientras billetes y monedas iban de un lado a otro. Finalmente, después de un largo rato, el joven se vió obligado a parar. Sus pulmones tampoco eran de hierro. Un fuerte aplauso del trío con las consiguientes felicitaciones fueron el colofón perfecto.

Pasado el rato de éxtasis musical, Alfonso se despidió respetuosamente de sus nuevos amigos y , recogiendo su pequeña fortuna de billetes y monedas, les dijo que ya era hora de descansar, porque le esperaban unas horas muy arduas. Agradeció muy respetuosamente el gesto de los caballeros y se volvió a acurrucar en la pequeña litera.

Pero en realidad Alfonso no podía conciliar el sueño. Sólo contaba una y otra vez los fajos de billetes y las monedas que inesperadamente había recibido en ese momento. Con ellos, no llegaría con las manos vacías a su pueblo. Tendría algo que llevarle a su viejo y a su casa. No sería mucho, pero seguramente con ese dinero se podría comprar algo más en el mercado y tal vez ayudar en algo a la escuelita del pueblo. No todo era tan malo.

Una vez contado y requecontado el monto de dinero que había recibido, Alfonso ahora sí trató de conciliar un poco el sueño, ya más relajado y con menos frío que dos horas antes. Pudo percibir también, que los alegres caballeros ya no hacían tanto ruido, sino que conversaban a un nivel más bien bajo, aunque audible a los oídos del joven. Pudo escuchar de esta forma, que los caballeros estaban hablando de los distintos lugares que habían visitado en el Mundo, y en un momento determinado, se pusieron a hablar de Venezuela, diciendo y expresando toda clase de barbaridades y burlas sobre la tierra de Alfonso.

- ¡ Un país sucio!!!- Dijo el primer caballero...

- ¡Una nación salvaje!!!- Gritó el segundo...

- ¡Llena de ladr....!!!!- afirmaba el tercero...

Quiso decir "llena de ladrones" pero no pudo, porque un montón de monedas comenzó a caer encima de la mesa donde hablaban los tres caballeros. Éstos, impresionados y furiosos, dieron vuelta hacia donde estaba la litera, donde los volvió a recibir otro manojo de monedas y billetes, mientras que el joven Alfonso les decía:

- Por favor, no lo tomen a mal, pero aquí les devuelvo sus monedas y billetes..¡¡¡Yo no acepto limosna de quiénes insultan a mi Patria!!!...








jueves, 11 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE...

Siempre me ha gustado el mes de Noviembre. A pesar de las frías y fastidiosas lluvias que caen por estos días, para mí no hay mejor época del año que cuando el calendario marca el mes once y se siente en el ambiente de la ciudad esa expectativa como de que algo extraordinario va a suceder, de que algo extraordinario viene. Creo que dicho sentimiento puede tener su origen desde aquella época en que, al mismo tiempo que uno se sacaba los mocos y los mezclaba con chupetas, esperaba el super y mega regalo que de manera consecuente, el generoso Niño Jesús colocaba religiosamente en el arbolito de Navidad de casa. Sin duda alguna, una de las mejores esperas de la vida.

Por supuesto, cualquiera diría, y con razón, que no se necesita comer mocos con chupetas para esperar algo extraordinario por estas fechas. Ciertamente, allí tenemos, sin ir muy lejos, las deseadas utilidades para los pobres y mortales asalariados, entre los cuáles me incluyo, cada día más golpeadas por la inflación claro, pero no por eso dejan de alegrar, así sea por unos cuántos días, a estos infantes contempóraneos.

Pero Noviembre también puede servir, una vez que uno está más crecidito, como una especie de espejo. Más exacto aún, como un espejo retrovisor. En esa manía que tenemos los humanos de contabilizar y encapsular el tiempo, este mes es propicio, como ningún otro, para ir soltando un poco el acelerador y empezar como quien no quiere la cosa, a reducir velocidad, un poco, no mucho claro, porque al llegar Diciembre el bólido de nuestra vida se desboca en fiestas y celebraciones, corriendo a 200 km por hora para llegar a esa especie de meta de carrera, llamado año nuevo.

Y es que esa mirada al retrovisor, por lo menos en mi caso, se hace necesaria. Ayuda a ver un poco el camino andado y a reflexionar sobre si se está o no en la ruta correcta. También sirve para recordar algunos lugares en los cuales hemos estado, personas con quien hemos compartidos, emociones con las cuales nos hemos encontrados y situaciones que no quisiéramos volver a repetir más nunca en la vida. Dicho con otras palabras, Noviembre es cómo una especie de noticiero nocturno, donde se pueden ver reflejadas muchas de las cosas, buenas o malas, con las que nos topamos inevitablemente en ese ring de boxeo llamado vida.

En mi noticiero-espejo se refleja de repente mi familia. Es la noticia de apertura. Es el principal camino. Entonces me entero con verdadero estupor que Mariana Isabel ya está para ser la campeona nacional de gateo de la categoría Sub-1. Y es que, tal como observo en el espejo,mi sobrinita-ahijada parece uno de esos robots que, al apretar el botón del encendido, se mueve por toda la casa sin ninguna dirección específica a una velocidad de vértigo. Increíble, sí hace poco estaba en la barriga de su mamá, y hoy ya está a punto de cumplir un año.

Daniel Alexander también cumple años dentro de poco y también aparece su imagen en el espejo. El futuro futbolista cada vez habla más claro y ya dentro de poco comienza su colegio. Dicen que está en la mejor época para un bebé y yo no lo discuto, y, es que, a sus casi 3 años ya, este pequeño hombrecito ha demostrado que no se necesita ser un adulto con nariz de goma para hacer feliz a una familia entera. Basta solo observar como le sonríe a la vida, para darse uno cuenta de que no puede existir problema o situación que no pueda resolverse.

El resto de mi familia todo bien. Los sobrinos mayores en plena "aborrecencia", con miradas lejanas y poses de fastidio cuando se encuentran con los mayores. Héctor Alexander con su patineta, Rafael Antonio con su fútbol y Oriana con su ballet. Tres caras de una misma situación. Y lo peor es que apenas comienza. Bueno, paciencia, no puede ser tan malo. Mis hermanos en lo suyo, trabajando y educando a la prole que perpetuará el apellido. Mis viejos, con sus achaques de edad, pero todo bien. Doña Rosa en su bingo y el Doctor Rodríguez en su Oficina. Ambos ya con esa mirada en el rostro de quien se sabe que ha aportado lo suficiente en la vida, y que, no obstante los altos y bajos de siempre, pueden mirar a cualquiera con la frente en alto.

En el espejo de Noviembre también se reflejan los amigos, los panas. Unos se encuentran bien, otros no tantos. Por allí están los ennoviados, los casados, los solteros y los divorciados. Los que están alegres, los que no lo están tanto. Bueno como siempre. Unos andan perdidos, otros aparecen y desaparecen. Unos han partido a otras tierras, otros lo están pensando. Unos cuentan su vida entera por Facebook, de otros no se tiene el mínimo rastro. Pero allí están, siempre pendientes de un encuentro, de unos tragos, de una conversación, de una jodedera, o de todas incluidas. El espejo de Noviembre sigue reflejando, y a Dios gracias, algunos buenos amigos, una de las cosas mas difíciles de encontrar en esta vida.

Noviembre también aúlla algunas penas. Mi pobre tierra cada día parece que se acerca más y más al despeñadero y no pareciera encontrar solución ni salida a esta especie de laberinto histórico en que se encuentra metida. No sé exactamente en que momento, pero me da la impresión de que lo ocurrido en los últimos años ha frustrado de cierta manera a toda una generación de venezolanos, entre los cuales tristemente, me consigo yo en primera fila. Pero como siempre se me enseñó, renunciar no es una opción. Y es que no existe ningún momento para el dejo, se debe caer peleando siempre, en cualquier circunstancia, así el marcador esté 0-8 en contra.

Pero al lado de las penas, Noviembre también refleja en su espejo una personita especial, de esas que te hacen levantar con una sonrisa cada día. Es un especimen raro claro, y no debe estar muy bien de la cabeza, porque eso de empeñarse en reflejar su imagen en mis ojos de verdad que amerita un examen siquiátrico. No obstante, ella ha insistido en caminar junto a mí de un tiempo para acá, y allí vamos, acompasando los ritmos, para ver si nuestros pasos llegan a ser uno con el tiempo. Por ahora, debo confesar que también a mí me encanta verme en sus ojos, y como no va a gustarme, si lo que veo en ellos me hace sentir mejor persona.

Y bueno, Noviembre también muestra muchas otras cosas: un Mundial de fútbol inédito donde he comprobado con absoluta certeza que no sé nada de fútbol. Y hablando de fútbol, el espejo me recuerda que ya son cuatro meses de mi "retorno triunfal" a las canchas, por supuesto, al lado de los achaques de rodilla y hombro, pero bueno, mi niño interior no sabe nada de dolores y médicos. Me muestra también que ya son casi cuatro meses sin encender un cigarrillo y que, por otro año más, sigo siendo un ciudadano de a pie. Noviembre me consigue con algunas deudas por pagar y sitios que no pude visitar. Noviembre me consigue sin Playa Medina todavía.

Seguramente el espejo retrovisor podría mostrarme muchas cosas más, pero el tiempo acecha y ya va siendo momento de volver a pisar un poco el acelerador y mirar el camino que viene. El camino que de verdad importa, y que se asoma en el porvenir. Ese que uno día a día tiene que forjarse porque, de verdad, no queda de otra.

Pero no obstante lo anterior, siempre se hace de cierta forma reconfortante poder observar ese pequeño espejo retrovisor, mirar el camino andado y, a pesar de todas las dificultades y malos momentos vividos, poder esbozar una sonrisa, totalmente convencidos de que, mal que bien, vamos por buen camino, aunque no se sepa exactamente cual es el destino final, y que después de todo, mucho es lo que tenemos que agradecer por tan solo poder respirar. Que se debe aprovechar al máximo los buenos momentos, los bonitos lugares y las personas especiales, porque, tal como dicen muchos sabios por allí, el camino no es tan largo como parece, y la vida se va en un santiamén.

Y porque nada es para siempre, ni siquiera la fría lluvia de Noviembre....












miércoles, 10 de noviembre de 2010

MÁS ES MENOS...MENOS ES MÁS...

Quién puede olvidar aquellas largas y tortuosas horas del colegio, cuando esa especie de Lado Oscuro de la Fuerza que eran los profesores torturaban constantemente a esos pequeños e inocentes niños que fuimos alguna vez con cuanta operación numérica existiera o dejara de existir. Sumas, restas, multiplicación, división, más sumas, menos restas, por multiplicas y entre divides. Todo un juego de palabras y números, sobre todo números, que en lo personal, no es precisamente de los mejores recuerdos que puedo guardar de mi infancia. O de hecho sí, creo que lo mejor de esos maratones numéricos era tal vez el timbre que, cual ruido celestial, lograba poner fin a esa pesadilla llamada matemáticas.

No obstante, y gracias a las muy bien planificadas y elaboradas estrategias de terrorismo maternal que, al lado de una felicitación y los regalos respectivos por una buena nota, colocaba un buen par de cuerazos si no se estudiaba, se pudo asimilar, aunque sea a la fuerza, los elementos básicos de ese quitar manzanas y agregar peras que nuestras dulces maestras nos explicaban tan amorosamente en el colegio. Y sí, la ironía es algo que también se aprende con la vida, sobre todo al recordar a las cariñosas profesoras.

Pero en fin, cuando uno logra asimilar que una hora de números más otra hora de números equivale a dos horas de tortura consecutiva, y que tu hora de recreo menos la hora de castigo es igual a quedarse sin recreo, es entonces cuando ese más y menos, menos y más, comienza a tener sentido, y, por supuesto, a ser un objeto de preocupación en tu incipiente vida. !!!Bienvenido al sube y baja del más y menos, del menos y el más!!! deberían decirte en las aulas escolares.

Claro que, como todo sube y baja, a veces resulta engañoso. De hecho, las odiadas matemáticas te dicen que todo lo asociado al más (+) es positivo, mientras que lo referido al menos (-) es negativo. De buenas a primera entonces, pareciera que, al realizar la extensión de esta regla a la vida común, todo lo que sea "más" es lo bueno, lo agradable y deseable, y todo lo relativo al "menos" es lo que se debe evitar, porque eso implica lo negativo, lo no deseado ni querido. No obstante, la Vida, esa maestra un millón de veces "más" sabia que las que pudiste tener en el colegio, y que todavía te sigue enseñando con paciencia, se encarga de demostrarte que no siempre es así. Que las líneas a veces se cruzan y que el mar en algún momento cede espacio a la tierra. Y es que a veces, más es menos, y menos es más.

Este Noviembre de 2010, antesala a la parranda y al bochinche de "bebiembre", me encuentra una vez más frente a esa lección de vida que desmiente, de manera tajante, esa falacia matematica que dice que todo lo referente al "más" es lo positivo, y lo referido al "menos" es negativo. En mi caso, tal como debe suceder con muchas otras personas, el más frecuentemente es menos, y el menos es más.

Noviembre me consigue, por ejemplo, con más trabajo. Sí, nadie dice que el trabajar sea malo ni nada que siga alimentando la conseja popular de que el venezolano es flojo. Sólo digo que por circunstancias gerenciales, ahora realizo el trabajo que dos semanas antes se repartía entre cinco personas, porque a alguien con mayor poder de decisión se le ocurrió que yo era lo suficientemente competente para hacer eso e incluso más. El resultado: menos tiempo para compartir con los seres queridos. Ejemplo claro de que no siempre "más" es igual a positivo, como dicen los matemáticos. En este caso, más termina siendo menos.

Noviembre también me consigue con más años, lo que se traduce necesariamente en menos salud. Y es que sin lugar a dudas, ya he roto mi propia marca personal de visitas médicas en los dos últimos meses, y entre la rodilla izquierda y el hombro derecho, me han hecho pasar por más consultas, rayos X, resonancias, inyecciones, citas y salas de espera que en los diez años anteriores. Y todavía no termino. Hasta una posible cirugía se asoma por allí. Ni modo. ¿mis estimados matemáticos seguirán diciéndome que "más" es positivo?.

Sin embargo, la ecuación también se invierte. El úndecimo mes del año me consigue con menos libertad también. Y es que ya son ocho meses de decir adiós de manera formal a la soltería empedernida y libertaria en la que me encontraba. No obstante, ahora tengo mayor amor y compañía a mi alrededor, y a pesar de dejar casi en el olvido mis maratones de fútbol televisado los fines de semana por piñatas, cumpleaños, parrillas y eventos "familiares", en este aspecto de mi vida, puedo afirmar que menos ha significado más.

Y así vamos. Juego más al fútbol ahora pero mis rodillas me hacen correr menos. Tengo menos dinero que antes pero ahora hay más conciencia de como utilizarlo. Descubro que mientras más pasa el tiempo, menos amigos quedan. Compruebo que utilizando menos hojas, se conservan más árboles. Verifico que a más años, menos son las peleas familiares y que a menos rumba, cerveza y trasnocho, más distancia se recorre cuando se baila con fantamas. Y claro, la típica: a más cumpleaños y navidades, menos años por vivir.

Por allí dicen que en la vida de todo se puede aprender. Pues bien, más allá de la existencia o no de esa especie de pequeña paradoja donde lo más es lo menos, y lo menos es lo más, parece válido comprender algo de las muchas lecciones que se podrían sacar de esta pequeña "aberración matemática", por llamarlo de alguna forma.

De buenas a primera, lo evidente es que las matemáticas podrán ser útiles para resolver innumerables cosas, pero su exactitud seguramente no te sacará de los verdaderos problemas que tengas que afrontar en la vida, que son esos que te sorprenden un martes a las 5 y pico de la tarde.

Sin embargo, Lo principal que se me ocurre en todo caso, es recordar ese empeño que tenemos los seres humanos por manejar y controlar absolutamente todo lo que nos rodea, de manera similar a cualquier fórmula matemática, donde todo deba ser exacto y perfecto y el resultado venga incluso con decimales. Donde 2+ 2 siempre dé 4, así se realice la suma 888.888 veces. La Vida, la gran maestra de todo, se ha encargado de demostrarnos una y otra vez que esa fórmula no siempre es exacta, así como que no siempre "más" es positivo y "menos" es negativo.

Y es que, lo que en ciertas ocasiones puede parecer algo no tan bueno al principio, puede terminar formando parte de las mejores cosas de tu vida. O viceversa. Algo que parece que te limita, al final te hace la persona más libre del mundo, o aquello que siempre pensaste que te llenaría, es lo que más vacío te deja. 2+2 no siempre es 4. Lo importante en todo caso, es convencerse de que no todo en esta vida puede estar bajo nuestro absoluto control y que, paradójicamente, esa es la mejor parte del asunto, aunque no lo entendamos al momento. Creo que ese es el gran aprendizaje que un mortal como yo puede sacar de esta partícula de conocimiento del denominado "idioma de Dios".

Entonces, queda claro que no perdí completamente mi tiempo ni mi viejo su dinero cuando asistía a mis clases de matemáticas. algo aprendí de todos esos números, operaciones, reglas, ecuaciones y similares. Claro, ese aprendizaje no me dió ningún 20 en la materia ni ningún diplomado en áreas científicas. Pero es que, hablando en confianza, no hay mayor anticientífico que yo. ¿Como podría yo luchar contra mi naturaleza?

Lo que sí es cierto es que, a despecho de mis adoradas profesoras de matemáticas, en lo que a mí respecta, todas estaban equivocadas: 2+2 no es siempre igual a 4, ni 8+2 es igual 10.Así que trataré de andar por la vida haciendo o intentando hacer operaciones imposibles, donde 1+4 sea igual a 27.784, o 7-5 sea igual a -47....o perdón, en lo que me queda de vida, porque, claro, a más horas vívidas, menos horas por vivir...

Y es que, tengo la leve sospecha, que en este mundo, con mucha más frecuencia de lo que uno piensa, más es menos, y menos es más...









lunes, 2 de agosto de 2010

MI ENCUENTRO CONMIGO


"Mi Encuentro Conmigo". Ese es el título de una muy buena película de Disney donde la trama gira en torno a un exitoso pero superficial ejecutivo (Bruce Wills) al cual se le aparece de la nada su niño interno, el cual no entiende muy bien como es eso de que su yo del futuro no tenga ni siquiera un perro llamado Chester, mucho menos que no tenga familia ni novia.

Parece difícil que no exista persona alguna que no se haya identificado en algo con este simpático largometraje. Es que seguramente, todos tenemos latente ese pequeño niño interno allí, viviendo y respirando con nosotros, sorprendido a más no poder por ese giro tan brusco que en determinado momento de su vida, sufrió su mundo de juegos y risas.

En mi caso particular, ese pobre niño interno debe estar a punto de levantarme ya demanda ante alguna Corte Internacional por incumplimiento de casi todas las promesas y sueños que él mismo concibió, mirando al techo y enfundado en su pijama de carritos rojos y azules en cualquier noche de insomnio infantil, cuando la imaginación y las ilusiones formaban parte permanente del acontencer diario, tal como lo eran el colegio, los amiguitos y los chocolates.

De esta forma, mi niño del pasado concebía para el hombre de hoy infinitas vivencias y experiencias. Pero es que ese niño era osado, viéndolo en retrospectiva. Para él no había límites. Y lo mismo daba ser el primer astronauta venezolano en pisar la Luna o bien ser el gran científico que descubriera la pócima mágica para eliminar la pobreza y el hambre de todos esos niños que Doña Rosa mencionaba al mediodía cuando uno no quería comerse la comida.

Pues bien. Si hoy se me apareciera ese niño del pasado, seguramente se pondría peor que el niñito de la película. No sólo no hay astronauta ni científico, tampoco hay jugador famoso de fútbol, veterinario, bombero, piloto de avión o nave espacial o viajes alrededor del mundo en gigantescos globos aerostáticos. A su alrededor solo hay contratos, oficinas, horarios, reuniones, fianzas, cuentas por pagar, inflación, más cuentas por pagar, mucha gente seria y... más contratos.

Ese pobre niño interno de verdad creo que lloraría a más no poder al ver en que se ha convertido todo ese mundo de ilusión que él religiosamente concebía noche tras noche, acostado en su cama infantil. Casi puedo escucharlo preguntado a gritos: "Pero !!!¿Por Qué????!!!" cada vez que yo intentara explicarle las razones de tan dramático cambio en su vida. Y es que no es para menos su pataleta: su yo del futuro casi casi se ha transformado en todo aquello que él siempre se prometió que no iba a ser: un hombre adulto.

No obstante, ese niño interior mío es fuerte y no se rinde. Desde la pequeña parcela que habita, hace todo lo posible para mantener despierta en mi interior, esa tenue lucecita que pueda, en toda esa maraña de seriedad que se nos impone en la vida adulta, mantener iluminado un pequeño caminito por el cual llegar, de vez en cuando, a ese encuentro con el pasado, con la diversión, con las ilusiones, con los viajes intergalácticos, con los superhéroes y con los refrescos de colita.

Uno de los caminos mas eficientes que encuentra mi niño interior para llevarme a ese mundo olvidado, es sin duda áquel que transita por un terreno rectangular de 105 x 67 metros, con un balón en el medio de la cancha, y 22 jugadores pateando el mismo. Allí, en el devenir de un sencillo juego, se produce de manera inmediata ese viaje al pasado, al mundo de helados y parques, de maestras y compañeros, de pupitres y taquitos. Es en esos instantes, donde mi niño interno más contento y alegre se encuentra. Es allí donde lo invade la esperanza de que no todo está perdido. Es allí cuando contempla a su yo del futuro tan alegre y sonriente como solía serlo él todos los días de su vida, y le parece que casi casi ya hay que sacar los carritos y los robots de la caja de juguetes, porque los tiempos de soñar con lo imposible están de vuelta.

Hace casi dos semanas estuvimos de cumpleaños, otra vez, mi niño interno y yo. A pesar de todas las sinceras y agradecidas felicitaciones que uno recibe ese día, el mejor regalo que ambos pudimos tener fué la invitación que nos hizo uno de los tantos panas que llamaron ese día, para ver si nos interesaba formar parte de un equipo de fútbol que se estaba organizando. Por supuesto que yo no pude ni siquiera responder. Allí mismo saltó el carajito interno mío y dijo que claro, por supuesto podían contar con nosotros. Con el ya no tan joven cuerpo del yo adulto, pero con todas las energías e ilusiones del niño interno acompañando.

Así llegó el día acordado para acudir al entrenamiento del novel equipo. Con el niño interno obligando al yo adulto a levantarse a las 6 de la mañana un domingo porque había que estar listo para la hora pautada. De nada valieron las explicaciones del yo adulto de que solo se trataba de una práctica donde seguramente todos los jugadores estarían, al igual que nosotros, en evidente falta de forma física y futbolística. Pero ese muchachito no atendía a razones. Para él, ese momento equivalía a aquellos cuando jugaba en su querido Deportivo Agustinos y cada viernes en la noche, sacaba su entrañable uniforme azul y lo colgaba en la pared para quedarse dormido contemplándolo.

Una vez en el destartalado campo, y mientras el yo adulto comprobaba con absoluta certeza su inequívoca falta de forma tanto física como futbolística, el niño interno se dedicaba a patear, a correr detrás del balón, a recordar los mismos olores de grama mezclada con tierra que siempre percibía en cuanto campo de fútbol pisó. Inmediatamente, el niño interno se colocó al mando de la situación, y gracias a su memoria del juego, pero sobre todo a sus ganas, llamó la atención del entrenador, el cual lo seleccionó, de buenas a primeras, (y por ahora claro) como su volante titular de contención. El trabajo estaba hecho, dijo el yo adulto. La diversión está de vuelta, gritó emocionado el niño.

Por supuesto, el precio para el yo adulto, además de la cuota mensual que hay que cancelar para la compra de uniformes, pago de entrenador, alquiler de canchas, y cuantas cosas necesita un equipo que apenas está surgiendo, fue una semana de intensos dolores musculares y una inflamación en la rodilla izquierda. Pero claro, esto no significa nada en el mundo de los sueños y las ilusiones. En ese mundo, no hay precio para la sonrisa ni para la diversión.

Así ya han pasado 3 semanas. Y el niño interno se emociona cada miércoles de entrenamiento físico y lo invade la emoción cada viernes en la noche (ahora la práctica de fútbol se cambió para los sábados). Casi que no deja dormir al yo adulto. El último fin de semana se jugó el primer partido amistoso y aunque el resultado no fue nada halagador ni para el yo adulto ni para el equipo en general, el niño interno ni se da por enterado. Para él todo es diversión y sonrisas. Para él lo importante es el ponerse unos shorts, unos tacos y unas canilleras y chutar balones cada fin de semana. A regañadientes entendió que esta semana deberá ausentarse de las prácticas porque los adultos y aburridos médicos recomendaron que sin descanso, su adulta rodilla izquierda difícilmente podrá disminuir la inflamación que tiene. Ni modo, habrá pensado él, todo sea por el juego.

Y es que lo verdaderamente importante en esta cuestión, no son las dolencias físicas del yo adulto, ni la evidente falta de forma y ritmo futbolístico de la mayoría de los integrantes del precario equipo, y ni siquiera el tener que pararse a las 6 de la mañana un sábado o domingo cualquiera.

Lo realmente relevante es poder comprobar como, durante 90 minutos y un poco más, áquel niño en pijamas de carritos rojos y azules, que miraba al techo cada noche y soñaba con su propio mundo de sueños, superhéroes e ilusiones, todavía hoy es capaz de tomar las riendas, y empujar a esa masa de músculos y huesos ya no tan jóvenes, a un campo de fútbol, para correr, gritar, chutar, ensuciarse, y sobre todo, celebrar, celebrar un gol, celebrar una buena jugada, celebrar una rabona, celebrar que estás vivo. Para llevarte y recordarte como era tu mundo, antes de que decidieras convertirte en el aburrido adulto que hoy eres.

Sé muy bien que áquel niño soñaba con mundos de astronautas, científicos que salvaran al mundo o bien viajes interminables a través de gigantescos globos aerostáticos. También soñaba con inmensos estadios donde fueran aclamadas todas esas maravillosas jugadas que tanto practicaba y hacía de vez en cuando en su extrañable uniforme azul.

Pero no obstante no poder ofrecerle nada de eso, sé que, por lo menos dos días a la semana, ese niño ríe y se divierte como nadie, y sonriente, me da las gracias una y otra vez, por darle la posibilidad de demostrar todo lo bueno que fuimos algún día, y todo lo bueno que podemos volver a ser.

Mi niño interno sonríe, y yo sonrío con él.















martes, 8 de junio de 2010

LLEGO EL MUNDIAL...

Y llegó de nuevo. Ya está aquí, con sus bombos y platillos. Se acabó la agónica espera de cuatro años que algunos mortales estamos condenados a sufrir ininterrumpidamente en este soberano peo que llamamos vida. Ya viene, ya inicia. Señores: comenzó el Mundial.

Claro, su nombre real no es "el Mundial". Si a ver vamos, existen mundiales de todo y para todo (incluyendo un "Mundial de Salsa" que trasmiten por ESPN cuando no tienen nada que transmitir). Si nos ponemos muy técnicos, su nombre oficial es "La Fase Final de la Copa del Mundo FIFA". Sin embargo, para el Mundo entero, para la totalidad de las personas que habitan este pequeño planeta azul (salvo quizás los gringos y los canadienses, pero yo siempre he pensado que esos tipos son extraterrestres), el torneo que comienza en tierras brasileras no admite ningún tipo de tecnicismos: es "El Mundial" y punto. Así, a secas.

Y es así, porque indudablemente estamos hablando del deporte del planeta. Si en un imaginario sistema solar completamente habitado, cada planeta tuviera su propio deporte típico, el fútbol sería, sin ningún tipo de dudas, el deporte de "la humanidad", el deporte "terrestre" por excelencia. Es el máximo exponente de la pasión humana vertida en la actividad deportiva. No en balde, su denominación de "deporte rey".

Por eso no es casualidad que cada cuatro años, el Mundo entero se paralice para observar, durante 30 días, a sus dioses modernos pateando un balón en un terreno cuadrado de 105 x 67 metros. Durante esos 30 días, pareciera que el mundo se olvida de sus principales vicios y todos volvemos a ser aquellos niños que ríen y se emocionan con esas jugadas imposibles que nos regalan esos actores del máximo teatro universal que haya podido concebir la humanidad.

Y es que lo maravilloso de todo esto, es que el sentimiento y la pasión es lo mismo en cualquier lado y rincón del planeta. Desde el niño rubio de ojos tan azules como el propio cielo, pegado a la TV en su fría Dinamarca, hasta el joven oscuro como el ébano en la calurosa Camerún. Desde el ejecutivo corporativo japonés en un almuerzo de negocios en Tokio, hasta el vendedor ambulante de chucherías en Tegucigalpa. Todos unidos por el mismo sentimiento y la misma emoción. Todos emocionados por sus colores. Todos con la misma explosión de felicidad cuando su equipo anota un gol, y todos con la misma expresión de tristeza cuando no se logra la victoria.

Y eso es lo increíble del fútbol. Mas allá de un deporte, es un idioma universal. Uno podría reunir en cualquier sitio del mundo a 22 personas de distintas partes del planeta, de todas las clases sociales, razas, religiones, idiomas e ideologías políticas. Les colocas dos arcos y les das un balón y siéntate a observar. Verás como más temprano que tarde ese musulmán está haciendo una pared con áquel judío. O verás a áquel socialista coordinando con el capitalista como cobrar ese tiro libre. Verás al rubio escandinavo abrazándose con fervor con el africano de color celebrando un gol. O verás a áquel minero analfabeto consolando a el ejecutivo trilingue por haber perdido el partido.

No es de extrañar entonces, el desbordamiento de emociones que viene con cada cita mundialista. Naciones enteras se paralizan, rivalidades históricas renacen. Franceses contra ingleses, brasileños contra argentinos, españoles contra portugueses; alemanes contra..bueno casi toda Europa; gringos contra ingleses. La guerra por otros medios, dijo alguna vez alguien. Ojalá el ser humano pudiera resolver todas sus diferencias con este tipo de "guerra". Muy diferente sería la cosa.

Ante la ausencia (una vez más) de mi querido país de la "Fase Final" de la Copa del Mundo FIFA (y recalco "Fase Final" porque Venezuela sí ha jugado la Copa del Mundo desde el año 66, solo que siempre se queda en su "Fase Eliminatoria") me queda sentarme frente al TV (cuando la oficina lo permita), y disfrutar, como fanático a carta cabal de este idioma universal, de todas las incidencias y emociones que solo se pueden vivir con el deporte rey. No hincho por ningún equipo en particular porque soy patria o muerte con mi Vinotinto, pero disfruto de todos los partidos y espero que siempre gane el que practica el buen futbol, el que juegue no solo para ganar sino, fundamentalmente, para agradar a los millones y millones de seres humanos que, llenos de tantos y tantos peos y arrecheras, buscan esa poesía, esa inspiración, en alguna rabona de Messi, en alguna genialidad de Neymar, o en algún pase maestro de Iniesta.

Porque al final, no será lo más importante cual país se lleve la Copa, o cual jugador quede de máximo goleador, o cual será el arquero menos goleado del Campeonato. Esto al final, solo quedará para las estadísticas.

Lo verdaderamente importante de cada Mundial, es que, durante 30 días, el ser humano volverá, así sea por solo 90 minutos, a ser aquel niño que se emocionaba con las cosas mas sencillas y simples del mundo. Por un balón y por 22 jugadores pateándolo, tratando de meterlo en un arco formado por dos parales y un travesaño. No existirán, al menos por 90 minutos, odios, discriminaciones, envidias, ventas de armas, narcotráfico, daños al ambiente, robos. Tampoco tristezas, malos recuerdos, el sueldo que no alcanza, cuentas por pagar, peleas con seres queridos, inseguridad, chavistas, oposicion, y un largo sin fin de etceteras. Nada de eso tiene cabida cuando nuestro "idioma universal", nuestra "guerra por otros medios" se está escenificando ante nuestros ojos.

Este planeta ha sido borrado y modificado, una y otra vez, con guerras, con odios, con maldades y con toda clase de  injusticias que se han cometido y se cometen a través de la historia. Sin embargo, el fútbol ha sido de las únicas cosas constantes y perdurables. No hubo ni habrá guerra ni rencor que pueda con él, porque el fútbol nos recuerda, sencillamente, todo lo bueno que hay en cada ser humano, todo lo bueno que alguna vez existió en este viejo planeta azul y principalmente, todo lo bueno que podría llegar a ser.

Y será entonces como cuando eramos niños, y nuestros padres nos llevaban, en una tarde de domingo soleada y perfecta, a la cancha para observar a todos aquellos héroes de pantalones cortos y camisas numeradas persiguiendo un balón en un terreno de 105 x 67 metros. Donde todos los problemas se resuelven en la cancha, donde la única confrontación que se entiende como tal es la deportiva y donde la única diferencia entre las personas son los colores por los que se hincha

Llegó el Mundial...




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martes, 25 de mayo de 2010

"PASAJE AL SUBIR"...

Soy un constante usuario del transporte público de esta ciudad. O dicho en otras palabras, soy un ciudadano a pie. Si se quiere ser más despectivo, pueden decir que soy un pelabola que anda en carrito y en metro. Ni modo, sea cual sea el epíteto que mejor se adapte al interlocutor en cuestión, el hecho verdadero es que me la paso compartiendo espacio y tiempo, casi a diario, con el llamado "pueblo" "Juan Bimba" o "populacho".

Sería ya asunto de otro tema la razón del por qué no ando moviéndome actualmente en un flamante BMW, o en una llamativa Merú. O ni siquiera en un humilde Corsa. Bastaría resumir que el Doctor Rodríguez (mi padre) me ofreció un vehículo en primer año de mi carrera en la Universidad, nuevecito de agencia. Luego la oferta fué modificada y se pasó a uno usado. Yo me negué, por supuesto, como buen muchacho malcriado. "Entonces no hay carro!!!", me dijo mi no tan malcriador viejo. Al final dicha disputa se redujo a "cuando tenga dinero te lo compro". Y bueno, entre año y año llegó mi graduación, al final me quedé sin el chivo y sin el mecate. Con el título de abogado vino el fin de la suscripción a Fundapapá, así que a partir de entonces entendí que cualquier vehículo automotor que aspirara a tener, tendría que ser pagado por mi bolsillo, desde el primero hasta el último bolívar.

Pero bueno, mientras todavía sigo reuniendo para ver si llego a un carrito iraní aunque sea, me muevo en la ciudad, bien sea en metro, taxi, mototaxi o, no faltaba más, en los pintorescos autobuses "por puesto" que pululan en nuestras congestionadas calles. Y fue allí, en uno de esos particulares viajes, que descubrí de manera cierta, una de las características más notable de nuestra nacionalidad, y que yo relaciono de manera directa con todo el mundo "irreal" en el que vivimos actualmente, ese mundo que nos tiene andando "pa atrás" como el cangrejo.

En el "por puesto" que abordé en estos días, se encontraba pegado, de manera clara, un letrerito fácilmente visible para cualquier pasajero, el cual contenía las siguientes tres palabras: "Pasaje al Subir". Directriz demasiado clara como para admitir algún tipo de "interpretación extensiva" de la norma, hablando en términos jurídicos. Evidentemente, la intención del admirable y laborioso chofer de esa unidad era que cada pasajero pagara su pasaje apenas se montara en el vehículo. Yo lo hice, pero debo admitir que me costó un poco sacar de una buena vez mis 2 Bs sin ni siquiera haber iniciado el trayecto. Y es que música paga no suena, dicen por allí.

Sin embargo era increíble como en todo el trayecto que duró el viaje, NI UNO SOLO le hizo caso al letrero. Todos subían y se instalaban en los rústicos asientos de la unidad, sin ni siquiera inmutarse sobre la directriz claramente pegada en la pared del carrito. Todos, absolutamente todos los pasajeros pagaban era al bajarse, no al subirse. Tampoco el chofer estaba muy interesado en hacer cumplir la norma. Al contrario, con su silencio, dejo o lo que fuera contribuía a ese incumplimiento masivo de la ley que se estaba escenificando ante mis ojos.

Y entonces comencé a recordar tantas cosas que nos caracterizan como "ciudadanos" de esta Tierra de Gracia. Ejemplos similares de como somos y como nos comportamos comienzan entonces a tener sentido. Y es que, definitivamente, y fuera de toda duda, el venezolano AMA la anarquía. Le encanta ser parte de una tierra sin ley ni orden, y lamentablemente, eso se refleja en todas las capas y en todos los niveles de nuestra sociedad.

Se recuerda entonces como a los peatones de nuestras calles les cuesta casi un ojo de la cara, esperar a que una simple lucecita verde les permita el paso. Que va. Ellos siempre están demasiado apurado como para aguantarse 5 minutos en una esquina hasta que ese fastidioso aparato amarillo les coloque el muñequito en pose de caminar. Es sorprendente observar como de cada 10 personas, solo una (a la cual seguramente más de una vez lo habrán puesto de pendejo) espera su luz de cruce. El resto se lanza en una manada hambrienta por alcanzar la otra orilla de la calle, no importa que vengan carros por la vía. Ellos los esquivan y punto. Por supuesto, todo esto se hace en las narices del fiscal de tránsito, el cual, si mal no recuerdo, recibe una remuneración, pagada del bolsillo de todos los venezolanos que cancelan sus impuestos, para precisamente evitar que esas cosas se produzcan.

Ah pero, ¿que decir de los "adinerados" y "burgueses" conductores de cuanto vehículo de lujo transitan nuestras maltratadas calles? Cualquier clasista disfrazado de esos que frecuentan los sitios mas exclusivos de la ciudad seguramente afirmará que, por lo menos en este segmento, la costosa educación pagada por sus familias en los mejores y más caros institutos educativos del país se reflejará en la conducta que los mismos observan en el cumplimiento de las normas y leyes que rigen nuestra vida en sociedad. Y es que esa denominada "Clase A", "Clase B" "A+," o como quieran llamarla, es sin duda, el reflejo de país que todos queremos ser.

Pero, (porque siempre hay un pero) eso no es exactamente así. Estas personas seguramente hablarán 4 idiomas mínimo, habrán visitado medio mundo, estarán al tanto de las fluctuaciones de la Bolsa en 7 ciudades distintas, y podrán recitar de memoria el último informe financiero del Banco Mundial, y sin embargo, SE LES VA LA VIDA en poder colocar su flamante carro detrás del rayado de peatones, por donde deben cruzar aquellos "pendejos" que sí respetan su señal de cruce. Es increíble como una maniobra tan sencilla no es realizada por casi ningún vehículo en esta ciudad. El peatón siempre debe hacer su respectivo zig-zag por los carros porque, sencillamente, su paso natural, el rayado de peatones, está completamente cubierto de cauchos y ruedas. Por supuesto, el fiscal de tránsito también está allí, pero, no le exijan mucho vale. Ya bastante hace con llegar a la hora a su trabajo.

A estos dos ejemplos, tan simbólicos de la cotidianidad caraqueña, se le pueden agregar muchos más. Como aquella final de fútbol donde estaba prohibida la venta de alcohol y, sin embargo, la plaza aledaña al estadio estaba literalmente llena de latas vacías de cerveza, mientras las que estaban llenas eran placenteramente vaciadas por los gañotes de los aficionados, ante la mirada pasiva de las autoridades policiales. "Esto es Venezuela pana", se escuchó decir a un sonriente joven a la distancia. Triste pero cierto.

O también se puede acudir a esa Hermandad Sagrada de la anarquía caraqueña, como son los motorizados. Estos panas poseen un master en el incumplimiento continuo de normas y directrices. Para ellos no existen semáforos, cruces prohibidos, aceras para peatones ni nada de eso. Tal cual enjambre de abejas asesinas, éstos insectos de cascos y dos ruedas prácticamente invaden y son los dueños de las calles. No hay autoridad que pueda (y lo más importante, quiera) controlarlos. Son la peor pesadilla de los conductores en las calles, sin duda alguna.

Entonces, es el momento en que uno se pone a filosofar políticamente, y comienza a preguntarse: ¿éste es el pueblo al cual se le quiere dar más poder? ¿Estos son los ciudadanos que deciden el futuro de mi país? ¿Estos son los que votan por presidentes, diputados, gobernadores, alcaldes, etc etc? ¿Estos???

Parafraseando en sentido contrario, un viejo adagio jurídico, uno concluye que, definitivamente, "el que no puede lo menos, no puede lo más", y así precisamente es que me siento cada vez que observo como se comporta el grueso de mis compatriotas, en todos los niveles, sobre el cumplimiento de las normas más sencillas de convivencia social. Si somos incapaces de cumplir una simple directriz pegada en la pared de un carrito por puesto, ¿como carajo vamos a poder cumplir, (y exigir el cumplimiento) llegado el momento, con todas las disposiciones constitucionales y legales que garanticen el progreso y desarrollo de la Nación entera?

Tal vez en ese simple hecho de no pagar al subir, tal como lo dice el "fastidioso letrerito", se encuentre la génesis de todo lo que está pasando actualmente en este país. Ese dejo, ese desprecio hacia cualquier regla o norma de conducta o convivencia, es un síntoma de sociedad, que no es exclusivo de ninguna clase o condición social. Todos tenemos ese pequeño anarquista dentro de nosotros, y lo peor, es que cada vez como que toma mayor fuerza.

Y es que esa pequeña escena del pasajero que no paga al subir, y el chofer que no se lo exige, se repite y multiplica en muchos e incontables niveles de nuestra maltrecha sociedad, con las consecuencias que ya muchos en este país conocemos, derivadas de tanto desdén por el cumplimiento de lo que está previamente dispuesto. Así no se va a ningún lado, me parece.

Entonces, ya lo saben. Si alguna vez se montan en un carrito y ven un letrero de "Pasaje al Subir", hagan el esfuerzo, saquen sus dos monedas y paguen su pasaje tal como dice la norma. Quizás, en ese mismo momento, en algún otro lugar, otras personas, bajo otras situaciones, hagan también un pequeño esfuerzo y se decidan, de una buena vez, a cumplir con la Constitución y con las leyes de este país.

viernes, 14 de mayo de 2010

MADERA FINA...

"Voy a arrancarte esa mirada de animal mal herido
y que tus ojos se convenzan de la suerte que tuvimos
de tener Madera Fina..."



Madera Fina. Así se titula una canción, algo viejita ella (sip, se me cayó la cédula), y la cual vino a mi mente en estos días, cuando mi hermana Rosnel la puso en unos de sus nicks en Facebook, con motivo de su quinto aniversario de casada. (Felicidades Little Sister!!!).

Y es que mi hermanita Rosnel (sip, solo le llevo 15 meses, lleva 5 años de casada y ya es mamá, pero sigue siendo mi hermanita!!!!!) siempre ha tenido cierta similitud en gustos musicales conmigo; no se debe olvidar que casi casi somos morochos, y, bueno, eso de crecer juntos en la misma casa y teniendo casi siempre los mismos amigos y amigas (y enamorados y enamoradas intercambiandose el rol de amigos, cuñadas, cuasicuñados, etc etc) inevitablemente lleva a tener cierta afinidad en algunas cosas, y la música que escuchabamos para entonces no es una excepción.

Y es justo esa referencia musical de mi cuasi morocha, lo que me ha llevado a recordar, de manera un poco torpe, pero recuerdo al fín, sobre lo que significa para mí y con lo que siempre he asociado esa frase "Madera Fina": les hablo, como no, de mi familia.

Familia. Si señor. Todos tienen una. Todos tendrán sus anécdotas y particularidades. Las hay superunidas y las hay superseparadas. Están las tradicionales y están las modernas. Las numerosas y las escasas. Están las millonarias y las humildes. Las hay de todo tipo, y por supuesto, entre todos esos tipos, está la mía.

Cualquier descripción de una familia tiene que comenzar por los jefes, y aquí entonces hay que hablar de la Jefa de la casa. Doña Rosa. Y aquí voy a decir una frase que jamás se ha escuchado nunca: "es la mejor mamá del Mundo". Si señor, porque Doña Rosa es, sin lugar a dudas, la mejor de todo el Universo.

Y no es solo porque ella hace la mejor salsa bologña de todo el Universo (certificado por cada asiduo visitante a la Rodriguera). Tampoco es porque ella es la que siempre estuvo pendiente de uno cuando se enfermaba, ni porque tuvo la capacidad de gerenciar una casa con 5 hijos sin nunca haber pasado por una Universidad ni Postgrado de Gerencia o Finanzas. Mucho menos porque era la que nos empujaba a estudiar cada bendito día de nuestra vida.

Doña Rosa sencillamente es la mejor del Mundo, porque es la persona mas valiente que conozco. Porque desde que quedó huerfana de padre a los 11 años, y el Mundo literalmente se le vino encima a ella y a su familia, tuvo que dejar sus estudios para salir a trabajar. Porque nunca tuvo ningún tipo de complejos a la hora de pasar coleto en una casa de familia, ser secretaria de algún buen doctor o mesonera en algún restaurant. Porque a pesar de que la vida la hizo subir a su ring de boxeo muy joven jamás le rehuyó a esa pelea. Y jamás se olvidó de su familia y de donde venía, cuando la rueda del destino hizo que viviera mejores días. Y de verdad, ya quisiera yo ser lo mitad de valiente que es ella; es un orgullo ser hijo suyo.

Al lado de la magnífica Doña Rosa, está el Doctor Rodríguez. Casi podía jurar que ese era el nombre de mi viejo y no Nelson. Es que siempre que llamaban a mi casa y yo respondía, era lo mismo: "por favor, el Doctor Rodríguez". Es el otro Jefe de la casa. El Proveedor pues. Nadie sabe realmente lo que significa ser sostenedor de un hogar hasta que no pagas la primera cuenta de tu casa. Y es que este señor, solito, con su sueldo de abogado, sostenía un hogar con 5 carajitos!!!.. No estaba nada fácil. También, aquí valga la expresión, nunca antes dicha: "mi papá es el mejor del mundo".

Pero no es el mejor del mundo solo porque nunca nos faltó nada. Tampoco porque era el consentidor del hogar, o era el que nos llevaba al parque los sábados y domingos, o al estadio de beisbol o fútbol. Ni siquiera porque es el único abogado que conozco que jamás se ha quedado callado ante una consulta. Mi viejo es el mejor del mundo, porque me enseñó, de una forma que muchos tal vez no entenderían ni siquiera hoy, a valorar las cosas en la vida. Sin llegar a los extremos, siempre supo darnos la medida justa de las cosas. Nos enseñó que las cosas en la vida cuestan, y que para tenerlas hay que ganarselas. Nos enseñó que el ocupar un alto puesto en el gobierno no es sinónimo de fortunas y prosperidad inmediata. Nos enseñó que un lunes por la mañana no es razón suficiente para amanecer amargado.

¿ Y que decir de mis hermanos? bueno, empecemos por la mayor. Raiza del Valle (si descubre que dije su segundo nombre me mata). Típica hermana mayor y pa más, de signo Escorpio. Chiquita, blanca como la leche y siempre apurada para todos lados. Mandona, regañona, peleona, creo que no hubo hermano que no durara mínimo 3 meses sin hablarle a ella. Sin embargo, con todo y eso, es sin lugar a dudas, "la mejor hermana mayor del mundo".

Y no solo porque era la que nos cuidaba cuando por cualquier razón, (muy pocas por cierto), mamá Rosa no andaba por allí. Tampoco porque, a pesar de todas las peleas que podíamos tener, saltaba como una fiera herida si alguien fuera de la casa decía algo de sus pequeños hermanos. Raiza es la mejor hermana mayor del Mundo porque, sencillamente, siempre nos consintió, a su extraña manera, pero lo hizo. Ella fué la primera que me llevó a una práctica de fútbol. Me acompañó también a mi primer partido en un colegio ajeno (con el miedo que yo le tenía al bus escolar); ella me cuidó cuando me dió paperas y mis viejos estaban de viaje. Y la primera que se atrevió a darme su carro para que lo manejara. También fue ella la que me concedió el honor de ser ahijado de su único hijo.

Y después viene mi otra hermana mayor. Sin lugar a dudas, "la mejor hermana mayor del mundo"..¿ Que no era Raiza? bueno, es que mi familia es de tal calidad que nos damos el gusto de tener a las dos mejores hermanas mayores del mundo pues. La segunda en la línea de sucesión familiar es mi hermana Rina. En su vida jamás conocerán a una persona más calmada y relajada que ella.

Rina es la mejor del mundo, porque para ella no existe la palabra "no" en su diccionario. Flaca, morena clara con el cabello mas indiado de toda la familia (liso pues), no hubo momento en que alguien necesitara algo de ella y se negara. Lo que fuera. Rina es la mejor porque siempre podía plancharme la camisa que necesitaba. Es la mejor porque siempre me preparaba y calentaba la comida cuando Doña Rosa no andaba cerca; o se hacía pasar por la voz de mi madre cuando aquel director enfurecido llamaba para mi casa para notificar que el rebelde estudiante se había jubilado de clase. Es la mejor porque siempre me prestaba el televisor aquellos días en los cuales los hermanos nos repartíamos la propiedad del mismo según el día de la semana. Es la mejor porque siempre te regalaba la mejor de las sonrisas.

El tercero en la línea es mi hermano Nelson. Por supuesto que es el mejor hermano mayor del mundo. Y no solo porque de chiquito fue sobrealimentado y se convirtió en el terror de todos los estudiantes del Colegio y alrededores. Ni tampoco porque no hubo día en que no se liara a golpe limpio con cualquiera que "osara" meterse con sus hermanitos. El más oscuro de la familia, "El Negro" era su apodo de guerra. Campeón de kárate y cuarto bate del equipo de beisbol, siempre con varias novias alrededor, era el ídolo familiar Mi hermano sencillamente es el mejor porque me enseñó a moverme en la calle. Me enseñó que los niños siempre buscan abusar del más débil. Me enseñó a tirar un buen par de golpes y a no mostrarle miedo a nadie. Me enseñó que no siempre el catirito de ojos verdes se lleva a la muchacha más buenota.Me enseñó, a su manera, que no importa lo que pase, con la familia nadie se mete. También me honró al nombrarme padrino de su segundo hijo (Daniel)

Y finalmente, volvemos al punto de partida. Mi hermanita Rosnel. La única hermana menor que tengo y a la cual quise ahogar varias veces en la ponchera de bebé, según Doña Rosa. También es la mejor "little sister" del mundo. Blanca pero no tan paliducha como Raiza, es mi compañera de infancia, compartíamos todos lo que se podía compartir de niño y adolescente entre dos cuasimorochos de sexos distintos. Mi hermanita es la mejor del mundo porque jugaba fútbol conmigo. Es la mejor del mundo porque en el Kinder me iba a buscar todos los días al salón para escaparnos, en una misión suicida, hasta la casa. Es la mejor del mundo porque siempre terminaba tapando el lavamanos del hotel después de echarnos juntos las mejores peas adolescentes en Puerto La Cruz. Es la mejor del mundo porque siempre fumabamos juntos a escondidas. Es la mejor del mundo porque soporto como una macha y como si nada, el dar a luz a Mariana Isabel. Es la mejor del mundo porque nadie pudo tener como hermanita a mejor amiga que ella. Y claro, también me honró, (como no podía ser de otra forma) con ser el padrino de Mariana Isabel.

Y después vienen los sobrinos, por los cuales la vida espera. Los tengo de todo tipo y tamaño: Hector Alexander, primer hijo de Nelson, que va a cumplir 13 años en Julio. Lleva mi nombre, es la cagada de su madre (blanco, cabello castaño) y muy autosuficiente para su edad. Rafael Antonio, que ayer mismo cumplió 12 años. Hijo de Raiza, tiene los rasgos del papá pero el carácter de la familia, y futbolista como su tío. Oriana, la princesita mayor, hija de Rina, no podía esperarse otra cosa que ser la más tranquilita y educada de sus primos. Excelente estudiante y bailarina de ballet, ya se está viendo que el papá va a tener que comprarse una bazooka para espantar a los pretendientes.

Y atrás de ellos vienen los bebés: Daniel Alexander (2 añitos), el cual parece que fue negado por mi hermano Nelson, porque es igualito a su papá, salvo en el color de la piel. Es un verdadero tanquecito y lo más esperanzador, es que patea cualquier pelota que se le dé, y con ambas piernas!!!!...y finalmente, la benjamín de los sobrinos, Mariana Isabel, la niña mas consentida de este mundo. No ha cumplido 4 meses y ya tiene ropa como para 5 años y aproximadamente, 25 pares de zapatos. Y por supuesto, la bebé mas preciosa del mundo.

Yo nunca he sido un tipo muy familiar. Lo admito. Mi familia, como pueden ver, y motivado a circunstancias que no vienen al caso explicar acá, se reduce a mi círculo más íntimo: padres, hermanos y sobrinos. Pero es un círculo amplio, donde cada vez que nos reunimos se vuelven a escuchar esas voces gritonas y chillonas que solo se escuchan en una familia numerosa. Donde la gente se acostumbra a comunicarse con gritos porque es la única forma de hacerte escuchar entre tantas voces y ruidos.

Pero, no obstante no ser el mas familiar del mundo, me gusta saber que ellos siempre están allí. Así como su cariño y afecto. No importa cuantos años han pasado, no importan todas las peleas y palabras que se han escuchado, no importan todas las separaciones que la vida ha traído, siempre vuelven las mismas historias de Doña Rosa, los mismos chistes del Doctor Rodríguez, los mismos regaños de Raiza, las eternas sonrisas de Rina, las típicas burlas de Nelson o la misma complicidad con Rosnel. Y si a esto se le suma el desdén adolescente de Hector Alexander, las travesuras de Rafael Antonio, la tranquilidad de Oriana, las sonrisas de Daniel o las miradas de Mariana, entonces el cuadro se completa, y es el momento en que se comprende definitivamente, tal como dice la canción de Rubén Blades, que "Familia es Familia, y Cariño es Cariño".

Y es que, definitivamente, desde Doña Rosa hasta Mariana Isabel, somos de Madera Fina....


"Somos de Madera Fina, hechos con Sudor y Tierra
Alma y Corazón despiertos
Somos de Madera Fina..."



lunes, 3 de mayo de 2010

LEVANTANDO LOS GUANTES...

Soy un fanático a carta cabal del deporte. Vengo de una familia eminentemente deportiva donde mi abuelo paterno fué uno de los fundadores de la Liga Criollitos de Venezuela (El maltrecho Estadio de Beisbol de la no menos maltrecha Urbanización Palo Verde lleva el nombre de "Luis Rodríguez" en honor a tan insignie pariente); y mi papá y todos mis tíos jugaban beisbol y softbol religiosamente cada sabado y domingo hasta que la barriga y los años no los dejaron hacerlo más. De igual forma, mi hermano y mis primos, todos excelsos jugadores de beisbol.

Por supuesto que conmigo trataron de repetir la dosis del guante y el bate, pero como siempre, yo, llevandole la contraria a todo el mundo hasta sin quererlo, me las ingenié para literalmente "huir" del campo de beisbol del colegio San Agustín la única vez que intentaron llevarme a una práctica de este juego. Debo confesar que ese ruido del bate de aluminio con la pelota de beisbol no me sonaba del todo agradable a la tierna edad de 6 años. Total que nunca me convenció ese deporte y al final, como que no hubo mas remedio que llevar a la "oveja negra" de la familia a practicar ese deporte tan ajeno a la Rodriguera como lo es el fútbol. El resto es historia.

Pero sea beisbol, fútbol o bolas criollas, lo importante, en el caso de esta pequeña síntesis de historia familiar, es el gusto que a uno le inculcaron desde pequeño por la actividad deportiva. Gusto que por supuesto, equivale a una pequeña cucharada de algo que se prueba por primera vez. De que ese sabor se mantenga en tu gusto personal o no, ya dependerá de tí. Lo importante es darle al niño esa primera cucharada. Lo demás, ya vendrá por tí solo.

En mi caso particular, más allá de la innegable tradición y estirpe familiar y de los ya conocidos beneficios que la actividad deportiva produce en el cuerpo y en la mente humana, el gusto por el deporte viene sazonado por otras circunstancias que, definitivamente, nunca me dejan despegar los ojos de un buen encuentro deportivo, cualquiera sea la disciplina de la que se trate. Factores que quizás escapan de lo que regularmente observa la gente común y corriente, pero vamos, cualquiera que me lee y que me conoce, sabrá a ciencia cierta que en mi caso, los adjetivos "común y corriente" no son totalmente aplicables.

Entonces, en esa visión no tan común y corriente, yo encuentro que cualquier actividad deportiva no es solo esa actividad física realizada bajo ciertas reglas, sino que trato de irme más allá, y termino entendiendo entonces que una de las razones por las cuales siempre seré un fanático del deporte es porque el mismo es, definitivamente, una pequeña pero perfecta y clara muestra, de lo que es en realidad la vida humana: un largo camino lleno de todo tipo de acciones y omisiones, de tomas de decisiones, de triunfos y derrotas, de sudores y lágrimas, de alegrías y de llantos, de sueños y frustraciones.

El deporte deviene así en un pequeño símil que refleja de manera casi perfecta lo que cada persona vive y pasa a lo largo de su vida. Y dependiendo de la situación particular que uno esté viviendo en determinado momento, siempre podrá encuadrarse en cualquier disciplina deportiva. Esto no es nada nuevo. Basta con observar cualquier película de cine que incluya en su trama alguna disciplina deportiva, para confirmar como muchas veces el deporte ha sido sinonimo de sentimientos, de vida, de tristezas, de enseñanzas y de finales tristes y no tan tristes.

Entre esos deportes que han servido para reflejar en cierto momento el estado de ánimo de cualquier persona, uno de mis favoritos es el boxeo. Sí, no es precisamente la disciplina deportiva mas elegante ni estética que exista. En él no hay mucha clase como en la esgrima, tampoco hay tanta emoción como en el fútbol, pero sin embargo, con ese toque de sacrificio, de rudeza,de brutalidad que a veces que se observa en el cuadrilatero, se produce uno de los mejores símiles que se puedan hacer con ese otro ring de combate permanente que es el día a día en la vida de una persona.

Imaginense la escena. En una esquina solitaria de un cuadrilatero se encuentra un boxeador, cansado, golpeado y jadeando a la altura del round 10, llevando golpe parejo del rival que se encuentra al otro lado del ensogado. En realidad, ese peleador solo quiere quedarse sentado allí y no pararse más nunca. Sin embargo, la campana suena, y tiene que pararse y seguir un round más. Respira hondo, se coloca el protector bucal, y se levanta (porque sencillamente no tiene otra salvo tirar la toalla y rendirse) a seguir cayendose a piña limpia con su adversario. Ése adversario que se ríe de él, que lo golpea donde sabe que es más débil, que solo busca tumbarlo a punta de golpes, que no para nunca hasta que el desgraciado ese se caiga, que se burla de él, que lo engaña.

Y allí está el peleador, recibiendo uno y otro golpe. Tratando de responder con todas sus fuerzas, pero que va. El físico no da ya para mucho más. Un gancho de derecha más y trastabillea. Pero no cae. El rival sigue acercandose y ahora sí, convencido de que está a punto de nocaut, aprieta el acelerador y se va con todo sobre su humanidad. Los locutores deportivos se preguntan a cada rato que demonios es lo que mantiene en pie a ese pobre hombre. Ni él mismo lo sabe, pero allí está, manteniendote firme. Viene otra combinación de izquierda y derecha, y zas!!..esa no la vió nuestro héroe venir. Cayó, y parece que ahora sí de manera definitiva.

Su adversario comienza a bailar sobre el ensogado, convencido de que de allí no se para. Los aficionados del estadio celebran también, total, el que baila es el campeón invicto y el otro no es más que un simple retador salido de la nada. Y nadie se apunta con perdedores. El árbitro comienza el conteo. El mismo entrenador del retador le dice que no se pare, que ya ha sufrido suficiente castigo. Que se quede en el piso.

Y allí está el salido de la nada, desesperado buscando las sogas para levantarse. El conteo del árbitro ya va por siete. Y entonces sucede: en su búsqueda desesperada, el retador consigue una de las cuerdas del ring, y empuja con todas sus fuerzas hacia arriba. Está de pie de nuevo. El público calla y su rival, atónito, ha dejado de bailar. El árbitro se le acerca, y es entonces cuando el peleador levanta sus guantes como señal de que no está vencido, de que puede seguir un round más. De que todavía hay pelea.

Y como queda esta pelea imaginaria?? seguramente la misma tendrá alguna decisión, bien sea porque se produzca un nocaut, o bien porque llegue a su punto final y sean los jueces los que decidan. Pero seguramente a ese retador salido de la nada, lo menos que le importa es la decisión final de la pelea. Ese boxeador solo quiso llegar de pie hasta el campanazo final, llegar hasta el inevitable fin del combate sin tirar la toalla. Después que decidan otros, pero si pierde no será porque él no peleó hasta el final.

En este punto, ¿no cabría preguntarse entonces, si la vida a veces no se nos presenta como una autentica pelea de boxeo? no es acaso la Vida ese rival formidable, todopoderoso, invencible y campeón invicto, que nos golpea y nos golpea, y nos vuelve a golpear, justo allí donde más nos duele?. ¿No somos nosotros ese retador salido de la nada, cansado y golpeado en una esquina, sin ganas de salir para el siguiente round? ¿No se convierte nuestra existencia a veces en ese cuadrilatero, lleno de ruidos ensordecedores, donde nos golpean una y otra vez y donde ni siquiera podemos mantener la guardia arriba?

Yo he sido muchas veces ese boxeador que recibe piñas y más piñas. Mi camino en la vida muchas veces se transforma en ese peleador feroz que una vez que me vé trastabillando, apura el paso y me lanza esa combinación mortal que me tumba. Que me deja tirado en el suelo, deseando que el conteo del árbitro llegue rápido a 10 para no tener que pararme nunca más.

Pero también he sido ese boxeador que una vez en el piso, busca desesperadamente las cuerdas para levantarse. Muchas veces he escuchado a mi entrenador diciendome que renuncie, que ya me han golpeado mucho y que me quede en la lona. Pero no le hago caso, busco las sogas, apoyo fuertemente mis brazos y me impulso hacia arriba. Y allí estoy de nuevo, de pie. Vuelvo a la pelea. La Vida, que en ese momento bailaba encima mío celebrando, para su paso en seco, y voltea, incredula, hacia mí. El público guarda silencio. El árbitro se me acerca y entonces sucede otra vez, LEVANTO MIS GUANTES, en señal de que claro que sí, de que puedo seguir otro round más. Y allí vamos de nuevo.

Y es que muchas veces, la Vida nos toma como pera de boxeo. Nos golpea y nos golpea. A unos más que otros, pero me parece que ese es un cuadrilatero del cual nadie se salva. Tarde o temprano, las circunstancias, las acciones, las omisiones, nos obligan de nuevo a subir a ese ensogado, a ver a ese campeón invicto que muchas veces no queremos ver, y a caerse a golpes con él, porque sencillamente, tal como el boxeador en su pelea, no tenemos otra cosa que hacer.

Cuantas veces podré seguir levantando los guantes? no lo sé. Llegará el día en que no podré ni siquiera levantarme de la lona, o salir de la esquina a pelear el siguiente round. Y es que La Vida puede llegar a ser un adversario formidable, campeón invicto durante muchos años. Pero, mientras el cuerpo y la mente, y sobre todo, el corazón aguanten, seré ese retador salido de la nada, por el que nadie apostó un medio, que no busca ganarle o noquear al campeón, lo único que busca es llegar al final de la pelea de pie, sin terminar de rodillas, sin tirar la toalla. Seguramente llegará ese día, pero no hoy. Hoy me coloco el protector bucal y me levanto de mi esquina, espero el ruido de la campana y voy hacia adelante, confrontando mi camino, levantando los guantes...

jueves, 15 de abril de 2010

LA TOLERANCIA DE LOS INTOLERANTES...

Tolerancia. En los últimos tiempos me parece que ha sido una de las palabras más manoseadas por las personas que hacen vida en este conuco político en que se ha convertido mi sufrido país en los últimos años. Todos hablan de que la tolerancia es una virtud, de que todos debemos ser tolerantes con los demás y con sus ideas. De que los mayores crímenes en la historia de la humanidad se han cometido precisamente es por la ausencia de ella, y muchas otras historias más.

Y me parece que todos tenemos un conocimiento más o menos vulgar de lo que significa tener tolerancia. En mi opinión, la misma consiste en respetar las ideas y acciones de los demás, aún cuando no estemos de acuerdo, en lo más mínimo, con ellas. Viendolo así, tan sencillo, pareciera que no es nada del otro mundo. Yo respeto tus ideas y tu forma de pensar y actuar, y tú respetas las mías. Sencillito pues, no hay mayor complicación. Todos felices y ya, como seres humanos y "racionales" que somos.

Pero si nos adentramos un poco en la dinámica de vida que uno lleva, sobre todo los que hemos compartido experiencias de vida en el territorio que comprendía la antigua Capitanía General de Venezuela, durante los últimos 11 años, podemos dar fé de que la cuestión no es tan sencilla. En esta parte del mundo, y tal como decía una vieja canción de Yordano: "te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas", y no de forma metaforica. De eso pueden dar fé muchas personas que hoy andan de vacaciones en algunas de las posadas que el Ministerio del Interior y Justicia regenta en varias localidades turísticas del país como Yare, La Planta, INOF, etc etc.

Y vamos a quitarnos en este punto la careta. Aquí todos somos unos intolerantes. Nos decimos que sí, que vamos a entender y aceptar las ideas de los demás, como somos seres civilizados que somos. Pero es mentira. Continuamente estamos juzgando y rechazando todo aquello que no nos parece. Sí podemos iniciar un debate, pues lo hacemos, y tratamos de "convencer" al otro de que está errado. De que esa idea que subyace inmutable en su pensamiento desde hace años, sencillamente está errada y punto. Y de paso, te digo que eres un bruto e ignorante porque, al final, de todas todas, el que tiene la razón soy yo, y punto. No acepto discutir sobre ese tema. Me junto con los que piensan como yo (o por lo menos con aquellos que no se atreven a contradecirme) y me alejo de todos aquellos que no me sigan la corriente. Así soy. Que le voy a hacer.

Así, en mi caso particular, debo confesar que no soy para nada tolerante con los que traten de refutarme una opinión en 3 temas: fútbol, historia y derecho. Claro, mi grado de intolerancia se va atenuando o gradando de acuerdo a mi interlocutor. Pero tiene un mínimo del cual no baja. Así, no es lo mismo hablar de fútbol con alguna de mis mijiticas (Mijiticas: par de amistades del sexo femenino que no son mas niñas porque no son más altas, aunque una de ellas sí se lanza ahora incluso al estadio de fútbol y sabe lo que es un "bateo y corrido", con la otra sí no hay esperanzas) que hablar, por ejemplo, con Richard Méndez, el narrador venezolano de ESPN. Tampoco sería lo mismo hablar de historia con alguno de mis panas cerveceros, que con Elías Pino Iturrieta. O hablar de Derecho con cualquiera de mis colegas abogados contemporaneos, que con mi ilustre padre, el mejor abogado que he conocido en mi vida. (Sip, lo sé, estoy parcializado por el evidente parentesco de consanguinidad en primer grado que me une con este señor).

Pero en fin, así somos por naturaleza, intolerables. Claro, siempre he pensado que, tal como lo mencioné con anterioridad, no es que podamos acabar de raíz con esa intolerancia. Sencillamente podemos atenuarla, no exaltarnos tanto cuando alguien manifieste una idea o ejecute una acción diferente a lo que nosotros estamos acostumbrados. Tratar de entender y aceptar, no las conclusiones o ideas que finalmente tienen esos otros, es claro que no lo haremos. Pero sí podemos TRATAR de entender las motivaciones o causas que dichas personas tienen para pensar o actuar de ese modo. Para mí, ese es el secreto de la cuestión. Sí tratamos de ponernos un poco en el lugar del otro, y entender las motivaciones o causas que se exponen, y después hacer una operación mental de traslado de esas motivaciones a nuestra experiencia diaria, me parece que allí habremos dado un gran paso, en esa vaina tan extraña que es aceptar y entender las ideas de otras personas que piensen distintos a nosotros. Es pues, una cuestión "racional", no de instinto. Esto es lo que yo llamo "la tolerancia de los intolerantes".

Hace dos días visité, como frecuentemente lo hago, el estadio Olímpico de la UCV para observar el último juego de Copa Libertadores de mi no tan adorado (por ahora claro) Caracas FC, el cual se enfrentaría a la Universidad de Chile. Y pude observar, en vivo y directo, un ejemplo claro del gran grado de intolerancia en que está sumergida nuestra sociedad actual. Pero al mismo tiempo, pude percibir también, un poco de esa "tolerancia de los intolerantes", que dicho sea de paso, fue absoluta mayoría ese día. Lo que pasa es que, en estos temas de Tolerancia, sin duda alguna se aplica aquel viejo adagio que dice "para construir se necesitan siglos y gigantes, para destruir un enano y un segundo".

El asunto resumido fue el siguiente: unos 40 o 50 aficionados chilenos de la Universidad de Chile llegaron, como llega cualquier aficionado leal a apoyar a su equipo, esté donde esté y juegue donde juegue, a las instalaciones del estadio y, por allá, bien lejos de la hinchada del Caracas, procedieron a instalarse y a poner sus trapos y banderas, preparandose para alentar a su equipo. Esto fue observado por aproximadamente 5.000 aficionados del Caracas se dieron cita en el coso universitario. Y estoy seguro de que si le preguntan a esos aficionados, TODOS sin excepción les contarán que ellos vieron exactamente lo mismo que yo les estoy mencionando. De este lado entonces, estamos los siglos y los gigantes, o dicho de otra forma, de este lado está "la tolerancia de los intolerantes".

Ah, pero nunca faltan el enano y el segundo. Nunca falta la intolerancia pues. Porque por otro lado, 40 o 50 desadaptados sociales (que no pueden llamarse jamás "hinchas") no vieron eso. No señor. Ellos vieron otra cosa. Vieron como una banda de mal nacidos chilenos "osaban" manchar el gentilicio y el honor del Estadio y de la Ciudad, (y cuidado sino del país también), en otras palabras, estaban violando la soberanía nacional. Ellos vieron como aquellas hordas venidas del sur del continente venían a acabar con nuestras familias y seres queridos, venían a escupirnos en la cara y a hacer mofa de nuestra nacionalidad y de nuestros colores.

Por eso, y seguramente a riesgo de su propia vida, no tuvieron otra opción que ir (eso sí, en cambote, ni de vaina solos), cual operación militar de tenazas, a rodear a esos desgraciados y hacerles sentir que la casa se respeta. ¿Y eso no era la función de los jugadores que integran el equipo y que iban a jugar el partido? podría preguntar cualquier distraído, pues no...de repente, ya no nos encontrabamos en un juego de fútbol. Ya esto era un asunto de orgullo nacional. Ciertamente, llegué a pensar que allí mismo iban a llegar los Sukhoi a bombardear la tribuna norte del estadio y borrar de la faz de la tierra a esos hijos de puta que habían osado vestir un color distinto al de la mayoría de los asistentes. Habíamos llegado pues, al territorio de la intolerancia.

Lo impresionante del asunto era la proporción numérica de ambos lados. Por un lado, casi 5000 personas, sentados en sus asientos, observando, con risas la minoría, con evidente desconcierto y verguenza la mayoría, como la intolerancia de 50 o 60 antisociales se daba de golpes y sillazos con una pared de cartón, llenos de un odio que nadie sabe de donde nace, (porque del fútbol evidentemente no es) dirigido hacia unos semejantes, cuyo único pecado fue el de querer seguir a su equipo en las buenas y en las malas, que no es otra cosa, valga la aclaratoria, que lo mismo que ellos alegan hacer.

El resto ya queda para la anécdota. Intervención policial. Perdigones, bombas lacrimogenas. Victoria en el campo de los chilenos. Vergonzoso partido para el Caracas. Piedras contra los invasores, encapuchados, mas perdigonazos. Futura suspensión internacional del estadio. Multas ecónomicas para el club. Todo un rosario de excelentes consecuencias pues. Y todo, resultado de las actuaciones de una minoría intolerante. (salvo la derrota del Caracas, producida por otros factores que no vienen al caso comentar).

Observandolo en retrospectiva, es verdaderamente revelador y preocupante además, como, en estas cuestiones de tolerancia, una absoluta minoría puede hacer y deshacer como quiera ante los ojos pasivos de una mayoría aplastante que solo se limita a observarlos. Y es que pareciera, que ese mismo escenario presentado hace dos días en mi lugar favorito del mundo, es perfectamente trasladable a cualquier situación en cualquier lugar. Ejemplos de estos sobran en la historia de la humanidad.

Pareciera entonces, que no basta con caer en cuenta que la gran mayoría de los seres humanos poseemos esa "Tolerancia de los intolerantes", que en el caso del juego de fútbol, impidió que 5.000 personas acribillaran a 50 chilenos. Sin embargo, esa misma tolerancia no pudo impedir que un grupo minúsculo se abrogara el derecho de tratar de destruir y apalear a esas personas que, finalmente, no pensaban igual que ellos, y con ello, destruir y apalear el momento de esparcimiento y recreación, de compartir con amigos y familia, que debe significar el fútbol y todo evento deportivo.

Que hará que unas personas tan jóvenes como las de ese día se conviertan en verdaderas maquinas de odio y agresión hacia los que piensan o actúan de manera diferente, no sé. Eso será cuestión de sociologos, expertos y similares. Podrán ser los tristes momentos en que vivimos, con una sociedad absurda y artificialmente dividida en dos bandos por simple voluntad de una minoría, donde hasta los colores que uno utiliza pueden ser motivo de pelea. Sí puedo decir que no es ni el fútbol ni el amor a un equipo ni a unos colores. El fútbol no es violencia ni agresión, el fútbol es vida, es alegría, es compartir con amigos y seres queridos. Y el amor por un equipo es apoyarlo, en las buenas y en las malas, es cantar y saltar, es aplaudir mas duro que tu rival, es llevar con orgullo sus colores. Nada que ver con agresiones físicas, ni mucho menos con cobardes ventajismos.

Y es que además, el venezolano no es así. Aquí jamás significó un peligro asistir a un evento deportivo. Eso era en otros países. Aquí no. Siempre nos enorgullecemos de que, todavía, un magallanero puede sentarse al lado de un caraquista en el estadio y disfrutar ambos del chalequeo y la jodedera, si nos referimos a la rivalidad deportiva mas famosa de nuestro país. Nunca hemos tenido ese grado de intolerancia, esa que lleva a agredir y a destruir. Podemos, como no, gritar, cantar e insultar a un árbitro, o a un jugador rival, pero eso es otra cosa, ya eso forma parte del juego, de la situación. Pero de allí, a herir y a atentar contra la integridad física de otras personas, hay mucha diferencia.

Yo por mi parte, seguiré asistiendo a mi estadio Olímpico, y seguiré apoyando a mi equipo como sé hacerlo: estando presente, hinchando y apoyando, llevando esa tolerancia de los intolerantes, y esperando que llegue el día en que esa masa mayoritaria podamos evitar, de alguna u otra forma, que lo absurdo de la violencia pueda volver a manchar un espectáculo que solo busca llevar alegría y entretenimiento, así sea por 90 minutos, a una población realmente cansada de tantos problemas cotidianos.

Porque al final, solo tengo una gran intolerancia, absoluta y comprobada: la intolerancia hacia los intolerantes...